Steve Jobs (2015). Danny Boyle.













Ficha técnica, sinopsis, críticas, trailer . (Pinchad aquí).

Comentario:

Cuando, tras ver un film en torno a la vida de uno de los integrantes del nuevo panteón de los dioses que sustituye a los antiguos cristianos y a sus predecesores paganos, en el que su figura emerge como la de un personaje shakesperiano dotado de una voluntad inquebrantable, un talante justiciero, una sed de venganza infinita, pero también con los temores, los remordimientos y las debilidades propias del héroe, (mitad hombre/mitad dios), comprobamos que se valora de forma negativa la aproximación a uno de los impulsores del nacimiento de una nueva era, representado en la gran pantalla por el mejor actor que podía desempeñar este papel, Michael Fassbender, atendiendo sobre todo a su parecido físico con el personaje real al que da vida, Steve Jobs,  entendemos que semejante simpleza sólo puede estar motivada por la reacción virulenta de un sector de público más o menos amplio, -el consumidor de Apple-. Esta actitud negativa tiene reflejo en las encuestas que aporta Rotten Tomatoes que dan un resultado de una aceptación del 85% de la prensa, pero sólo del 77% del público, que, al parecer, se basa en juicios extradiegéticos y poco fílmicos, que han provocado una auténtica guerra entre el consejero delegado de Apple, Tim Cook, y el guionista del film Aaron Sorkin; el primero atacó al equipo de la película llamando oportunistas al director y a su guionista, algo que ha tenido efecto en la taquilla,  (¿? no sabemos si está ocurriendo algo extraordinario en la marca de la manzanita), defendiendo la trayectoria de su amigo (o de su empresa); Aaron Sorkin replicó en una entrevista a 'The Hollywood Reporter': "Si tienes una fábrica llena de niños en China montando teléfonos por 17 céntimos la hora, tiene huevos que llames oportunista a alguien más." (Por qué la última película sobre Steve Jobs está siendo un absoluto fracaso. Noticias de tecnología. El Confidencial, 14 de Noviembre de 2015).

Reconozco que hubo dos cosas que me atrajeron y me divirtieron del film: por un lado el excepcional trabajo de Michael Fassbender, ocupando, -y llenando con su presencia-, de forma permanente la pantalla, erigiéndose en ese personaje shakesperiano al que el temor al fracaso en el terreno emocional (fue un niño adoptado e incluso rechazado por la primera familia que lo acogió en su seno), lo convirtió en un ser capaz de reprimir su cariño a una corta edad, hasta tener la seguridad de que se iba a quedar definitivamente en una casa, una actitud que repite con una hija que tuvo en la juventud; sin embargo, confiando en su propia capacidad de derribar cualquier muro que impidiera su avance y con el único apoyo de su voluntad, se hizo un tipo duro capaz de enfrentarse a cualquier riesgo y renacer constantemente de sus cenizas, como Sísifo. Su  obsesión desmedida de presentar los avances científicos y tecnológicos como un espectáculo que debía funcionar con rigor (puntualidad, cumplimiento de los objetivos...) y con una buena sintonía entre sus diferentes colaboradores con el fin de alcanzar los objetivos que se había propuesto, sí o sí, sin dudar un sólo segundo en lanzar su rayo vengador, como un Zeus olímpico, contra cualquier colaborador que fallara por cualquier circunstancia. Todos ellos son los músicos que tocan los diferentes instrumentos, él toca la orquesta. El dios retratado es un iluminado que se considera un artista, que no duda en dar entrada en su negocio a ejecutivos de la Coca-Cola, sin contar con los demás. El enfrentamiento de sensibilidades está servido.

