Marlowe. Neil Jordan. Actualización.
Es posible que el realizador y su guionista, William Monahan no hayan acertado con el target de su película, que ni satisface al cinéfilo que tiene su horizonte máximo fijado en el cine negro norteamericano, quizá algo en el polar francés, y el público actual al que las mafias surgidas bajo el paraguas de la Ley Volstead, la Ley Seca norteamericano, que dirimieron sus diferencias a tiros en las calles de las ciudades estadounidenses, les quedan ya muy lejanas. Tampoco acierta si pretende atraerse, en el comienzo de la era tecnológica, a un público adulto, más acostumbrado al comercio ilegal de la droga, aunque el joven desaparecido, cuyo cadáver buscan, es un protagonista de la transición de un modo de delincuencia a otra. En resumen, Neil Jordan, un cineasta mágico que nos encandiló en 'Desayuno en Plutón' y nos habló de la diégesis cinematográfica en su película 'Entrevista con el vampiro' , interpretada por Brad Pitt, nos defrauda, como veremos más adelante. Su relato es todo un homenaje a un personaje ficticio, Philip Marlowe, creado por Raymond Chandler en 1934, y en especial al cine noir al que rinde un homenaje al comienzo del film, con unas imágenes que son un cameo de la Femme Fatale que protagonizó en 1944 Barbara Standwich en Perdición, un film dirigido por Billy Wilder, y ya en 2002, en el inicio del siglo XXI, Rebecca Romijn en 'Femme Fatale' dirigida por Brian de Palma, una película que algunos integrarían en la etiqueta de Neo Noir, un cine que utiliza algunos elementos del cine negro en un contexto actual. ¿Son Jessica Lange y Diane Krueger dos mujeres fatales? No lo parece, sino todo lo contrario, dos capos mafiosos que seducen a hombres, una posición acorde con el avance de los movimientos feministas en el mundo, que despista a los que siguen adscritos al cine que se hacía en la época del glamour, en blanco y negro, icónico y embellecedor hollywoodiense; la cámaras no idealizan a las protagonistas como hacían en la época de la primera crisis financiera que afectó al mundo occidental, o como hace en la actualidad François Ozon, incluso en su última película 'Mi crimen'.
Leam Neeson hace el mismo papel que Antonio Banderas en la película de Brian de Palma, el del voyeur, que abre el film delante de una ventana con una persiana entreabierta, y observa a Dorothy Quincannon (Jessica Lange), borrosa y desdibujada, mientras aparece en la estancia su hija, que pone su 'cadáver' encima de la mesa, de acuerdo con el principio más recurrente de arrancar el discurso del género, un método inductivo que va de lo particular a lo general: desvelar lo que motiva la puesta en acción, y es aquí donde se enmaraña el relato. El lenguaje visual es preciso y nos muestra con imágenes que Marlowe es un posible ex-detective expulsado de un cuerpo policial ( se dice de pasada y hay que estar atento), donde conserva sus contactos, un hombre que se ve obligado a ir derribando muros. Es espectacular la cantidad de puertas que se abren y cierran desde los primeros planos, cuando avanza hacia el exterior de su oficina y debe abrir la puerta de cristal del despacho, con el letrero usual en estas estancias que anuncia que el lugar es 'Private', hasta salvar las del ascensor, la de la jaula de hierro clásica de los viejos montacargas y las de la cabina. A partir de ese inicio, Marlow deberá ir superando todos los impedimentos que se oponen a su marcha, la de un hombre que ya no es joven, y que puede controlar sus impulsos pasionales. Algunos contrapicados del personaje y picados más confusos aún de Jessica Lange pueden desorientar al público, y en este punto es posible que yo no haya sabido interpretar en un único visionado a un director que ha decidido poner en escena un proyecto en el que prima la horizontalidad, la planitud, acentuada por la preeminencia de los planos medios, y algunos planos generales que intentan romper la monotonía y no lo consiguen, llegando a un final que se parece tanto a la vida misma, se alejan tanto del realismo mágico y la poesía del director que nos encandiló en otras películas, que provoca un cierta desorientación en un público, acostumbrado a que las cosas, con demasiada frecuencia, sean difíciles de interpretar. Marlowe es un mediocre desacralizado y acaba su trayectoria de esta manera. Ni héroe, ni villano. Solo un hombre que busca recuperar su empleo y está ya viejo y cansado para heroicidades, y esto rompe con una de las condiciones del cine y la literatura: abrir nuevas ventanas al mundo y a la par entretener ¿entretiene? Quizá el diseño tan clásico del cartel haya hecho pensar a muchos que estaban en la década de los 40 del siglo XX, cuando están asistiendo a una época crepuscular de esta forma de representación, que tiene como vehículo un proyector y una pantalla blanca que impone una forma de estar en la sala oscura. Se recomienda ver NOPE de Jordan Peele.
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