La cumbre escarlata. Comentario.
Ficha técnica, sinopsis, trailer. (Pinchad aquí).
Comentario:
En 2015 Guillermo del Toro llevó a la pantalla 'Crimson Peak' (La Cumbre Escarlata) una reinterpretación' de una obra cumbre de Alfred Hitchcock, en la que la historia gira en torno a un personaje que no está presente, con diferencias notables y muy significativas. Ante tanta crítica positiva de un film en el que lo más notable y evocador son los referentes cinematográficos y literarios, en especial las novelas góticas de las Hermanas Bronte, - Charlotte (Jane Eyre) o Emile (Cumbres Borrascosas) -, los cuentos de Poe y en especial 'Rebeca' de Hitchcock, que nos sale al encuentro desde el mismo instante en el que la protagonista Edith Cushing, interpretada por Mia Wasikowska, penetra en la casa siniestra, propiedad de los hermanos Thomas y Lucille Sharpe, un castillo en ruinas que contrasta con las sólidas mansiones, bien conservadas de los 'nuevos ricos norteamericanos', una se pregunta qué está haciendo Guillermo del Toro, un realizador que, si no nos deja siempre totalmente satisfechos, suele complacernos bastante. Se han querido establecer conexiones estéticas con Tim Burton, mucho más extremo, caústico y mordaz en la construcción de un universo radical propio, pero mucho más minimalista y contenido frente a la exuberancia, que algunos han calificado de elegante, claramente barroca y recargada de los escenarios creados por el diseño de producción, de vestuario y el color de su fotografía. El abigarramiento y la pomposidad se extiende como una mancha de aceite y afecta tanto al edificio, como el atrezzo o la indumentaria de los actores. Hasta tal punto ésto es así, que impresiona más la víctima que sus verdugos, cuando se desplaza con esos cabellos larguísimos de un rubio casi albino, cubierta con ligeros tules, y abultadas mangas transparentes, o con vestidos inapropiados para el frío que se adivina en un enorme caserón cuyo techo se ha desprendido, por las diferentes estancias o en medio de la nieve, como teletransportada.
La aparición de los seres espectrales pierde toda eficacia, no sólo por un diseño que roza el ridículo, sino por la reiteración de sus apariciones, siempre precedidas por planos subjetivos nada equívocos, ante los que la duda se circunscribe al color que tendrá el fantasma de turno, ( negro o rojo ). El enfrentamiento entre la mujer rubia y la de cabello oscuro se carga de un significado vetusto y muy manido: a Jessica Chastain le toca el papel de malota sin paliativos, de la que prefiere matar muriendo que llegar a un acuerdo razonable, una asesina en serie que conserva mechones de sus víctimas, pero a la que mueven intereses mucho más espurios que la manía a una sociedad depravada y que, al parecer, está afectada por una vieja insania. Los recelos y sospechas de los prohombres de Norteamérica ante un 'baronet', un título sin equivalencia fuera de Gran Bretaña, que les ofrece una máquina novedosa para extraer tierra, no tiene demasiado sentido histórico, así como el hecho de que sean los norteamericanos los inclinados a las letras y no a la industria. ¿Por qué duda el padre de la protagonista? ¿Por el traje raído del personaje?
Los primeros pasos del film suenan firmes y seguros, tanto en el contexto emocional y surreal de la historia, el anticipo de que la capacidad de ver muertos que tiene la protagonista desde que era casi una niña, como en la presentación de los personajes. Es en este preámbulo en el que se crean las mejores expectativas, no sólo por la eficacia de los primeros sustos y la comisión en primer plano de un crimen atroz, sino por el retrato de unos personajes bien diseñado, en el que el lado oscuro de los hermanos Sharpe contrasta con la inocencia de Edith, a la que ya estamos acostumbrados a ver representando este papel (Jane Eyre de Carey Fukunaga), y la desconfianza del padre y el joven médico eternamente enamorado de ella, interpretado por Charlie Hunnam, Una vez en Inglaterra todo cambia y se torna reiterativo y sin tensión, sin pasión ni nervio. No es una película de fantasmas, advierte Mia al principio, pero si uno tiene entre sus demonios a 'Rebeca', el descubrimiento de la joven esposa de Thomas y las circunstancias que lo acompañan se siente como una profunda decepción.
