Utoya. Erik Poppe. Crítica.
NORUEGA ENTRA EN LA ERA TECNOLÓGICA SACRIFICANDO A LOS CACHORROS DE LA SOCIALDEMOCRACIA EN UTOYA (22 DE JULIO DE 2011).
FICHA TÉCNICA, SINOPSIS, LO QUE SE DICE. (PINCHAD AQUÍ).
CRÍTICA:
Utoya resulta la primera víctima de la forma elegida por su realizador Erik Poppe, una mirada que incide en la estructura del film, constituida por un brevísimo preámbulo de unas cuantas tomas con cámara fija subjetiva, ante la que pasan, como unos fantasmas, unos cuantos adolescentes de los que conviven en un campamento de verano de la Liga Laborista Juvenil, rama del partido que integra a los más jóvenes, incluido algún niño, situado en una isla de 0,14 km2, ubicada en el lago Tyrifjorden a cuarenta kilómetros de distancia de la capital, Oslo. Sin solución de continuidad comienza un plano-secuencia de 77 minutos, los mismos que duró la matanza de, al menos, 69 jóvenes, atrapados en una ratonera en la que se sentían seguros al conocer el atentado que se produjo ese mismo día en edificios gubernamentales de la metrópoli. Las cámaras se echan encima de una joven, Kaya, (Andrea Bernsten), que se encuentra en el lugar junto a su despreocupada hermana menor Emilie,( Elli Rhiannon Müller Osbourne ), y los breves y pretendidamente intensos momentos que comparte con otros chicos y chicas concentrados en el lugar, con el objetivo de dramatizar, con personajes ficticios, estos hechos luctuosos.
El propósito de la cámara son las víctimas, a las que persigue cuando huyen y cuando mueren, dejando ver tan sólo unos pocos segundos al psicópata asesino que, con el objetivo de aumentar los efectos letales de sus proyectos asesinos, entra en la isla vestido de policía, lo que desorienta extraordinariamente a los acampados. Es adecuada al tema la decisión de elegir este lenguaje, cercano al documental, que muestra el dolor de los concentrados y sus familias, presentes en los teléfonos móviles en los que madres desesperadas intentan conectar con sus hijos, una circunstancia que acompaña al avance de la tecnología y de la que los espectadores avispados ( curiosamente en uno de los momentos más críticos, cuando parece que no se puede añadir más dolor, una avispa amenaza con morder a Kaya) son perfectamente conscientes gracias a las precisiones en torno a este tema que incorporan en los informativos los periodistas que cubren grandes matanzas u otro tipo de tragedias que afectan a los jóvenes y que permiten el contacto de los últimos momentos de los tristes e involuntarios protagonistas con sus familias. El fiasco reside en la creación de esa historia inventada con el objetivo de que el espectador tenga un referente, algo que seguir con atención durante los 77 minutos que dura el plano-secuencia, que supera con mucho el reto que se impuso el maestro Alfred Hitchcock de realizar su película The Rope (La soga, 1948), realizada con tan solo ocho planos.
En resumen, si Poppe acierta en el aspecto documental del film, no logra el mismo éxito en el tratamiento de esta historia como thriller, en la que están ausentes tanto el sociópata, sus razones para actuar de esta forma tan anti-humana, su cercanía a los grupos de jóvenes que huyen, generando momentos de tensión que introducen la rutina de unos sonidos de disparo que jalonan los 77 minutos sin descanso, sin que llegue al espectador la angustia y el dolor de unos jóvenes que en su corta vida todavía no le han puesto cara a la muerte. Algún crítico eleva el tono en lo que quiere ver cierto grado de irresponsabilidad moral de cualquier producto audiovisual (Miguel Ángel Palomo). Lo que resulta más difícil es aceptar que el relato audiovisual supone, al menos masivamente, una experiencia inmersiva y extenuante para quien asiste al espectáculo en su cómodo sillón de la sala de proyecciones. El débil relato poético de la historia ficcionada no resta valor a un film necesario sobre el odio soterrado y muy arraigado que arranca del mismo siglo XIX y principios del XX hacia un sector de la izquierda que renunció a la revolución y alcanzó el poder en largos periodos de la reciente historia europea, concitando en su contra el rencor de todo el arco ideológico.
Un film que hay que ver, con independencia de los matices que cada cual decida proponer o proponerse.
El propósito de la cámara son las víctimas, a las que persigue cuando huyen y cuando mueren, dejando ver tan sólo unos pocos segundos al psicópata asesino que, con el objetivo de aumentar los efectos letales de sus proyectos asesinos, entra en la isla vestido de policía, lo que desorienta extraordinariamente a los acampados. Es adecuada al tema la decisión de elegir este lenguaje, cercano al documental, que muestra el dolor de los concentrados y sus familias, presentes en los teléfonos móviles en los que madres desesperadas intentan conectar con sus hijos, una circunstancia que acompaña al avance de la tecnología y de la que los espectadores avispados ( curiosamente en uno de los momentos más críticos, cuando parece que no se puede añadir más dolor, una avispa amenaza con morder a Kaya) son perfectamente conscientes gracias a las precisiones en torno a este tema que incorporan en los informativos los periodistas que cubren grandes matanzas u otro tipo de tragedias que afectan a los jóvenes y que permiten el contacto de los últimos momentos de los tristes e involuntarios protagonistas con sus familias. El fiasco reside en la creación de esa historia inventada con el objetivo de que el espectador tenga un referente, algo que seguir con atención durante los 77 minutos que dura el plano-secuencia, que supera con mucho el reto que se impuso el maestro Alfred Hitchcock de realizar su película The Rope (La soga, 1948), realizada con tan solo ocho planos.
En resumen, si Poppe acierta en el aspecto documental del film, no logra el mismo éxito en el tratamiento de esta historia como thriller, en la que están ausentes tanto el sociópata, sus razones para actuar de esta forma tan anti-humana, su cercanía a los grupos de jóvenes que huyen, generando momentos de tensión que introducen la rutina de unos sonidos de disparo que jalonan los 77 minutos sin descanso, sin que llegue al espectador la angustia y el dolor de unos jóvenes que en su corta vida todavía no le han puesto cara a la muerte. Algún crítico eleva el tono en lo que quiere ver cierto grado de irresponsabilidad moral de cualquier producto audiovisual (Miguel Ángel Palomo). Lo que resulta más difícil es aceptar que el relato audiovisual supone, al menos masivamente, una experiencia inmersiva y extenuante para quien asiste al espectáculo en su cómodo sillón de la sala de proyecciones. El débil relato poético de la historia ficcionada no resta valor a un film necesario sobre el odio soterrado y muy arraigado que arranca del mismo siglo XIX y principios del XX hacia un sector de la izquierda que renunció a la revolución y alcanzó el poder en largos periodos de la reciente historia europea, concitando en su contra el rencor de todo el arco ideológico.
Un film que hay que ver, con independencia de los matices que cada cual decida proponer o proponerse.
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