Luís II de Baviera. Comentario.
Una simple visita a la ciudad de Fussen y a uno de los castillos construidos por Ludwig, el de Neuschwanstein, permiten al visitante comprender la magnitud del idealismo alemán que precedió, con pequeños enfrentamientos entre los estados que conformarían la futura Alemania, a las dos guerras mundiales que desangraron Europa. Se ha etiquetado al príncipe de 'loco' y de hecho acabó sus días recluido en el Castillo de Berger, antes de suicidarse o ser víctima de un complot, junto con su médico psiquiatra que le diagnosticó una esquizofrenia paranoide. Pero ésta es una justificación simple y sencilla; el idealismo del aristócrata Visconti corre a la par, en el tratamiento generoso de un monarca soberbio, defensor de las monarquías absolutas, cuando éstas se estaban derribando en toda Europa y de un tirano que levantó la fortaleza de Neuschwanstein con un espíritu ultranacionalista, usando sólo trabajadores y materiales bávaros, una arquitectura defensiva sin sentido de la modernidad , que inspiró el castillo de Disney, quizás por su origen fantástico, y que exigió tal esfuerzo de trabajo y suministros que convirtió a Fussen en el centro de uno de los enclaves industriales más importantes de la Alemania actual.
El apoyo y mecenazgo de Wagner le permitieron ocupar un lugar en el romanticismo neogótico, y así quiso pasar a la historia, como un Medici del siglo XIX, el Julio II de la música, que con su fortuna familiar creo el entorno creativo adecuado para el nacimiento de Tristán e Isolda o la tetraogía de El anillo del Nibelungo. Siempre se consideró un Lohengrín, caballero del Grial e hijo de Parsifal, que viajó a Brabante transportado por un cisne blanco para salvar a Elsa, acusada injustamente de un crimen por la bruja Ortrud y su marido. Aunque llamaba a su prometida Elsa como, la heroína de la obra de Wagner, difirió reiteradamente el matrimonio hasta romper el compromiso y asumir su homosexualidad, fuera de toda norma social, despreciando el mundo intolerante y mezquino que le rodeaba; acusaba al hombre de desear solo la seguridad material y estar dispuesto a morir por ella, mientras él buscaba la libertad y la felicidad en la persecución de lo imposible, haciendo que sus actos coincidieran con sus ideas. En un magnífico diálogo, su amigo Dürckheim deja su alma al descubierto: la libertad de que él disfruta es la de los privilegiados y no tiene relación con la libertad con mayúsculas, la de todos. Nadie es inocente, ni puede erigirse en juez de la humanidad, pues quien ama la vida no puede perderla en la búsqueda de un imposible.
Luchino Visconti Di Modrone, Conde de Lonate Pozzole, que comenzó su carrera como cineasta militando en el neorrealismo,(La terra trema), en su vertiente marxista, tras algunas colaboraciones con cineastas de la Nouvelle Vague, fue un magnífico retratista de la aristocracia decadente y de los procesos de revolución burguesa en los paises que más tardaron en surgir como naciones, Italia y Alemania, con películas como El Gatopardo, Confidencias, Ludwig...El personaje de Luís II de Baviera es mucho más oscuro que el Gatopardo, pues mientras el primero seguía siendo un baluarte de los absolutismos, sectores importantes de la nobleza italiana, como Don Fabricio, Príncipe de Salina, apoyaron la revolución de Cavour y Garibaldi. El propio Luis II declara en el film que la noche inmensa es el refugio de la razón, en la que la luna, símbolo de la maternidad, mece al hombre.
Más de cuatro horas de ritual palaciego, de estancias fastuosas, mitos medievales, intrigas cortesanas, ambiciones reales, sin la presencia de personajes que representen al pueblo llano, excepto algunos criados sometidos a los caprichos sexuales del señor. No en balde fue nominada al Oscar por la riqueza del vestuario. Helmunt Berger y Romy Schneider son dos actores fetiche de Visconti, que han protagonizado algunos de sus filmes; Berger sostiene casi exclusivamente un film de exagerada duración, que deja exahusto al espectador. Ciertamente la reconstrucción de los últimos días de la monarquía bávara es tan soberbia que te hace olvidar la elegía que realiza el director de un monarca absoluto que se cansó de gobernar, se retiró a su castillo y abandonó la ciudad donde residía el gobierno, Munich, y contrariado por la incomprensión de sus súbditos ante los dispendios que su mecenazgo le exigía, se abandonó a sí mismo en una vida muelle, construyendo castillos disparatados, signos de ostentación de una institución que se sostenía con alfileres. Algunos han dicho en su defensa que dilapidó su fortuna particular, pero lo que es cierto es que la sociedad moderna ya no aceptaba esos dispendios farónicos de un rey, que ni siquiera se preocupaba por dar continuidad a su especie en extinción, a la que los matrimonios entre los escasos restos de monarquías en declive le pasaron factura. Su propio hermano Otto enloqueció en plena juventud.
