Le llamaban Jeeg Robot. Crítica del blog.
El film de Gabrielle Mainetti, cineasta italiano de 41 años, ha sido muy aplaudido, con razón, por su film 'Le llamaban Jeeg Robot', realizada en 2015, que toma como referente el cine de adaptación de superhéroes norteamericano de DC Comics o Marvel, y sobre todo del manga japonés, adaptándolo al paisaje de Roma y la idiosincrasia del italiano, inmerso con frecuencia en las redes de delincuencia nacional que controlan las mafias y las camorras, mal vestidos, mal carados, habitando en casas modestas y decoradas con materiales pobres y decadentes, a los que el beneficio de sus acciones delictivas parece traducirse tan solo en marcas profundas en su rostro.
Embozados tras un pequeño trozo de tela, enganchado a la capucha de su sudadera, Enzo Ceccotti, interpretado por Claudio Santamaría, adquirió sus poderes tras entrar en contacto con una sustancia pegajosa, parecida al crudo, que se almacenaba en un lugar del puerto donde había intentado esconderse. La idea no es en absoluto nueva, ya que la contaminación ambiental está en la base de múltiples relatos de ciencia-ficción y de terror, que han dado lugar a franquicias tan bizarras como la de 'El vengador tóxico', financiada y producida por 'La Troma'. Lo que aquí se plantea el guionista Nicola Guaglianone es qué ocurriría si semejante metamorfosis se produjera en el cuerpo de un delincuente. Trasladados a la Ciudad Eterna, en el centro de la gran bota donde extiende sus tentáculos la mafia, la respuesta no parece tan difícil: muchos se ven arrastrados a esta forma de vida por la miseria que causa lazos de dependencia con los grandes señores de las camorras. El resultado del proceso es tanto la transformación en un héroe protector de la sociedad como un villano al que le gusta la sangre y que sueña en realizar actos de terrorismo masivo. Curiosamente el segundo ha alcanzado la gloria como personaje del concurso televisivo que se expande a escala mundial y que es conocido como 'El Gran Hermano', una inclinación que parece contribuir al perfil de ciertos jóvenes que buscan la notoriedad y el triunfo fácil, algo que marca en cierta medida al personaje.
Esto permite al realizador construir una diégesis que "sin necesidad de renunciar al cliché narrativo ni al visual, (...)Mainetti ha compuesto un relato complicadísimo de articular, en el que se mezclan la obsesión por la fama y los juegos de rol; la mafia de la droga y la canción popular italiana; el karaoke y la pederastia en el entorno familiar; el fútbol, la pornografía y la lucha social. Nada fácil" (Luís Martínez. El irrompible de Roma. Diario 'El País', 12 de mayo de 2017).
El héroe
El villano
La atmósfera es la otra cara de la moneda de cualquier film norteamericano en el que todo es cálido, brillante, limpio, y sus héroes, como el Tony Curtis de 'La gran carrera del siglo', siempre vestido de blanco, sale impoluto de sus peleas. Los italianos son cutres en las formas, han sobrepasado hace tiempo la linea que separa el peso ideal del sobrepeso, viven en casas construidas y decoradas con el mal gusto que impone lo barato (de ahí el éxito del low cost de Ikea entre la clase media depauperada occidental), tienen sueños también modestos y generalmente terminan mal, derivando las relaciones familiares hacia el incesto o la colaboración en trabajos al margen de la ley. Un universo que, los más ambiciosos, ansían destruir, buscando transitoriamente la gloria en reality shows. Se ha hablado, y mucho, de la influencia del manga de Go Nagai, del que se despide el protagonista con un toque de humor negro, una mezcla de escepticismo desmitificador y desacralizador de sus superhéroes, cuando finalmente Enzo se coloca su máscara, convertido oficialmente en el superhéroe italiano, que ha confeccionado con punto de media la joven algo deficiente de la que se ha enamorado y ha perdido a su padre en la guerra cruel y cotidiana que se libra en muchas calles del país, realizada a imagen y semejanza de la del héroe del manga.
Gabrielle Mainetti ha logrado, pues, realizar un film de superhéroes muy diferente al que estamos acostumbrados, cuyo protagonista surge del fango y llega hasta una de las 7 colinas que vieron nacer el imperio romano con una máscara hecha por una chica con pocas luces y muy buena voluntad, que mejora el impacto del traje que se hace el adolescente que protagoniza Kickass. Algo diferencia al Jefe de la Cosa Nostra que vive y hace sus negocios en Norteamérica de sus hermanos de sangre de la vieja Italia, algo que ha sabido transmitir el director de 'Le llamaban Jeeg Robot', que representa a los segundos como la familia pobre de Vito Corleone. Pero el director italiano también ha sabido reirse de los héroes del manga al colocar sobre la cabeza de un hombretón con apariencia de obrero de la construcción, fortalecido en el tajo y no en el gimnasio, con semejante gorro hecho de lanas de colores. No está nada mal.
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