Diana. Crítica.
CRÍTICA.
Estos días se está emitiendo en cadenas generalistas privadas españolas, en un momento muy crítico para la monarquía española, un film que se mueve entre el documentalismo más zafio y el romanticismo más caduco, y que no sólo no profundiza en las razones por las que Diana se involucró en el activismo contra del tráfico de armas y las minas anti-personas (todo parece depender de su nuevo affaire romántico), sino que tampoco explica por qué buscó sus nuevas amistades entre la población asiática afincada en Londres (su amante, el médico pakistaní, o Dodi Al-Fayed, hijo del multimillonario egipcio Mohamed Al-Fayed, que sucumbió junto a la princesa en el accidente de tráfico de París, propietario de los grandes almacenes Harrods, Fulham Football Club y Hotel Ritz de la capital del Sena). Mohamed no sólo financió un film sobre Peter Pan dedicado al hijo que nunca creció, sino que ha levantado en sus establecimientos un monumento a ambos, un recuerdo constante a la monarquía británica de que, por razones que nadie explica, la triste princesa se había refugiado en grupos procedentes de oriente con diferente idiosincrasia. De ahí nace el origen del milagro y la especulación como diría Títo Livio en la situación actual.
La crítica ha azotado este film film con pocas probabilidades de éxito, porque las masas todavía no han superado el trauma que les produjo la muerte accidental de la 'Princesa del pueblo', y Naomi Watts, una actriz que nos encanta, no da la 'talla', en sentido literal y figurado. Telebasura de lujo, 'royal con queso' (alusión al paso desaprovechado de John Travolta por Europa, en el film de Tanantino, 'Pulp Fiction'), comedia involuntaria... Claudia Puig, (USA Today) llega a exclamar que podría hacer revolverse a Diana en su tumba. La paliza es notable y con toda seguridad desproporcionada, aunque merecida por el jardín en el que se ha metido Oliver Hirschbiegel, que por circunstancias históricas y sociales, y por el interés de los programas del corazón en seguir tirando del hilo, no podía dar demasiado de sí.
Olivier Hirschbiegel, cineasta alemán que consiguió llamar la atención de público y prensa con 'El Hundimiento' (2004), aborda el tema de la princesa Diana de Gales con muchas prevenciones, e incluso un alto grado de cobardía, porque no entra en ninguna de las cuestiones en torno a las cuales giró el drama de una mujer que murió en un accidente de tráfico a los 36 años, dejando un cadáver joven, un mito imborrable y unas posibilidades inmensas de fabular sobre su corta vida. Tan sólo se confía en las cualidades interpretativas de una de las mejores actrices del momento, la más versátil y capaz de representar los papeles más insospechados, Naomi Watts, y en su maquilladora, que logra ángulos sorprendentes que evocan a la princesa muerta, a pesar de que la americana es más pequeña, más frágil y por todo ello más femenina y cercana. Cuesta imaginar a Diana actuando como lo hace Naomi, plebeya y espontánea.
