El autor. Manuel Martín Cuenca. Crítica.



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Crítica:



A Carlos Boyero le sobra en este relato el personaje de Irene, interpretado por María Leon Barrios, la esposa de Álvaro (Javier Gutiérrez), cuando en realidad es el faro que guía esta historia, el espejo en el que se mira un mediocre abogado, oficial de una Notaría, un oscuro funcionario dominado por el resentimiento, el rencor y los celos,  que, el mismo día en que esta mujer recibe un denostado betseller, ocupa un asiento en un taller de escritura que dirige otro mediocre escritor con ínfulas de maestro, interpretado por Antonio de la Torre, el paradigma de la actitud vital de este individuo como esposo y como profesional, un incidente que precipitará el ingreso de la trama en el cuerpo central de la narración cinematográfica.

En cierta medida, el film que dirige Manuel Martín Cuenca tiene vocación de metaficción literaria con un trasunto cinematográfico, que relata fielmente la forma en la que un personaje ficticio, pergeñado por la mente de un escritor, Javier Cercás, va construyendo a la vista del espectador todos los movimientos que realiza el aspirante a novelista, que toma una finca como el símbolo o la metáfora de la sociedad, un edificio que se erige en una célula social en la que residen todos aquellos hombres y mujeres que dan forma a la sociedad en que estamos inmersos cada uno de nosotros y los fagocita: emigrantes desesperados por la pérdida del empleo y dispuestos a cualquier cosa para no tener que volver al país del que huyeron, una portera de manual, -gorda, cutre, con mal gusto, religiosa, de edad media...todo un prototipo de clase baja desinformada, que se revela en la decoración de su propia casa, de cuyas paredes cuelgan cuadros horrorosos, comprados en un mercadito, pasos de semana santa, santos, sofás agobiantes, y que como no podía ser de otra manera,canta saetas -, y un pseudointelectual cascarrabias que brama contra la democracia, una enfermedad de las élites dirigentes que 'declinan su responsabilidad en la masa amorfa del pueblo', pero también contra las tiranías, sin importarle, como arquetipo de viejo intelectual, que juega al ajedrez, (el colmo del erudito), las contradicciones que abundan en su discurso.

Una vez diseñados sus personajes, cuyas vidas ha fagotizado mediante un asalto fraudulento y perverso a su intimidad, tiene que pasar a hilvanarlos en una historia creíble; lo que no puede ni imaginar es que la realidad invadirá su ficción y le proporcionará un final que él mismo hubiera sido incapaz de imaginar y que le hace sentirse un novelista con un talento comparable al de Hemingway, que ha ocupado su imaginario desde que su visionario profesor llenó su cabeza ideas absurdas asociadas a manías propias de hombres a los que no solo les gusta escribir, sino también provocar  a su público con gestos snobs, que Martín Cuenca lleva a la pantalla, y esas sí que yo me las hubiera ahorrado. El resultado de este esfuerzo colectivo ha sido aceptable gracias al trabajo sobresaliente de  Javier Gutiérrez, un actor idóneo para representar el papel de un sociópata que ha decidido elevarse por encima de los demás, situarse en el Parnaso junto a Flaubert o Proust, guiado por un maestro, obediente al vientre, según definición de Salustio en su De Catilinae coniuratione, que se presta a guiar al peculiar aprendiz de escritor a cambio de unos cuantos crustáceos en un restaurante de medio pelo, y que, a pesar de sus aires de entendido, en el fondo valora el trabajo de Irene, una mujer que ha sido capaz de entender lo que una mujer es capaz de aportar a un matrimonio que ya hace aguas. La sociedad se lo ha recompensado. En el fondo, Manuel Martín Cuenca, ha entrado en el debate que ha hecho correr ríos de tinta: la lucha dialéctica, presente en múltiples reseñas, entre lo que algunos se han esforzado por ningunear, con la sola etiqueta disuasoria de betseller y en cine de blockbuster, y  la  hipervalorada 'obra de autor', un dialéctica que logra sacar adelante un actor como Javier que ha sorprendido al cine español en papeles como el que defiende en 'Hogar' de Alex y David Pastor, que podéis encontrar también en Netflix, que lo van erigiendo en magno representante del resentido, el villano que no acepta descender de nivel social y que es capaz de cualquier cosa para encaramarse en la cumbre y desde allí despreciar a sus conciudadanos, sacrificando a su propia familia. Asó lo han sabido apreciar los jurados de los Premios Goya y Premios Feroz  en 2017, Premios Fénix y Platino en 2018.


Tenéis disponible la película en Netflix.

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