La crónica francesa. Wes Anderson. Ficha de identificación y crítica.
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UN PASO MÁS DE WES ANDERSON, UN CINEASTA PIJO Y AFRANCESADO EN CONSECUENCIA, EN LA DECONSTRUCCIÓN DE LA INTELECTUALIDAD EMPODERADA, MEDIANTE CONSTANTES EFECTOS BRECHTIANOS DE ALEJAMIENTO, RESIDENTES EN UNA FORMA, CON MULTIPLES REFERENTES CINEMATOGRÁFICOS E IMÁGENES DEL PAPEL, CON CALIDAD ICÓNICA, DE RECORTABLE. UN VERDADERO SPRINT EN EL ATAQUE A QUIEN SE SIENTA CONCERNIDO A TRAVÉS DE LOS PERSONAJES QUE HA CREADO A LO LARGO DE SU CARRERA.
Ficha de identificación:
Título original: The French Dispatch (of the Liberty Kansas Evening Sun)
País: Estados Unidos. Co-producción Estados Unidos/Alemania
Año: 2021
Duración: 108 minutos
Género: comedia disparatada
Dirección: Wes Anderson
Guion: Wes Anderson, basado en una historia de Wes Anderson, Roman Coppola, Hugo Ginness
Casting: Douglas Aibel
Dirección de Fotografía: Robert D. Yeoman
Música: Alexandre Desplat
Edición: Andrew Weisblum
Dirección artística: Matthieu Beutter, Loïc Chavanon, Stéphane Cressend, Kevin Timon Hill
Decoración del set: Rena DeAngelo, Emma Szwark
Diseño de vestuario: Milena Canonero
Diseño de maquillaje y peluquería y diseño de maquillaje protésico: Frances Hannon
Productores: Wes Anderson, Steven Rales
Productores ejecutivos: Roman Coppola, Christoph Fisser, Henning Molfenter, Charlie Boecken
Diseño de producción : Adam Stockhausen
Compañías productoras: American Empirical Pictures, Indian Paintbrush, Indian Painbrush, Studio Babelsberg; distribución : Searchlight Pictures, Disney Plus
Reparto:
Benicio del Toro: Moses Rosenthaler
Adrien Brody: Julian Cadazio
Tild Swinton: J.K.L. Berensen
Frances McDorman: Lucinda Krementz
Timothée Chalament: Zeffirelli
Lyna Wright: Roebuck Wright
Mathieu Amalric: el comisario
Steve Park: Nescaffier
Bill Murray: Arthur Howitzer, Jr.
Owen Wilson: Herbsaint Sazerac
Bob Balaban: Tío Nick
Henry Winkler: Tío Joe
Lois Smith: Abrazadera Upshur 'Maw'
Tony Revolori: Joven Rosenthaler
Denis Ménochet: Guardia de prisiones
Larry Pine: Magistrado Jefe
SINOPSIS:
El retrato de un periodista estadounidense que lucha por escribir con integridad desde París a mediados del siglo XX.
LO QUE SE DICE:
El film, como ocurre con todos los que lanza Wes Anderson, ha sido bien valorado y los críticos han hecho gala de sus mejores armas retóricas, aunque sólo sea para combatirlo. La página española Filmaffinity publica una media de 6,3, basada en una participación muy inusual de la página, lo que puede tener múltiples explicaciones. La norteamericana Imdb eleva esta media a 7,1, de acuerdo con la valoración de 122,000 usuarios.
La prensa anda desorientada ante un director que más que militar en un estilo él mismo es un estilo propio, y no hay referentes con quien compararlo, no hay reseñas eruditas tras las que esconderse, sino que hay que entrar al trapo y arriesgarse en cada análisis. El discurso de Luís Martínez (Diario 'El Mundo', de raíz filosófica, como es habitual, se introduce por terrenos pantanosos, partiendo de una premisa: " La estética, para entendernos, es un acto político. La frivolidad es revolucionaria. Y así." En el cuerpo central de su artículo, con el que estamos en parte de acuerdo, desarrolla esta idea y muestra cómo el discurso cinematográfico pretendidamente comprometido, empieza su deriva hacia lo feo. Creo entenderlo, porque en alguna parte comparto lo que dice. Otros se agarran a lo tangible y hablan de tributo al New Yorker (Peter Bradshaw (The Guardian', o amor por la palabra escrita y las figuras excéntricas (David Rooney, The Hollywood Reporter).