El cineasta alemán no entra en cuestiones como la decadencia de la monarquía, que cada vez dispone de un caladero más pequeño de miembros y miembras de sangre azul, (Diana era hija de condes, no de reyes, que ya no quedan); tampoco cuenta una historia de amor verdadera, pues esa es la del príncipe Carlos y Camila Parker, que se han hecho viejos queriéndose y ella sigue siendo su 'condón', y que , tras casarse con el hombre de su vida, no usa el nombre de 'Princesa de Gales', al que tiene derecho, para evitar que a su pueblo le de un sarpullido e intente una nueva 'toma de la Bastilla', en este caso la 'Torre de Londres' (Recordemos el 2 de mayo que armaron los madrileños porque el pequeño infante, Francisco de Paula lloraba cuando los franceses se lo querían llevar de España con el resto de la familia real). Esta Camila era muy hábil y sabía que, tomando la iniciativa con una frase atrevida dejas cao a tu oponente, y al parecer, cuando conoció a Carlos a los 23 años en un partido de polo le soltó: ¿Sabía que su tatarabuelo el rey Eduardo VII fue amante de mi bisabuela Alice Keppel? (Wikipedia) . Lo dejó tan epatado que todavía no ha despertado de su ensueño. ( ¿Recordáis a Herr Blücher diciéndole a Frankonstin: "Su abuelo se entendía con mi abuela" en 'El jovencito Frankenstein de Mel Brooks, 1973? claro que el ama de llaves era vieja y no tenía posibilidades; otra cosa es que se lo hubiera dicho su 'ayudante' en el laboratorio )¡Menudo homenaje de una de las mejores comedias de la historia del cine!. Tras muchos escándalos y más habladurías, Diana, una joven con derecho a vivir esta vida, la única que tenía, comenzó a desmelenarse y lo hizo con aquellos con los que podía molestar más a su suegra, la reina, y a la corte en su conjunto: árabes e indios, bien situados y muy ricos, nada anglicanos, sino musulmanes, a los que demostró que sabía fragmentos de 'El Corán'.
Lo cierto es que el primero, el cardiólogo Hastan Khan. no se lanzó sin más en los brazos de Eros, ni se dejó llevar por el amor romántico, el señuelo más poderosos de la sociedad patriarcal, sino que siempre tuvo presente su carrera, y cuesta creer que rechazara un trabajo en la clínica de Barnard en Estados Unidos, aunque no extraña mucho, ya que los ricos tienen ciertos prejuicios en sus decisiones, mientras los pobres se han de lanzar a lo que les sale, aunque sea lejos de su casa, de su patria, y con un sueldo escuálido en un puesto que no les va a permitir brillar. El otro, Doddy Al Fayed supone un gran dolor de cabeza para la corona británica; hijo de un multimillonario egipcio , Mohamed Al Fayed, dueño de los almacenes británicos Harrods, Fulham Football Club y el Hotel Ritz de París, donde la pareja se hospedaba en esta fecha trágica. Mohamed, que financió una película en memoria de su hijo, la espectacular Peter Pan, dirigida por P.J.Hogan en 2003, no está dispuesto a perdonar a quienes, según él, conspiraron para evitar que un musulmán tuviera hijos con la madre del futuro rey de Inglaterra, y consiguió que el Príncipe Carlos declarara ante los tribunales, en los que no logró demostrar su tesis. Naomi Wats no se atrevió a hacer campaña del film en los almacenes del egipcio, por temor a las represalias de la poderosa y rica familia real británica, lo que no pudo evitar es que la machacaran en la prensa, la radio y la televisión en una película tan insulsa como inocente.
Todas estas cuestiones han desaparecido de un film en el que sólo ha quedado una historia de amor romántico entre un médico y la célebre Lady Di, que unos momentos antes de morir le estaba llamando por teléfono, y que,por estas cosas del cine, truquillos que intentan generar tensión, lo llama unos instantes antes de iniciar su último trayecto, acompañada de Doddy, y había dejado desolada el móvil en el baño. ¿Qué era Al Fayed para ella? Pues, al parecer, sólo un amigo, a pesar de que por donde iba la pareja la seguían cientos de paparazzis. Olivier evita, por último, toda dialéctica negativa, ya no sabemos para quién, al omitir las imágenes del accidente; que cada cual piense lo que le de la gana: el conductor iba borracho, los periodistas del corazón se excedieron, para tener trabajo en las tertulias y llenar de fotos sus revistas y que las mujeres entretengan la espera en las peluquerías (ignoro si este tipo de revistas se depositan en las mesillas de las de los hombres), o en el dentista. Sólo las flores, las fotos, los lloros, que siguieron a una madrugada en la que a las 4:17 (un reloj señala esta hora en el cuerto de Hasnat, al que despierta un fuerte premonición, comenzaron a encenderse las luces de todas las casas inglesas ).
