Ninja y Chappie
El crítico define a Blomkamp como una especie de visionario dispuesto a tratar temas de actualidad de frente, intencionalidad no sólo práctica, sino poética, como ya veremos, que nos hace caer en la cuenta de lo difícil que es juzgar una obra como la de este sudafricano, cuyo análisis está condicionado a intereses en juego que ciertos sectores sienten que pone en riesgo. Tanto en relación con Elysium como ahora con Chappie, se filtraron unos correos de la SONY instando a las empresas encargadas de su comercialización de mantenerse alejadas de las implicaciones políticas de ambos títulos, que señalan la brecha entre los que tienen y los que no tienen, ya se trate de la sanidad o de la guerra de drones y la pérdida de libertades tras el 11-S. Hay ciertos matices que se escapan a quienes no han nacido ni conocen Johannesburgo, como ciertas vistas aéreas que muestran los estragos de la crisis económica que ha dejado el paisaje salpicado de propiedades comerciales sin acabar o abandonadas. a los que es fácil dotar de textura cinematográfica.
Casi desde los primeros pasos del film el espectador comienza a sentir una especie de dejà vu, un recuerdo de RoboCop, que en este caso representaría no el futuro, sino el pasado, al servicio de una moral y un sentido del orden que emana de ciertos sectores que encarna Vicente Moore (Hugh Jackman), un militar travestido de ingeniero, que controla su enorme robot, Buey (The Moose), una especie de tanque con patas, con el que piensa acabar con los modestos scouts de su oponente, el joven Deon. Mas Neil Blomkamp le da la vuelta al significado de este esquema, como hiciera Delacroix en su cuadro 'La Victoria guía al pueblo' respecto a la obra de Gericault, 'La Balsa de la Medusa', convirtiendo la desesperación en esperanza al colocar de frente a unos personajes que el pintor romántico había pintado de espaldas. Por una serie de circunstancias ajenas a su creador, al querer dotar a su criatura cibernética de conciencia, la acaba poniendo del lado de los parias de la Tierra, unos terribles yonkis y ladrones, que habitan en uno de estos edificios abandonados, una nave sin cristales ubicada junto a dos torres de refrigeración de una vieja central nuclear, decoradas con graffitis de colores; estos personajes bizarros y estrafalarios, con su cuerpo lleno de tatuajes y rodeados de los símbolos más estrambóticos e incluso contradictorios (el signo del dólar, bandera americana...), y una estética neonazi, que encarnan Ninja y Yolanda Visser, ( la mamy y el papy), miembros de un grupo de rap sudafricano, Die Antword, acaban convirtiéndose en el 'padre y la madre adoptivos' de Chappie, protagonizando las secuencias más estrambóticos del film, manipulando al bebé-robot e intentando 'educarlo' erradicando de su conciencia las virtudes que lo afeminan, como leer cuentos (La oveja negra), pintar cuadros o jugar con muñecas. Malos tiempos para la lírica.
Die Antwoord
El desarrollo de Chappie como un ser dotado de auténtica inteligencia artificial, superior a la del ser humano, se produce de la única forma que el hombre es capaz de imaginar, ya que como todo ser que crece, se desarrolla y finalmente muere, debe aprender, y basándose en la filosofía de Jean-Jacques Rousseau, como cualquier bebé, es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo pervierte; Deon procuró enseñarle los valores que rigen la convivencia entre los seres humanos, pero Ninja se empeñó en pervertirlo y ponerlo al servicio de sus intereses; lo dejó solo frente a quienes deseaban vengarse de los scouts y le demostraron hasta la saciedad que, fuera de los muros que lo protegen, el hombre no es bueno, sino que rige la ley del más fuerte, tremenda enseñanza que alcanzó su climax con la aparición del monstruo ideado por Moore, altamente cruel y destructivo, una máquina de matar para la que palabras como madre, padre o amigo, no significaban nada. Sólo hay para este engendro objetivos a abatir. Las máquinas que, en principio, eran buenas para el hombre, usadas con prudencia y al servicio de la colectividad, quedaron en manos de empresas privadas, en las que dominaba el sentimiento de la competencia, la avaricia y la búsqueda del negocio a cualquier precio; la lucha entre los ingenieros desbarató el proyecto. En un final, que desvela sin tapujos la ideología de Blomkamp, la humanidad, algo frecuente en el género de ciencia-ficción, es condenada una vez más; la novedad reside en que, sirviéndose de una metodología de análisis dialéctica, el conflicto planteado dará paso a otra cosa. Sólo por ver esto de vez en cuando en la gran pantalla, merece la pena no perderse esta película inteligente de dos horas de duración que no pesan.
No es la primera vez que un cineasta hace explícito en una de sus películas el hartazgo ante los excesos del hombre, que han provocado mucho dolor a los habitantes de la Tierra. Drew Goddard, en In the cabins of the Woods, también interpretada por Sigourney Weaber, coloca a sus protagonistas en una tesitura semejante y llegan a la conclusión de que el hombre no merece nada y hay que dar una oportunidad a otros pobladores de la Tierra, que alcanzarán su hegemonía con la desaparición de la especie dominante, de acuerdo con la tesis darwiniana. Blomkamp no se limita a dar forma a un deseo, sino que busca una posible solución de carácter universal, emblematizada por ese cielo amenazante que cubre todo el planeta, como la inmensa nave alienígena que permanecía día y noche sin moverse en el cielo de Johannesburgo, sobre núcleos urbanos constituidos por chabolas apiñadas, tomados con planos cenitales, mientras la Tierra seguía dando vueltas. Muy interesante.
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