Gallipoli. Peter Wier.
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Ficha técnica:
Título origina: Gallipoli.
País: Australia.
Año: 1981.
Duración: 110 minutos.
Director: Peter Wier.
Guión: David Williamson, basado en una historia de Peter Wier.
Casting: Alison Barrett.
Director de Fotografía: Russell Boyd, a.c.s.
Cámara: John Scaler.
Editor: William Anderson, asistido por Jeanine Chialvo.
Director artístico: Herber Pinter; asistente: Anny Browning.
Efectos visuales: Roger Conrad.
Maquillaje: Judy Lowell.
Productores: Robert Stigwood y Patricia Lovell
Productor ejecutivos: Francis O'Brien
Productores asociados: Martin Cooper, Ben Gannon.
Paramount, Robert Stigwood-Rupert Murdoch para R&R Fty Ltd.
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Intérpretes:
Mel Gibson : Frank Dunne.
Mark Lee :Archy Hamilton
Will Hunter : Mayor Barton,
Robert Grubb : Bill,
Will Kerr : Jack,
John Morris:
Harold Hopkins: Les Mackan,
Tim McKenzie : Barnye,
David Argue : Snowy.
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Sinopsis:
Primera Guerra Mundial, 1915. Reza la leyenda del filme: "De un lugar del que nunca has oído hablar llega una historia que nunca olvidarás". Dos amigos australianos, ambos atletas, deciden alistarse para ir a la guerra y les toca luchar contra los turcos en la batalla de Gallipoli. (FILMAFFINITY) .
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Premios:
Premios 1981: Nominada al Globo de Oro: Mejor película extranjera.
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Críticas
"Retrato de la amistad mucho más grande que la propia vida. La escena final se antoja uno de los finales más emotivos y tensos del cine moderno. Meticulosa dirección dotada de una rara habilidad para destripar emociones" Luis Martínez: Diario El País.
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Comentario:
Peter Wier (La costa de los mosquitos, (1966), Matrimonio de Conveniencia, 1990), El club de los poetas muertos (1989), El show de Truman (1998)...) que se caracteriza por una forma de hacer. canónica, contenida y poco arriesgada, no se siente concernido por esta película de la que se hicieron desaparecer todas las implicaciones históricas y políticas, desde el diseño militar de la operación en Londres hasta el referendum, tras la masacre de que fueron víctimas miles de jóvenes australianos, en el que el pueblo vetó los reclutamientos en ese país, dejando la narración reducida al drama de dos camaradas que se erigen en el emblema de todos los que murieron en este triste episodio de la Primera Guerra Mundial, del que se culpa a la terquedad de los oficiales británicos. Las cámaras siguen la trayectoria vital de Archy Hamilton (Mark Lee) y Frank Dunne (Mel Gibson) desde que se conocen en Australia, se enrolan en el ejército y marchan a entrenarse a Egipto para finalmente embarcar hacia el estrecho de Dardanelos. En el primer combate en el que interviene en su corta vida, el joven Archy muere de la forma más absurda por el empecinamiento de un militar de oficio.
Es difícil saber si las limitaciones del guión, que queda reducido al quebranto de las ilusiones de unos jóvenes, cuyo idealismo no se corresponde con la realidad, consiguen que el film satisfaga las exigencias del ANZAC (Australian and New Zealand Army Corps-, de que se celebrara ante todo el carácter mítico del sacrificio de sus tropas para conquistar un enclave que Churchill consideraba vital para lograr que Turquía se retirase de la guerra, o si más bien respondía a la necesidad de satisfacer a sus productores, entre los que se encontraba Rupert Murdoch, un magnate australiano nacionalizado estadounidense, director ejecutivo y principal accionista de News Corporation, que controla medios como Wikipedia que, relizada por los usuarios de la red, lo acusa de negocios turbios y evasión de capitales hacia paraísos fiscales. La consecuencia de esta mutilación es que la película, treinta y cuatro años después de su realización, no da la impresión de que la batalla que se libró en aquellas playas en las que los soldados desayunaban huevos con bacon y se bañaban desnudos, bajo un sol deslumbrante y un paisaje colorista, fuera de la magnitud que ha transmitido la historia con mayúsculas.