Diálogos vergonzantes, estúpidos, que no sólo los que tienen que ver con los zorros; maniqueismo y un intento zafio de embaucar a los más sensibles frente a ese constructo que se llama 'amor romántico', pero que tuvo menos peso en la vida de esta pareja, que la carrera profesional, la religión y las creencias del hombre, que no se plegó a los caprichos de esta mujer, antes que princesa. El conocimiento de que había existido esta historia dio pie a este guión destarifado y deformante, que nos hace olvidar que murió en compañía de otro hombre, con el que dicen las malas lenguas que se iba a casar.
Lo cierto es que el primero, el cardiólogo Hastan Khan. no se lanzó sin más en los brazos de Eros, ni se dejó llevar por el amor romántico, el señuelo más poderosos de la sociedad patriarcal, sino que siempre tuvo presente su carrera, y cuesta creer que rechazara un trabajo en la clínica de Barnard en Estados Unidos, aunque no extraña mucho, ya que los ricos tienen ciertos prejuicios en sus decisiones, mientras los pobres se han de lanzar a lo que les sale, aunque sea lejos de su casa, de su patria, y con un sueldo escuálido en un puesto que no les va a permitir brillar. El otro, Doddy Al Fayed supone un gran dolor de cabeza para la corona británica; hijo de un multimillonario egipcio , Mohamed Al Fayed, dueño de los almacenes británicos Harrods, Fulham Football Club y el Hotel Ritz de París, donde la pareja se hospedaba en esta fecha trágica. Mohamed, que financió una película en memoria de su hijo, la espectacular Peter Pan, dirigida por P.J.Hogan en 2003, no está dispuesto a perdonar a quienes, según él, conspiraron para evitar que un musulmán tuviera hijos con la madre del futuro rey de Inglaterra, y consiguió que el Príncipe Carlos declarara ante los tribunales, en los que no logró demostrar su tesis. Naomi Wats no se atrevió a hacer campaña del film en los almacenes del egipcio, por temor a las represalias de la poderosa y rica familia real británica, lo que no pudo evitar es que la machacaran en la prensa, la radio y la televisión en una película tan insulsa como inocente.
Todas estas cuestiones han desaparecido de un film en el que sólo ha quedado una historia de amor romántico entre un médico y la célebre Lady Di, que unos momentos antes de morir le estaba llamando por teléfono, y que,por estas cosas del cine, truquillos que intentan generar tensión, lo llama unos instantes antes de iniciar su último trayecto, acompañada de Doddy, y había dejado desolada el móvil en el baño. ¿Qué era Al Fayed para ella? Pues, al parecer, sólo un amigo, a pesar de que por donde iba la pareja la seguían cientos de paparazzis. Olivier evita, por último, toda dialéctica negativa, ya no sabemos para quién, al omitir las imágenes del accidente; que cada cual piense lo que le de la gana: el conductor iba borracho, los periodistas del corazón se excedieron, para tener trabajo en las tertulias y llenar de fotos sus revistas y que las mujeres entretengan la espera en las peluquerías (ignoro si este tipo de revistas se depositan en las mesillas de las de los hombres), o en el dentista. Sólo las flores, las fotos, los lloros, que siguieron a una madrugada en la que a las 4:17 (un reloj señala esta hora en el cuerto de Hasnat, al que despierta un fuerte premonición, comenzaron a encenderse las luces de todas las casas inglesas ).
Diálogos vergonzantes, estúpidos, que no sólo los que tienen que ver con los zorros; maniqueismo y un intento zafio de embaucar a los más sensibles frente a ese constructo que se llama 'amor romántico', pero que tuvo menos peso en la vida de esta pareja, que la carrera profesional, la religión y las creencias del hombre, que no se plegó a los caprichos de esta mujer, antes que princesa. El conocimiento de que había existido esta historia dio pie a este guión destarifado y deformante, que nos hace olvidar que murió en compañía de otro hombre, con el que dicen las malas lenguas que se iba a casar.
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