Comportarse como adultos (Adults in the Room). Crítica.





DIFÍCIL EQUILIBRIO ENTRE EL BLOCKBUSTER Y EL CINE DE AUTOR DE VOCACIÓN POLÍTICA


Ficha técnica, sinopsis, lo que se dice (Pinchad aquí)

El pasado lunes asistimos a la proyección de Adults in the Room, la última película de Konstantin  Costa-Gavras, en el seno de una sesión del cine-club que,como cada lunes, tiene lugar en una de las salas del Cine Lys, programado por su gerente Silvino Puig Boltes, y dirigido por Fernando Franco Barcelona. Una cita importante, como todas las que se producen en torno a cineastas consagrados. Es difícil cuestionar el trabajo de un director que goza de una sólida aureola de prestigio entre ciertos sectores del público, que han convertido las fabulaciones y las historias del octogenario realizador en el emblema de un cliché que funciona como dogma, un hombre que se  licenció en Literatura en París, donde entró en contacto con dos célebres activistas, dentro y fuera de la pantalla, Simone Signoret e Ives Montand, cuando las calles de París ardían con consignas bien diferentes a las que soliviantan el movimiento revulsivo de los chalecos amarillos; hoy habría que hacer otras películas. Quien desarrolló la mayor parte de su labor en Francia, bien como director, bien como guionista, o ambas cosas a la vez, unas veces adaptando la obra de otros , otras con historias propias ('Los railes de la muerte de Sebastien Japrisot, 1965; 'La confesión, 1970; Amen, 2001; Arcadia, 2004...), consiguió la mayor unanimidad de su público con algunas películas hechas en Norteamérica, como 'Missing', una adaptación de la obra de Thomas Hauser, basada en el caso real de un joven desaparecido, Charles Horman, que denunciaba la intervención de los Estados Unidos en los golpes militares que asolaron el Cono Sur americano, pero descendía al suelo mediante la aproximación de su cámara a una de las víctimas y al suplicio de unos padres en la penosa búsqueda de su hijo. 

Pedro Vallin* pretende desterrar todos los prejuicios que giran en torno a la política de los cineastas, ya sean responsables de películas de género, a las que se denomina productos o producciones, y que se imponen en el Nuevo Mundo, ya se trate de cine de autor, cuyas realizaciones  se califican de obras y creaciones, una manipulación evidente  de la nomenclatura con la que se designa la manera en que cada cineasta da forma a su relato, denostando a los primeros y glorificando a los segundos. Vallin afirma que ha escrito su libro '¡Me cago en Godard! con el objetivo de demostrar que "el Hollywood clásico, un producto indeliberado del Tercer Reich, a través de sus productos de masas ha promovido valores emancipadores y libertarios contrario a los excesos del poder económico y político, contrarios a la acumulación de capital y a la especulación, defensores de las minorías, de los débiles, de los trabajadores, de las mujeres y de los perseguidos por razón de raza, ideas u opción sexual (...) Y esto no ocurre en el cine independiente o alternativo, que también produce Hollywood, sino de forma principal en el cine de audiencias masivas.." Si esto puede escandalizar a sectores de espectadores, la conclusión a la que llega es mucho más llamativa, afirmando que 'la producción audiovisual europea, como norma general, se ha ido convirtiendo en una expresión de ensimismamiento individual y cultural defensora de valores marcadamente autoindulgentes...". Resulta obvio al leer el libro que su autor venera a los grandes cineastas europeos, ya se llamen Bergman, Tarkovsky, Antonioni, Godard o Fellini, como no podía ser de otra manera, si bien parece recoger el descontento de quienes no aceptan el ninguneo constante de ingentes esfuerzos que satisfacen a otros grupos de espectadores, jóvenes y no tan jóvenes, que han nacido y se han desarrollado en los prolegómenos de la sociedad tecnológica, una opción que defendió Ángel Fernández Santos en un artículo que tituló "El cine como gozo".