El drama humano que se va a representar comienza en territorio australiano, en las tierras áridas del llamado outback australiano, próximas al bush (arbusto), zonas poco cultivadas y alejadas de las carreteras, en las que se levantan densas nubes de polvo y resulta difícil imaginar de qué viven sus gentes más embrutecidas y menos cultivadas que los territorios que habitan. Allí, dos jóvenes entre 18 y 21 años, Archy, un corredor al que entrena su tío, un buen hijo arropado por una familia numerosa, y Frank, quien, al parecer, vive solo con su padre, huyen de sus casas para enrolarse en lo que creen que será la aventura de su vida; juntos recorren de extremo a extremo, de arriba a abajo y de izquierda a derecha el encuadre, en su huida como polizones de un tren o en su arriesgada travesía del desierto hasta llegar a una ciudad de Perth, en la que deciden alistarse, movidos por el deseo de aventura y animados por unas ideas muy peregrinas del conflicto bélico que desgarra Europa y del peligro hipotético en que se halla su país del que huyen incluso los canguros. Ya en la península de Gallipoli siguen comportándose como unos jóvenes de vacaciones que traban amistad con otros de su misma edad, ignorantes de que unas horas más tarde se convertirán en carne de cañón, en cebo para los turcos, con el objetivo de apartarlos de una playa en la que van a desembarcar 25.000 británicos.
Se ha querido comparar este film con el que acaba de estrenar Russell Crowe, El maestro del agua, con el que coincide únicamente en el hito histórico que conmemoran, la cruenta batalla de Gallipoli, en la que participaron soldados australianos. Crowe, que ha dispuesto de un equipo técnico con una experiencia dilatada en películas de gran presupuesto, le da la vuelta absolutamente a la historia. Mientras Peter Wier, ya sea por imposición de los productores o por decisión de aligerar la historia de su contexto y convertir la película en un melodrama que indaga en la psique de los jóvenes australianos alejados de la metrópoli, con la ayuda de su guionistas david Williamson, uno de los más reputados dramaturgos australianos de la época, sigue constantemente con sus cámaras a estos dos muchachos, que, ni tan siquiera en el momento supremo de la muerte, son conscientes de su verdadera situación. El joven Archy escribe en la trinchera una carta a sus padres en la que les dice: "Ya sé que no me habéis perdonado que me escapase; estamos preparándonos para lanzar un ataque a fondo contra los turcos y sabemos que vamos a hacer un buen papel, tanto nosotros como nuestro país. Estamos todos muy excitados y yo personalmente tengo la sensación de estar viviendo la aventura más grande de mi vida." Russell Crowe cambia por completo el punto de vista y lo traslada a un padre que ha perdido a sus tres hijos y vuelve a la maldita playa a recuperar sus cuerpos, enterrarlos con respeto y honrar su memoria, una historia que ha sido muy mal recibida en nuestro país en el que se ningunean una ley y una iniciativa diplomática del antiguo gobierno: la Ley de memoria histórica y la Alianza de civilizaciones. Esta asociación ha costado al actor-director australiano unas descalificaciones que habrán costado mucho desentrañar a su equipo de prensa. La participación de los hijos en estos combates se trata en forma de pesadillas o de flashbacks explicativos y se inscriben en la trama de forma marginal, sin formar parte de la misma, salvo para hacer comprensible el espíritu que anima al padre.
Peter Wier estructura su historia buscando un equilibrio clásico, sin rupturas bruscas, mediante una dialéctica de planos que se alejan o acercan en función de la narración y con algún plano de detalle significativo, como la botella de Moet Chandon que le ofrece a un oficial su mujer para que celebre su aniversario. La edición se basa en cortes directos con entradas y salidas de campo que construyen el raccord y facilitan el decoupage. Raramente recurre al juego del plano-contraplano en las partes dialogadas, prefiriendo cargar de significado dentro del encuadre. El final melodramático con el plano polisémico en el que Archy muere mientras corre hacia su destino funesto, acompañada de música de Albinoni trata de forzar en exceso la emotividad del público. Igual que ocurrió en 'El club de los poetas muertos' lo consigue entre amplios sectores del público. La manipulación de los sentimientos del espectador se intesifica con la confesión del oficial australiano de que va a pedir a sus jóvenes soldados algo que él no haría y la ingenuidad e inocencia de estos casi niños, que todavía temen pecar con el pensamiento o la omisión cuando temen, en momentos de tensión y de guerra, ser infieles a futuras esposas que todavía no conocen. Las arengas enardecedoras apelan a su sentido masculino todavía inmaduro del honor y el deber, en unos entrenamientos en los que estos soldados se comportan como en un juego más.
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