Queremos el divorcio. Ryosuke Fukuda, Kanekp Funimori, Takuya Sakagami. Ficha de identificación y crítica.

 


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DESPLAZAMOS EL FOCO DE COREA DEL SUR A JAPÓN. EN LA SERIE DICEN ALGO QUE QUIZÁ NO TODOS COMPARTAAN: LOS JAPONESES NO PUEDEN VER LLORAR.


Ficha de identificación: 


Título original: Let's Get Divorced
País: Japón
Año: 2023
Temporada 1; episodios 9; duración 60 minutos
Género: Dramedia romántica
Miniserie TV íntima, tronchante, comántica. El público decide<
Plataforma: Netflix
Edad recomendada: mayores de 12 años (sexo)

Dirección: Ryosuke Fukuda,  Kanekp Funimori, Takuya Sakagam
Guion : Kankurô Kudô, Shizuka Ôishi


Productor:  Aki Isoyama
Compañías productoras: TBS Sparkle; distribución: Netflix, Tokyo Broadcasting, System (TBS)


Casting: 


Ren Hanami: Mineko Shoji
John Choi: Taishi Shoji
Rüsa Naka: Yui Kurosawa
Tori Matsuzaka: Taishi Shoji
Koji Yamamoto: Go Soda
Arata Furuta: Henry K. Ishihara


SINOPSIS:


Una actriz y un político solo quieren divorciarse, pero hay tanta gente a la que beneficia su matrimonio que la pareja debe aunar sus fuerzas para conseguirlo.


LO QUE SE DICE:


La serie ha sido bien valorada por el público, un hecho que se pone de manifiesto en las escasas notas medias que se han publicado. Imdb ofrece una nota media de 6.8, basada en el criterio de 251 espectadores. Sin embargo los criticos lamentan su larga duración injustificada (Jonathon Wilson, Ready Steady Cut; James Marsh, South China Morning Post). Otros, entre ellos Joel Keller,  Decider, dicen que no hay nada divertido en este relato.


CRÍTICA: 


En la serie 'Queremos el divorcio' (2023), dirigida por  Ryosuke Fukuda,  Kanekp Funimori, Takuya Sakagami, a pesar de haber sido realizada en 2023 y haber saltado recientemente a las pantallas de streaming en el espacio destinado a Netflix, siguen estando vigentes los signos externos de la pandemia que todavía padecemos, especialmente las mascarillas, más visibles que en las producciones cinematográficas de cualquier otro país. Desde el primer minuto queda en evidencia la depresión económica y social que atraviesa Japón y que se pone en evidencia en la calidad de los actores, la fotografía, la edición, la dirección artística, el atrezzo, el diseño de vestuario, maquillaje o peluquería, así como la puesta en escena y hasta la música. No es solo una cuestión de la extensión de un relato que no da para tanto, sino el guion que lo sustenta. Los dos primeros capítulos no logran rebasar la línea de la infidelidad de los dos esposos y la resistencia injustificada de todos a que se produzca el divorcio entre ambos, algo que al espectador deja de importarle a partir de los 10 minutos.

A diferencia del cine que se hace en la zona, en el que se realizan los mismos dramas y comedias que en la zona llaman doramas, especialmente en Corea del Sur, las series japonesas en general no muestran el mismo desarrollo imparable que se manifiesta en la brillantez de una sociedad que lucha con las herencias del pasado que le impiden avanzar, pero que ha llevado a sus ídolos a un acercamiento a las mujeres, manifiesto en lo que se ha dado en llamar soft marculinity, unos actores que protagonizan historias muy bien narradas, al frente de las que hay equipos dirigidos por un magnífico storyteller. La sociedad japonesa que nos muestra esta serie ofrece una apariencia más occidentalizada y a la par más cínica, una actitud que se observa en el cansancio que reflejan unos personajes que se arrastran por una metrópoli que ha perdido todo su encanto, y a la que le falta la serenidad y la energía que nos trasladaban Ozu o Kirosawa, pero que también se aleja del misticismo de Naomi Kawasake, y del encanto de Hayao Miyazaki y la profundidad, a veces de un intensidad insoportable, de Takahata. Esta serie, a la que ni siquiera embellece una buena banda sonora, se hunde en el aburrimiento, los chistes sin gracia, una comedia de situación desangelada y poco verosímil.

Muchos de sus jóvenes tienen looks muy parecidos a los de cualquier joven de España, Londres o New York, y juegan en salones en máquinas de Pachinko, locales que hizo célebre un coreano (muchos emigrados a Japón durante la ocupación de Corea por los japoneses eran dueños de locales llenos de estas máquinas, lo que ha nombre a la serie que protagoniza Lee Min-ho), vestimentas muy similares y cabellos a lo Adam Driver, más la historia que nos cuentan carece de interés, aunque, de vez en cuando, suena música que evoca el k-pop. Las ciudades  muestran una escasa planificación urbanística, producto de la burbuja inmobiliaria, y el pinchazo de hace más de 30 años. Mas como en todas las civilizaciones 'el nombre del padre' del que habla Lacan castra a la madre por medio del agente más poderoso: la esposa, que ridiculiza al marido que tiene una buena relación con ella. En Vivarium, el monstruoso hijo que coloniza a la protagonista, alecciona a su madre postiza diciéndole que la tarea de la progenitora es educar a su hijo para salir al mundo y abandonar el hogar. ¿Y después? pregunta ella. "Después, muere". Un discurso que atenaza a las mujeres desde que deciden procrear, razón por la que, las nuevas generaciones, conscientes, ya que no desean convertirse en el futuro en 'yokais', como las llama la protagonista, auténticos demonios, no solo militan en la misogamia, muy extendida en Oriente, sino que se resisten a tener hijos, un hecho que está amenazando a las generaciones futuras. Todo eso está en la serie, como está presente en cualquier historia, lo que nos permite conocer un poco más a la sociedad nipona.




Covid. mascarilla

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