Capitan Phillips. Comentario
Comentario:
La acción se ubica Vermont en marzo de 2009, el mismo año en que fue secuestrado un buque de pesca español, 'El Alakrana', (3 de octubre de 2009) a 414 millas de las costas del sur de Somalia (según algunas fuentes, o a 120 millas naúticas, dentro de la ZEE (Zona Económica Exclusiva) o mar aptrimonial de Somalia, según la audiencia nacional, lo que no fue óbice para que, el eentonces, partico de la oposición española se lanzara contra el gobierno y fiscalizara muy de cerca la posición que debía, según ellos tomar: la dura sin concesiones, cayera quien cayera, que no compartían los familiares o la negociadora. Greengrass nos aleja de debates superficiales que involucran a las poblaciones de los países bajo cuya bandera navegan los grandes buques que son objeto de secuestro por los 'temibles' piratas somalíes, de los grupos de opinión que hacen política en torno a estos dramas humanos, algo que vivieron los españoles, y nos abre una ventana de privilegio con su cámara, para que desde esta atalaya podamos presenciar las dificultades de la resolución de un asalto con rehenes a un barco que transporta ayuda humanitaria, a la vez que nos hace conscientes de que hasta el último segundo todas las posibilidades están en el tablero, siendo sabedores quienes están al frente de las negociaciones de que si bien la población de su país recibirá mal el pago de un secuestro, tampoco aceptará la muerte del rehén, en este caso el Capitán Phillips, magníficante interpretado por un sólido Tom Hanks.
Es sorprendente la vulnerabilidad de los grandes buques que transitan por estas aguas infestadas de piratas, que, inermes, se adentran en zonas inseguras alejándose de los barcos que se desplazan por las rutas protegidas, lo que los convierte en un objetivo claro de los señores de la guerra africanos, que obtienen pingües beneficios de las compañçias aseguradoras, que, por otra parte, no están dispuestas a pagar sin plantear una dura batalla. Es un espectáculo estremecedor ver a estos somalíes próximos al raquitismo, -al jefe del pequeño comando los suyos lo llaman 'Flaco'-, aproximarse a un enorme buque, provisto de mangueras de agua a toda presión para ahuyentarlos, en un esquife de madera roída, con un pequeño y anticuado motor, una escalera con garfios oxidada y cuatro viejos kaláhsnikov, y, abandonados a su suerte por el pequeño barco en el que viaja el responsable de la operación, iniciar un abordaje suicida, sumamente nerviosos, desplazándose, con el odio y el miedo visibles en sus ojos, por unos espacios que desconocen por completo, sin saber ni siquiera el número de tripulantes.
En un primer instante sentirán la pequeña recompensa de comprobar que han apresado un barco norteamericano, pero
pronto entenderán que enfrentarse al amo del mundo no es nada fácil. Estados Unidos enviará varios buques de guerra, diferentes clases de aviones y helicópteros y a los temibles grupos de soldados de acción directa de los Navy Seals, que descienden con paracaídas y están, no sólo ferozmente entrenados, como se ha encargado de mostrarnos el cine (Único superviviente de Peter Berg, 2013), sino pertrechados con armas de gran precisión, para enfrentarse con unos desgraciados cuya única arma defensiva es el rehén y que, a su corta edad, -uno tan sólo tiene 17 años-, ya saben que para ellos no hay cuartel. La situación que padecen de miseria y sometimiento a sus caciques locales explican por qué no hay concertinas que los detengan cuando deciden entrar en el mundo desarrollado. Phillips le pregunta a 'El Flaco' si es posible en su país dedicarse sólo a la pesca y no a detener y matar a hombres, trabajadores occidentales sin recursos. El responde que en Somalia no, en Estados Unidos quizás sí.
Los piratas repiten que la acción es sólo un negocio y que a nadie le va a pasar nada, pero cuando sufren el primer traspiés y Phillips les ofrece los treinta mil dólares que hay en la caja fuerte del barco para que desistan, ellos insisten en reclamar diez millones, con los que poder satisfacer a sus verdaderos amos. El hecho de que lleven ayuda humanitaria a su pueblo no les conmueve, porque quizás no les llegue a ellos ni a sus familias, pero a cambio les quitan su medio de subsistencia: la pesca. Paul Greengras nos acerca al teatro de operaciones y nos hace partícipes de la dificultad de resolver estos conflictos, situación que no se corresponde con las tertulias de café occidentales, y lo hace con un lenguaje cinematográfico impactante y eficaz, que domina como pocos en la actualidad; lástima que, como ha ocurrido con Scorsese o David O.Russell la Academia de Cine Norteamericana no haya considerado que estos trabajos merecieran una pequeña mención, cuando son, precisamente, los que adquirirán trascendencia e importancia en un futuro no muy lejano, porque constituirán una buena crónica de la gran depresión, como lo fuera en su tiempo el cine negro de la primera mitad del siglo XX, y porque están ejecutados con maestría.
En este verano, como en tantos otros, conviene recordar lo caro que cuesta el pescado en vidas humanas, o llevar ayuda humanitaria a quien la necesita y reflexionar por qué muchos hombres se juegan la vida, porque su única alternativa a morir en el mar es morir en tierra o huir y dejarse las carnes en las concertinas de los muros que levanta ante ellos el mundo desarrollado y soportar una vida eterna, en este mundo de humillaciones y maltratos. A muchos, estos episodios sólo les sirven para sacar tajada política; Paul Greengrass decide meterse de lleno, caiga quien caiga y desvelar que, desde la otra orilla, también hay quien se juega la vida. Si todavía no la habéis visto, debéis hacerlo.
ResponderEliminar