Danny Boyle dijo que "su película no busca la verdad de lo acontecido", sino 'una versión aumentada de la vida real'. También ha dicho alguien que más que sus éxitos cuentan sus renuncias, que no son tales; se podría afirmar que lo que cuenta de verdad, lo que nos muestra en sus ojos anegados de lágrimas, arrinconado por el diseño en el extremo de un plano blanco, al igual que en la presentación de los títulos de crédito, son sus fracasos tecnológicos frente a los éxitos en este terreno de Bill Gates, que ha acabado imponiéndose en todo el mundo  : un Machinosh que no pudo sufrir la competencia de Microsoft por su incompatibilidad y el elevado precio,  un Next sin sistema operativo y un iMac de colorines, transparente y que dejaba ver su interior, que apenas sirvió para otra cosa que para divertir al público en Zoolander. Como consecuencia los productos de Apple , de un gran diseño y con la manzanita mordida que los identifica (que ya no lleva los colores barrocos del arco iris) se ha convertido en signo externo de estatus, en un producto para pijos en la realidad y la ficción de las películas. Millones de usuarios que utilizan los ordenadores para trabajar, han optado por el sistema operativo de Microsoft Windows, con una cuota de mercado para Office y Windows.

La constatación de estos hechos a través de un personaje que busca la estética sobre la función, fundador de Pixar junto con George Lucas, que crítica las distopías hollywoodienses, en especial a Kubrick en 2001, una odisea del espacio, son pecados que las élites americanas no le han perdonado fácilmente, con el pobre argumento de que Asthon Kutcher, protagonista de Jobs, el film dirigido por Joshua Michael Stern, se parece más al mito que Michael Fassbender,orillando el trabajo de Danny Boil y menospreciando al guionista Aaron Sorkin, quien también osó denunciar las prácticas poco honestas con sus socios de Zuckerberg, en 'La red social' de David Fincher; ahora nos presenta a un hombre que se entregó más a promocionar su firma, cuidando hasta el más mínimo detalle en las presentaciones (secuencia en la que acompañado de su ayudante, interpretada por Kate Winslet y un periodista va cambiando los ramos de flores de los jarrones por blancas e inmaculadas calas o lirios del agua, tan brillantes como sus camisas), pero que no prestó atención a la gente de su círculo más íntimo, incluida su propia hija.

Danny Boyle entra in medias res en la historia del famoso y santificado empresario, cuando hace tiempo que como Sísifo ha subido a la cima, ha vuelto a caer y se encarma de nuevo  a las alturas, dejando atrás a sus compañeros iniciales,entre ellos el cerebro del Machintosh, Steve Wozniak, retrocediendo a los precarios comienzos con algún que otro flashback, y lo hace  con un importante golpe visual de la imagen con tres formatos diferentes, para cada uno de los actos en que divide su representación,que jalonan el viaje firme y decidido del héroe hacia la supremacía de la máquina, en los que intenta captar la esencia del personaje y su evolución física y emocional al compás de sus éxitos profesionales y del paso del tiempo, que va dejando huella en su aspecto físico y que se observa en el corte de pelo que va pasando, paulatinamente, del largo propio de los jóvenes rebeldes al muy corto del hombre maduro y triunfador de cabello encanecido. En el primero de estos actos, que sitúa al espectador en 1984, cuando salió al mercado el Macintosh,  opta por una textura granulada de 16 mm; en el segundo, que coincide con el lanzamiento del NEXT, un ordenador para la enseñanza sin sistema operativo en ese momento, se decanta por los 35 milímetros, y,finalmente, en 1988, presentación del iMac, se decide por la alta definición digital. Es en este momento cuando Boyle pone fin a la historia de este personaje, al que redime con la reconciliación con su hija, lo que no ha sido bien visto por los sectores que se han sentido denostados como seres superficiales que se comprar un ordenador personal, no por su utilidad, sino por su atributo de distinción social. 

Ciertamente en las distintas versiones hechas hasta ahora pocos se habían atrevido a presentar al empresario como un vendedor de estética, (que es lo que es) y de distinción social, basada en el elevado precio de sus productos, pero que no podía hacer frente a su gran competidor, Bill Gates, que se había comido el mercado mundial por la potencia de sus software y sus hardware, una preeminencia que mantiene en la actualidad y que lo lleva constantemente a tribunales de la competencia. Lo que a unos les pareció divertido (puestas en escena que presentan la tecnología como un espectáculo y a sus hacedores como el mago Houdini), a otros ha parecido molestarlos profundamente, razón por la que han hecho todo lo posible para hundir su taquilla y evaporar toda posibilidad de que Fassbender opte a un Oscar. Si a Amenabar lo castigan por denunciar a los dioses antiguos y a sus popes en la Tierra, a Boyle no le pueden consentir que socave el panteón de los nuevos.