Es precisamente en este punto en el que Visconti, arrastrado por la pulsión escópica, por el deseo de mirar al hombre más guapo del mundo, quiso compartir con su público este placer, con el que ambos llegaron a la cima en Ludwig, Luís II de Baviera, un rey caprichoso que en la Alemania del canciller Otto von Bismarck, el unificador de Alemania, que junto a Italia fueron los últimos estados que se crearon en Europa, se convirtió en el'mecenas' de las bellas artes, y en especial del gran músico Wagner, que compuso para su disfrute orgásmico sus más bellas obras. Según Javier Menéndez Flores "conducido una vez más por un Visconti Pigmalión, el bellísimo actor austríaco, cuyo trabajo le reportó el Premio David de Donatello Especial, fue la metáfora del idealismo desde la primera etapa de la vida del monarca, a su decadencia absoluta, gordo, deformado y enfermo de soledad." La relación de este actor con Visconti se produjo a través de la mujer de Dalí, Gala Placidia, durante el rodaje de Sandra [Vaghe stelle dell'Orsa ], y según el autor de 'Guapos de leyenda' la relación que se estableció entre ambos hasta la muerte del cineasta fue una de las "más procelosas y autodestructivas del universo del celuloide: los dos disfrutaban practicando un peligroso juego de flagelación e infidelidades que, para colmo, los hacía enloquecer de celos." Lo cierto es que sin el enamorado y esteta director Berger no volvió a brillar y tras la muerte de su amante su carrera comenzó un irrefrenable declive hasta que desembarcó en una serie televisiva, Dinastía de Peter De Vilbis. (1)
Hubiera sido más fácil para el personaje ficticio y su títere, el actor que lo representaba, abdicar y pasar a la historia dignamente, pero "sin saberlo, con la feliz anestesia que suponían cada nueva botella de champán o de whisky, cada nuevo gramo de cocaína y cada revolcón, heterosexual u homosexual, en sábanas de seda" ambos se iban alejando un poco más, y ya quizás para siempre, la posibilidad de perfilar un curriculum real ( en todos los posibles sentidos de la palabra) en un caso y cinematográfico en otro, capaces de justificar por sí solos su existencia. La elección del monarca ha merecido el cognomen de 'loco', atribución que no comparto, a no ser que haga referencia ya al huevo de la serpiente que se estaba incubando en el joven país y que se traduciría en una locura colectiva, anticipo del genocidio y el holocausto más horrendo que ha padecido la humanidad; los castillos que construyó, que hoy llenan las arcas de la Alemania unificada con los ingresos procedentes del turismo, eran ya una seria advertencia sobre los delirios de la clase dominante del arcaizante ancien regime. El actor inició una decadencia que lo humilló en una serie de películas españolas que le hicieron bajar de su divino pedestal y descender al cine de bajo presupuesto y calidad y de "broncas vip". Según Javier Menéndez el mismo se atribuye dos tríos de relumbrón: un ménage à trois con Mick Jagger y su ex mujer Bianca, y otro con Nathalie Delon, a la sazón esposa del bello Alain, al que siempre acuso de meter leña en su relación con Visconti, y María Schneider, co-protagonista con Marlon Brando de 'El último tango en París'.
(1) Guapos de leyenda. Javier Menéndez Flores. Ediciones B. No Ficción/Crónica.
Hubiera sido más fácil para el personaje ficticio y su títere, el actor que lo representaba, abdicar y pasar a la historia dignamente, pero "sin saberlo, con la feliz anestesia que suponían cada nueva botella de champán o de whisky, cada nuevo gramo de cocaína y cada revolcón, heterosexual u homosexual, en sábanas de seda" ambos se iban alejando un poco más, y ya quizás para siempre, la posibilidad de perfilar un curriculum real ( en todos los posibles sentidos de la palabra) en un caso y cinematográfico en otro, capaces de justificar por sí solos su existencia. La elección del monarca ha merecido el cognomen de 'loco', atribución que no comparto, a no ser que haga referencia ya al huevo de la serpiente que se estaba incubando en el joven país y que se traduciría en una locura colectiva, anticipo del genocidio y el holocausto más horrendo que ha padecido la humanidad; los castillos que construyó, que hoy llenan las arcas de la Alemania unificada con los ingresos procedentes del turismo, eran ya una seria advertencia sobre los delirios de la clase dominante del arcaizante ancien regime. El actor inició una decadencia que lo humilló en una serie de películas españolas que le hicieron bajar de su divino pedestal y descender al cine de bajo presupuesto y calidad y de "broncas vip". Según Javier Menéndez el mismo se atribuye dos tríos de relumbrón: un ménage à trois con Mick Jagger y su ex mujer Bianca, y otro con Nathalie Delon, a la sazón esposa del bello Alain, al que siempre acuso de meter leña en su relación con Visconti, y María Schneider, co-protagonista con Marlon Brando de 'El último tango en París'.
(1) Guapos de leyenda. Javier Menéndez Flores. Ediciones B. No Ficción/Crónica.
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