Frantz. François Ozon.Comentario
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Comentario:
ANTES MUERTO QUE SENCILLO
Cuando se apagan las luces de la sala, el espectador se queda inmóvil en su asiento intentando asimilar todo lo que le ha querido contar en esta ocasión François Ozon. Se habla mucho en los últimos tiempos por parte de los más 'modernos', preocupados por formas tan superficiales como lo que intentan esconder detrás de las palabras, de la posverdad, que no parece ser otra cosa que el auto-engaño. El cineasta francés nos intenta convencer, primero con el viaje que hace Adrien a Alemania, y después con la visita que le devuelve Anna , que las heridas que ha dejado la guerra tanto en Alemania como en Francia, tardarán en curarse, y a la hora de buscar culpables los encuentra con mucha facilidad en el mismo semillero del populismo, tan en boga, y el nacionalismo siempre en vigor; ahora les toca el turno a los padres, o, por qué no a los hijos, la gente, los alemanes, los franceses, etc., un planteamiento que permite que el odio pase de generación en generación durante siglos. Hemos eliminado el poder, la ambición y los deseos de expansión y riqueza de los más poderosos, que no caen nunca.
Si la historia que fluye en la superficie del relato es retorcida, lo que se intuye es indescriptible, y para ello tuerce y retuerce, estira y extrema los recursos linguísticos, semantizando el color que no sólo evoca al muerto, sino que lo idealiza, lo convierte en otro diferente, algo que comprobará su novia en París, y perturba al espectador con una música abiertamente contra-diegética, si podemos llamarla así, con el objetivo de manipular y orientar al espectador, ya que contrasta abiertamente con el movimiento de los cuerpos que responden a otros ritmos y que están clamando y advirtiendo al desorientado espectador que algo de lo que se le está contando no coincide con lo que pasó en realidad. El viaje de Anna a París desvela algunas mentiras que se han contado, dejando aparte las más obvias y haciendo que sea el que mira el que dilucide lo que la realidad esconde. Un cuadro de Manet 'con la cabeza de un joven echada hacia atrás' es en la realidad la representación de un suicidio, que desde luego puede responder a muy diferentes causas, relacionadas con historias diferentes.
Adrien es un joven tímido, inhibido y frágil, pero también lento de reflejos, tanto que, tras parecer que entiende la decepción de Anna, que ha ido a Paris en su busca, la invita a su boda. El gusto de Ozon por los cuerpos bellos, delicados, elegantes, de personajes pertenecientes a las clases media y altas, su refinamiento, el dominio de idiomas que les lleva a recitarlos a la menor ocasión, su capacitación para tocar, con más o menos virtuosismo un instrumento musical o su ociosidad, rozan en alguna ocasión el ridículo. Las mal llamadas guerras mundiales desangraron Europa, y enrolaron en los ejércitos a jóvenes tan o más pacifistas que los protagonistas de 'Frantz', y sus cuerpos fueron a parar a tumbas del soldado desconocido.
El amor de Frantz por el maldito Verlaine, y el de Anna por el judío checo Rilke, al que su madre le obligó a vestirse de niña hasta los cinco años, puede significar algo o no, como todas y cada una de las anécdotas visuales o explicitadas verbalmente que jalonan la película. La madre de Adrien estaba empecinada en casarlo con una vieja amiga, con la que había jugado desde niño, con la confianza de que lo protegería siempre y no le ocasionaría problemas jamás. Pero tanto esta confesión, que Franz hace a Anna, como la frase con la que la chica alemana se despide de la madre del francés: "Yo no atormento a su hijo, Señora, es Frantz", solo añade confusión a la confusión, en un mundo en el que importan más los silencios que las palabras, en el que la cortesía de las clases retratadas imponen al público leer entre líneas formadas por silencios elocuentes, que inquietan más a quienes conocen la sensibilidad de su autor.
Una lectura lineal nos llevaría a conclusiones diferentes, más sea cual sea la lectura que se haga de la historia que nos propone Ozon, siempre quedarán cabos sueltos que explique de forma satisfactoria qué llevó a Adrien al pequeño pueblo alemán en que vivió Frantz. A algunos les convence interpretar esta reacción como una respuesta al duelo y el arrepentimiento que lleva a fabular historias para supervivir. Pero ¿Cuál es la historia que inventa Adrien? Jordi Costa afirma que para quien no conozca la que contó Maurice Rostand en 1925 en L'Homme que j'ai tué, que adaptó Ernes Lübitch en Remordimiento (1932) "la posibilidad de que exista en el fondo una atracción homoerótica entre los personajes de Adrien y Frantz, añade un sustrato de complejidad al conjunto, plasmado en elegante escritura visual clásica.Y si esto no es así, no cabe la menor duda de que Ozon no ha querido orientar a su público y ha preferido que opte por diferentes líneas discursivas y que encuentre apoyo sea cual sea su elección. La despedida de Anna y la madre de Adrien o la última imagen de Anna en el Louvre contribuyen al deseo del cineasta de dejar muchas dudas en el aire.
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