La mascletá final, la orgía de sangre no conmueve ni impresiona, una evidencia de que algo ha fallado en el desarrollo de la trama, de la que apenas interesa un desenlace en el que ya quedan pocas cartas que descubrir. Mucha ruina, mucho traje espectacular, mucha sangre y arcilla rojiza (¿?) por todos los lados, un amor contenido, un pecado inconfesable y muy poca pasión. Así, al menos, lo he experimentado yo, que en ningún momento me he sentido concernida. La puesta en escena, que muchos han considerado elegante, es un buen ejemplo del horror vacui que ha invadido al cineasta y su equipo de diseñadores y que, al fin, ha restado efectividad al relato. El uniforme de mujer malísima con el que han revestido a la muy aclamada Jessica Chastain la ha convertido en un personaje arquetípico, con un perfil excesivamente evidente. En ningún momento genera la más mínima duda sobre su pérfida condición. La posibilidad de que los viejos europeos sean los portadores del talento y los norteamericanos los que financian sus proyectos, a estas alturas es difícil de asimilar y el resultado es la creación de un contexto maniqueo y poco verosímil, especialmente cuando Estados Unidos se vio involucrada a finales del siglo XVIII y en la segunda mitad del XIX en dos guerras cruentas: la de Independencia y la de Secesión.
Los primeros pasos del film suenan firmes y seguros, tanto en el contexto emocional y surreal de la historia, el anticipo de que la capacidad de ver muertos que tiene la protagonista desde que era casi una niña, como en la presentación de los personajes. Es en este preámbulo en el que se crean las mejores expectativas, no sólo por la eficacia de los primeros sustos y la comisión en primer plano de un crimen atroz, sino por el retrato de unos personajes bien diseñado, en el que el lado oscuro de los hermanos Sharpe contrasta con la inocencia de Edith, a la que ya estamos acostumbrados a ver representando este papel (Jane Eyre de Carey Fukunaga), y la desconfianza del padre y el joven médico eternamente enamorado de ella, interpretado por Charlie Hunnam, Una vez en Inglaterra todo cambia y se torna reiterativo y sin tensión, sin pasión ni nervio. No es una película de fantasmas, advierte Mia al principio, pero si uno tiene entre sus demonios a 'Rebeca', el descubrimiento de la joven esposa de Thomas y las circunstancias que lo acompañan se siente como una profunda decepción.
La mascletá final, la orgía de sangre no conmueve ni impresiona, una evidencia de que algo ha fallado en el desarrollo de la trama, de la que apenas interesa un desenlace en el que ya quedan pocas cartas que descubrir. Mucha ruina, mucho traje espectacular, mucha sangre y arcilla rojiza (¿?) por todos los lados, un amor contenido, un pecado inconfesable y muy poca pasión. Así, al menos, lo he experimentado yo, que en ningún momento me he sentido concernida. La puesta en escena, que muchos han considerado elegante, es un buen ejemplo del horror vacui que ha invadido al cineasta y su equipo de diseñadores y que, al fin, ha restado efectividad al relato. El uniforme de mujer malísima con el que han revestido a la muy aclamada Jessica Chastain la ha convertido en un personaje arquetípico, con un perfil excesivamente evidente. En ningún momento genera la más mínima duda sobre su pérfida condición. La posibilidad de que los viejos europeos sean los portadores del talento y los norteamericanos los que financian sus proyectos, a estas alturas es difícil de asimilar y el resultado es la creación de un contexto maniqueo y poco verosímil, especialmente cuando Estados Unidos se vio involucrada a finales del siglo XVIII y en la segunda mitad del XIX en dos guerras cruentas: la de Independencia y la de Secesión.
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