Las hermanas. Serie surcoreana. crítica.
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Las hermanas, una serie realizada para televisión por Estudios Dragon y distribuida por Netflix, es uno de los filmes más importantes que he tenido la suerte de ver en los últimos tiempos, con independencia del formato elegido, la serie dividida en capítulos que apenas se puede resistir, más allá de lo que el cuerpo aguante, para interrumpir el visionado y poder descansar para seguir adelante. Una versión muy libre de la novela Mujercitas de Louisa May Scott, muy alejada de las que habíamos tenido la oportunidad de ver en gran pantalla con anterioridad ( 'Las cuatro hermanitas', George Cuckor 1933; 'Mujercitas' Mervyn Leroy 1949; 'Mujercitas' Gilliam Amstron, 1994; 'Mujercitas' Greta Gerwick, 2019), en origen una guía para jovencitas, revolucionaria en su época, que poco o nada tiene que ver con la que dirige Kim Hui-won ( Vincenzo), que pone su foco en la idiosincrasia, la ética y la moral que diferencia a las familias ricas de las pobres, y en la que apenas queda otra cosa del relato original, a no ser la pertenencia a una familia de las hermanas Oh In-jo, Oh, In-kyung y Oh In-hye. Un título que ha sido calificado por 6,400 lectores de Imdb con un 7,8 . Superados los dos primeros episodios, los más áridos por la presentación de unos personajes muy oscuros, tanto en la clase baja como en la alta, y la contextualización de éstos en sus respectivos universos, comienza una narración que no da respiro al espectador, sin apenas viol**cia explícita, con los actos más crueles fuera de campo y con un background que apela a los conocimientos y las experiencias de los espectadores extradiegéticas. En cuanto a la forma hay sugerentes recursos narrativos: secuencias alternas, desplazamiento de los primerísimos primeros planos de los protagonistas hacía los márgenes del encuadre, como si quisieran escapar de él, incluso algunos de ellos prácticamente imposibles de imaginar la perspectiva que busca el director de fotografía en su discurso visual.
Es verdaderamente impactante el subtexto de un cuento sobre sociedades secretas que conectan con la Guerra de Vietnam y los coreanos que cayeron en ella, que superviven en el recuerdo de sus compatriotas agazapados en organizaciones cuyo nombre evoca una flor muy preciada, un orquídea azul única en el mundo, que protege a todos aquellos que no tienen ninguna posibilidad de ascender en el reconocimiento social y en la salida de la pobreza por sus propios medios. "Solo los niños ricos pueden jugar en libertad", advierte un veterano, que más adelante el espectador podrá ubicar en la historia. "Todos los pobres necesitan un padrino para llegar de lo más bajo a lo más alto", concluye. Cada una de las hermanas se convierte en arquetipo de una forma de enfrentarse a la miseria y soportar el desprecio de los más ricos, una circunstancia que irá posicionando al espectador en favor de una u otra en cada momento y situación específica; tres maneras que se dan en la sociedad y que provocan verdaderos enfrentamientos. Giros narrativos constantes van introduciendo nuevos motivos para no levantarnos del sofá, o del sillón, según las prioridades de cada cual. El final, no precisamente de lo más feliz y sólo en parte romántico, puede que anime a más de uno a poner alguna objeción por una aparición fantasmal quizá innecesaria.
Más allá de las cuestiones que se derivan de observar a dos grupos familiares desde una perspectiva de clase que tienen consecuencias en la cohesión de sus miembros, es interesante observar el mundo desde la ventana que nos abre Kim Hui-won hacia ese pequeño país que de noche brilla como una bombilla multicolor, Singapur, que lucha con Hong-Kong y las Islas Caimán por ser el primer paraíso fiscal del mundo (eleconomista.es), un lugar donde se dice que Oriente se encuentra con Occidente, o al que otros llaman La puerta de entrada a Asia, y con una población étnica variopinta. En este film lo vamos a ver de día, y vamos a poder transitar por unas calles que evocan las de Manhattan, y un skyline que define la capital. Las mujeres que allí se reúnen llevan ropa de marca y especialmente se definen por los complementos, zapatos exclusivos (del que calzan dos protagonistas solo llegaron a Seúl tres pares) y bolsos, y joyas delicadas. El dinero no sólo se tiene sino que se exhibe y los magnates acuden a subastas en las que ya no se subastan cuadros, muebles o jarrones, sino flores, como las orquídeas, en extinción. Una ventana abierta al universo de la sociedad del 1/99% que hubiera hecho suspirar a la Nouvelle Vague, si hubiera tenido la oportunidad de disfrutar del Hallyu, y unos actores que se convierten en ídolos, como Wi Ha-hoon, más por su buen hacer que por su especial belleza.
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