Una pastelería en Tokio. Naomi Kawase. Crítica.





NO ES MÁS RICO EL QUE MÁS TIENE, SINO EL QUE MENOS DESEA


Ficha técnica, sinopsis, lo que se dice, fotografías, cartel y trailer. (Pinchad aquí)



Crítica:


Naomi Kawase nos regala un sencillo relato que nos invita a la reflexión de qué significa ser humano, y lo hace con un sencillo cuento en el que sus tres protagonistas que simbolizan el amanecer, el atardecer y el anochecer de la vida, representados por  una adolescente en edad escolar, Wakana, interpretada por Kyara Uchida, un hombre maduro, Sentaron (Masatoshi Nagase) actor fetiche de la cineasta) y una anciana, que siendo joven, enfermó de lepra, una patología  a la que  hoy se denomina 'Enfermedad de Hansen', Tokue (Kirin Kiki), se concentran por diferentes razones en la pastelería que gestiona el hombre, y que es propiedad de una mujer rica que quiere poner a su sobrino al frente del negocio para diversificar las ofertas y modernizar el local, hasta que se aproxime al estándar de las grandes cadenas de cafeterías en las que se pueden consumir pasteles y helados, inspiradas en las norteamericanas.

A estos tres personajes les une el placer de fabricar, vender y disfrutar un dulce tradicional chino, los dorayakis, una especie de bizcochos redondos rellenos de un dulce hecho con alubias, llamado anko. Tokue observa con mimo cada una de las partes del proceso, trata a las alubias con respeto y estas le devolverán el cuidado que les presta en forma de un dulce tan delicioso por el que se formarán extensas colas ante el pequeño establecimiento para llevarse un paquete de estas delicatessen a casa. La felicidad de todos ellos durará hasta que la propietaria del local, que desconoce todo del negocio, y la madre de Wakana denuncian a Tokue señalando la deformación de sus manos. Sentaron aprende una gran lección: es preferible ganar lo suficiente para poder vivir de acuerdo con los propios sueños y deseos y relacionándose con quien, junto a él, contribuye a generar una interdependencia personal  enriquecedora que aumenta sus deseos de vivir y lo aleja de las depresiones. El establecimiento de los deliciosos dorayakis pasará a depender de un joven  occidentalizado que mastica chicles y no entiende el empeño de producir de forma artesanal algo que se puede actualizar, introduciendo además una alternativa: el pastel salado.

Si nos atenemos a lo que hace feliz al hombre observaremos que es el dinero la meta en la que cifra sus esperanzas, por lo que el lema popular de que 'no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita', nos sirve para este relato. El problema reside en qué es lo que más necesita el hombre, y en la historia que nos cuenta Naomi Kawase no es precisamente la riqueza, sino la relación de tres personas unidas por la satisfacción de hacer algo bien, por muy sencillo que sea: los dorayakis rellenos de anko, Una idea que está más extendida de lo que parece y que la sociedad está empeñada en destruir con su pragmatismo que destierre los sueños de aquellos que los tienen, por pocos que sean, ya que son portadores de bombas de destrucción masiva. La última imagen de Sentaron es francamente contagiosa.

Naomi Kawase no renuncia a hacer una modesta reconstrucción  de su 'bosque del luto' en el recinto reservado a los fallecidos que residen en un paraje aislado del resto en el ghetto construido por los enfermos de lepra, en cuya tumba se planta un modesto pero bello árbol, ya que los residentes carecen de recursos para encargar una lápida. La cineasta dedicó un film que denominó precisamente con este título 'El bosque del luto', al que dedica un spin off que encarna la madre de la protagonista.


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