CRÍTICA:
La última película de Wes Anderson, en plena era pandémica, me resulto profundamente divertida, más que irónica un taimado ataque frontal a la progresía, e incluso a los movimientos de masas que encabezan los jóvenes, mientras los adultos se pierden en los placeres gastronómicos, los que a partir de cierta edad presiden su vida. Esta ridiculización de lo sagrado en algunos sectores de élite de la población lo hace sirviéndose de una forma extraña, como extraño es el discurso que subyace para los que se manifiestan desde una orilla y otra del caudal ideológico, que no logran salir de las cavernas. En cada una de sus películas, los personajes de Wes Anderson tienen cierto sesgo autobiográfico. Me llamó poderosamente la atención la chavala que protagoniza 'Moonrise Kingdom' que escapa al campo con su excéntrico amigo y lleva con ella un tocadiscos portátil y un vinilo de François Hardy, una cantante francesa conocida en la época del mayo francés, pero apenas por los jóvenes de hoy, y cero alimentos y utensilios para su supervivencia; no se puede ser más superficial y frívolo. El propio director es ese hombre al que describe un inversor inmobiliario en esta misma película: "Un liberal es un rojo con formación universitaria", y en su caso, además afrancesada, en unos tiempos en los que el segundo idioma por excelencia, en todos los sistemas educativos del mundo es el inglés, la lengua de la ciencia y la tecnología, pero algunas familias optaron y optan por la lengua que usaron los privilegiados de todo el mundo hasta bien entrado el siglo XX. Ahora da un paso más, y el periódico The New Yorker. citado por Peter Bradshaw en The Guardian, se convierte en una publicación estadounidense ubicada en una pequeña ciudad francesa. Anderson vive ya en París, aunque ha crecido y se ha desarrollado como realizador en New York.
Cada set evoca la página de un periódico antiguo, en uno de cuyos decorados hace un homenaje muy explícito a la secuencia de las escaleras del 'Tío' de Jacques Tati, el que se rebela contra la modernidad tecnológica y vive en un barrio de París, lleno de gatos que viven de las basuras que rebosan de los recipientes donde debían estar contenidas. Esto es vida, y no las sillas ergonómicas en las que nadie se puede sentar. De acuerdo con el plan trazado, divide su relato en tres parte: una dedicada al arte, otra al periodismo y la última a la gastronomía, siguiendo el patrón de las viejas composiciones de la imprenta, que hoy funciona como un elemento de ostranenie, que consigue que recibamos las cosas como son percibidas, no como son sabidas. En el primer capítulo de esta composición peculiar, un personaje estrafalario y extravagante interpretado por Benicio del Toro, inquilino de una cárcel/manicomio, ridiculiza, junto al igual de estrafalario y extravagante empresario, marchante de arte, que representa Adrien Brody, la frivolidad y la ignorancia que dominan el mercado del arte, y los infantiles argumentos de quien quiere vender lo que es un extravagancia, una expresión de la locura de su autor, a millonarios que valoran las obras por los ceros del cheque, cuyo destino es epatar a los consumidores de museos con la misma facilidad. Un ataque frontal y sin disimulos a los que se creen portadores de una cultura superior, pero están igualmente dominados por el capital.
En la segunda parte, son los hijos de la burguesía los que se movilizan en las calles parisinas, y reproducen tantas imágenes de Godard; los de 'haz el amor y no la guerra', que juegan al ajedrez con las autoridades, y pierden el tiempo (una voz en off se pregunta si alguna vez podrán volver a las aulas y seguir estudiando) en debates intrascendentes, aunque , eso sí, llenan la vía pública de barricadas muy vulnerables. Más de uno se sentirá tocado, y rememorará los tiempos en los que las Universidades y su expresión cargada de cierto glamour y encanto, estaban a punto de ser sustituidas por las pragmáticas Escuelas de Negocios. El film culmina con la representación de la forma con la que se puede ablandar incluso a los secuestradores y estafadores de todo tipo, llenándoles el estómago de los alimentos mejor cocinados por el gourmet, aunque envenenados, una buena metáfora de lo que pueden las 'lentejas' de Jacob. Un recorrido por la trayectoria vital de quienes creen ser la vanguardia de la sociedad y salen de su euforia desplumados y ridiculizados. Un enfoque que ha convencido a más de un crítico de cine, al que quizá le muevan pasiones diferentes a las del director. O no.
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