Por otra parte, Costa-Gavras, aunque contribuyó a denunciar la forma en que se gestó la primera crisis global de la historia, en la que estamos inmersos, en su película 'El capital' (2012), llegó tarde, cuando, en todos los géneros posibles, -documental, comedia, drama, tragedia...-, los cineastas norteamericanos habían ido incrementando la videoteca de temática económica, una crónica del presente, en películas que nos hablaban de los actores del gran engaño, (In side Job, Charles Ferguson, 2010, que impresionó a la audiencia), los 'jugadores' de bolsa, que arriesgan el dinero ajeno (Wall Street. El dinero nunca duerme, Oliver Stone, 2010); los efectos en los empleados, ya estuvieran a pie de obra o en la cúspide (Up in the air, Jason Reitman, 2009; The Company Man, John Wells, 2011). Después vendrían 'El lobo de Wall Streat' de Martin Scorsese, 2013 y 'Margin Call', J.C.Chandor, 2011, y muchas otras que abarcan todos los aspectos generales e individuales, públicos y privados, o de lucha por el poder en cualquiera de sus manifestaciones, que se hace visible en la cúspide de los diferentes organigramas públicos y privados. Todos ellos cineastas que se esforzaron en hacer inteligible el mundo en que vivimos, un esfuerzo de valor inestimable, no porque pretendieran competir en el mundo de las finanzas y en el perverso juego de la bolsa, sino para que la gente puediera vivir en paz y proteger sus excedentes, generalmente muy modestos acumulados a lo largo de toda una vida de esfuerzo y de trabajo, que es lo que en realidad crea riqueza. No queremos pasar más miedo que en una película de Wes Craven o de John Carpenter, confesaba uno de estos autores que han legado una extensa obra didáctica al servicio de futuros historiadores.

Volviendo al film de Costa-Gavras, nos encontramos con la primera manipulación en el título: no es lo mismo comportarse como adultos, que estar encerrados en una habitación, siendo adultos. Porque, a pesar de que los actores y, en especial  Christos Loulis, que interpreta al protagonista/autor del libro que adapta el film, Yanis Varoufakis, figura omnipresente, icono del orgullo y la prepotencia, una sensación que se agudiza  en la película doblada con la voz de un actor que desprende el mismo estilo personal que el rostro del autor,  se mueve por más de un set (su casa, el despacho de Alexis Tsipras, edificios de instituciones europeas y griegas),  la trama principal se desarrolla en un único despacho en Bruselas, en el que se reúne la Troika (Fondo Monetario Internacional, la Presidencia del Eurogrupo, que congrega una vez al mes a los ministros de Economía y Finanzas de los estados miembros y el Director del Banco Europeo),  rodeada de todos los líderes de los diferentes países que constituyen la frágil comunidad europea, a la que el ministro griego intenta torcer el brazo, -algo muy de moda-, careciendo de la fuerza necesaria fuera de los despachos de su ministerio. El único elemento dramático en estas reiterativas sesiones es el desplazamiento constante de Christos desde su silla a la de sus interlocutores, para seguir forcejeando en torno a un eje del discurso, el MoU o  Memorandum de Entendimiento entre el gobierno griego  y los acreedores, en el que se otorgaba una ayuda multimillonaria al país a cambio de reformas  estructurales fijadas por los segundos. Apenas se presta atención a esta contrapartida que llenó de dolor y tristeza a aquellos que, con excepción de una breve secuencia, no tienen un lugar en esta historia, y que no habían contribuido al desastre, insistiendo en los dos conceptos : Troika y MoU.

Dos cameos al cine americano e italiano suponen una pincelada exótica en el film: la de una numerosa manifestación de jóvenes silenciosos que se aproximan a un restaurante en el que se encuentra el Ministro de Economía, en una actitud que recuerda a los zombies de 'El príncipe de las tinieblas' de John Carpenter, muy inquietante e incluso amenazante respecto a quien ellos creen que los ha engañado, y la secuencia con la que se cierra el film, muy felliniana, que roza el ridículo. Pero la mayor concesión al cine mainstream es la contratación del músico más cotizado del cine actual, Alexandre Desplat ,  cuya carrera no ha dejado de ascender desde que en 1986 debutó en el cine con 'Le souffleur', sin hacer ascos a sagas como 'Crepúsculo' o 'Harry Potter', y que ha sido el constructor de scores musicales elegido por directores muy potentes, como Marlen Gorris, Ken Loach, Sean Penn, Alejandro Iñarritu, Terrence Malik, Polanski y muchos otros. Desplat consigue convertir su música en un personaje más, una presencia que anima a los tristes griegos concentrados en la Plaza Sintagma de Atenas, en la que ondean sus banderas, celebrando el triunfo de Tsipras, que te hiela la sangre en las venas. Un gran homenajes al pueblo heleno que eriza todos los pelos del cuerpo. Un enaltecimiento, sin rostro, de un espejismo, del que pronto despertarían, tras una triste transición, perdido su orgullo.


Se ha comparado a Costa-Gavras con Ken Loach o Mike Leigh, pero estos dos realizadores británicos se enfrentan a la realidad de forma sobria, cruda, distópica y desoladora, poniendo en primer plano, humanizando y dotando de rostro a las víctimas de los expoliadores de un excedente miserable obtenido a lo largo de toda una vida. La próxima semana  que concurramos a la cita del cine club Lys  se proyectará y debatirá en torno al último film de Loach: 'Sorry We Missed You'. Asistiremos.


* ¡Me cago en Godard! Pedro Vallín. Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre. Arpa & Alfil Editores, S.L. 2019

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