En el comentario de Jobs de Joshua Michael Stern decíamos que  tal como ocurrió en la primera revolución industrial ( ahora estamos en la tercera globalización según los economistas), estos empresarios sólo pueden mantener sus ganancias si disfrutan de un mercado en el que la gente no sólo aporte su trabajo, sino compre sus productos y ese horizonte no está claro. Los empresarios que realizaron la revolución burguesa sabían que debían liberar a los siervos para obtener mano de obra y crear una masa de consumidores; ahora, que estamos en una fase de acumulación capitalista en la antesala de la nueva era tecnológica parece que no se sabe cómo evitar que desaparezcan las masas de consumidores y se pare el crecimiento, incluso de estas empresas. Estamos viviendo de rentas del pasado: los jóvenes subsisten de las pensiones que generaron sus mayores, y el producto de sus precarios empleos lo invierten en nuevas tecnologías, pero este patrimonio se agota y no se prevé cómo se va a conseguir que todos los que trabajan en la red sea retribuidos para seguir alimentándola..(Steve Jobs según William Shakespeare. Diario 'La Vanguardia', 31 de diciembre de 2015).






Muy equivocado estaba Steve Jobs cuando decía que los artistas dirigen el mundo y los técnicos son como funcionarios a su servicio. Quienes hicieron la revolución cuando no estábamos mirando, ya fuera en un garaje o en una habitación de la Universidad, donde se consumieron horas de esfuerzo, imaginación y proyección de planes, idearon sistemas, entre otros plataformas como Blogger o buscadores como Google,-Larry Page y Sergey Brin-, logaritmos como Page Rank para trasladar a sus bolsillos el esfuerzo de millones de personas que trabajan en la red de forma grauíta, que hacen sacrificios a sus nuevos dioses, sumisamente y sin rebelarse-. Sin los medios que ponen a nuestra disposición nada de esto sería posible, pero si las masas no los utilizaran para comunicarse y los enriquecieran con el producto de años de formación, de nada servirían. Lo peor es que no hemos encontrado la forma de hacer coincidir los intereses de unos y otros. Ni a nadie parece preocuparle porque no son conscientes de en qué punto de la historia se hallan.

Hay algo excepcional en este film que mantiene al espectador atado a su butaca: el trabajo de Michael Fassbender, que diferencia al Jobs que él interpreta de los que lo precedieron, para quien tenga la capacidad de entenderlo, y que pone de relieve Gabriel Lerman en 'La Vanguardia', en la que nos proporciona ciertas confesiones de Boyle: “Hay un aspecto en el que Michael es parecido a Steve Jobs: su inflexibilidad. Puedes verlo en cada personaje, su feroz concentración en la verdad, en la calidad que quiere aportar a su papel y la forma en que se relaja cuando lo interpreta. Yo nunca había visto algo así antes. Y no es uno de esos actores que necesiten un silencio total, a su alrededor para poder trabajar” (...) “En el primer acto de la película puedes ver su batalla, su enojo mientras intenta dar forma a su Steve Jobs. Creo que ese era el momento en que Michael trataba de apoderarse del papel. Es una bestia enorme que él trata de domeñar, de hacerla suya. Luego, en el segundo acto, crea una ilusión. Solíamos decir en el rodaje que en él había un río subterráneo lleno de intenciones, pero la gente no podía llegar a comprenderlas cabalmente, de ahí que sea una ilusión. Michael es muy astuto, eso se nota en esa sección, pero luego, en el tercer acto, es cuando él llega al verdadero conocimiento”. Y es entonces cuando el espectador avezado repara en que, tal vez bajo la asombrosa efigie cincelada por Sorkin lata un ominoso y redentor autorretrato.



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