Cold War. Crítica



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Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero. (Teresa de Jesús)

El mal amor o amor tóxico.

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Crítica:

Pawel Pawlikowski reaparece en las pantallas europeas y norteamericanas con una historia de amor tóxico, que precisamente por esta razón es una historia triste, ni la más triste ni la historia más bella jamás contada, como afirma Luís Martínez en su escrito para el diario 'El Mundo', sino una nueva crónica bergmaniana de la imposibilidad trascendida a cualquier tiempo y lugar de la pareja. Como hace Paul Schrader (parece que todos están empeñados en resucitar a Ingmar Bergman, ahora que sus películas en vídeo están siendo descatalogadas), el realizador polaco opta por el blanco y negro y la pantalla cuadrada de 35 mm, que mantiene, en general, hasta el fin de la película, en la que articula la historia de Zula (Joanna Kulig) y  Wiktor ( Tomasz Kot ) a través de la música, comenzando por las canciones populares que cantaban los pastores, que se trasladan a los grandes escenarios de la tiranía de Stalin, que recoge la tradición nacional de los diferentes pueblos que integraban la URSS a través de puestas en escena que combinaban las estrofas y melodías ancestrales con la danza, como ocurría en otros países como España con los coros y danzas de la sección femenina de la Falange, en Polonia dirigida por hombres del partido; la huida o expulsión, según se mire de Wiktor, nos lleva a garitos de jazz, composición de scores para el cine, grabación de vinilos, e incluso el music hall de 'baja estofa'.

Pero Pawlikowski  no utiliza la música como ornamento o para crear una atmósfera determinada, sino para algo mucho más profundo: hacer un introspección en el alma de los personajes, entender a una joven de escasa formación  con un pasado tormentoso, que había matado a su padre cuando intentaba violarla. Zula era una chica vivaz, despierta, con un sabiduría innata y atávica y un conocimiento de los bajos instintos que se esconden muchas veces en sociedades en las que  se ahoga y se sumerge en el silencio lo que trasciende las leyes morales de los antepasados. Una chica que forma parte de esa clase de jóvenes que, como decía James Joyce en su 'Ulises', no tenían nada que aprender porque lo sabían todo. En eso lleva ventaja al músico, mayor que ella, cultivado e inocente, que, como hace la mujer, satisface sus necesidades con diversas amantes que no desplazan a Zula de su pensamiento. Esta diferencia de idiosincrasia, cultural, a pesar de ser ambos polacos, convertirá la relación entre los amantes en imposible, una certeza que los llevará a una solución extrema, de nuevo a lo Bergman. Mas no es la primera vez que alguien pone el acento en lo que representa cada género musical en una época determinada de la sociedad que les da forma. Steven Spielberg, en Munich, construye una secuencia que ha quedado insertada en el imaginario colectivo: dos comandos terroristas, uno palestino y otro israelí, coinciden en un piso franco. Hay una sola radio, y ambos disputan por conectar sus respectivas emisoras, hasta que alguien se levanta y busca música norteamericana. A pesar de las diferencias entre ellos, todos callan ¿por qué? No podemos confundir lo que hacen los diferentes gobiernos (muchas veces elegidos por los ciudadanos que no forman un todo indivisible), con lo que hacen los artistas de cada país, que revela mucho más de lo que parece, especialmente el nivel de libertad creativa que han conseguido en su enfrentamiento con el poder.

Zula y Wiktor son incompatibles, pero se aman y se desean e inician el recorrido del mal amor, en el que ambos se hacen daño, se encuentran y desencuentran y acaban entendiendo que las barreras que los separan jamás las podrán salvar, maltratándose sin pretenderlo. ¿Qué potencia este amor romántico tan desacreditado por las feministas? ¿Existe de verdad ese amor imperecedero que justifique el desenlace de esta pareja? Se dice que es una bella historia, pero no una historia de amor, algo que parece muy discutible, ya que la literatura y el cine siguen potenciando esa relación entre personas, de la que se dan múltiples ejemplos en la vida real, a los que, si añadimos el sentimiento de posesión, ausente en el film, el resultado puede ser trágico. Mas esta bella historia nos habla de los pueblos y las diferentes clases sociales que los sustentan, de la dificultad que entraña, en muchas ocasiones, más allá del contacto de los cuerpos, la posibilidad de una vida cotidiana que no entrañe el desgarramiento de la relación, algo de lo que acaban siendo bien conscientes los protagonistas.



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