Crónicas diplomáticas : Quai D'Orsay. Bertrand Tavernier




Ficha técnica:


Título original: Quai D'Orsay
País: Francia
Año: 2013
Duración: 113 minutos

Dirección: Bertrand Tavernier
Guión y diálogos: Antonin  Baudry, Christophe Blain, Abel Lanzac, asesores de Dominique de Vllepin
Dirección de Fotografía: Jérôme Alméras
Música: Philippe Sarde
Montaje: Guy Lecorne

Diseño de Vestuario: Caroline de Vivaise

Diseño de producción: Sibilla Patrizi
Compañías. Productora: Site 4 View Productions. Distribución: Golem


Intérpretes:


Tierry Lhermitte :Alexandre Taillard de Worms,
Raphaël Personnaz : Arthur Vlaminck,
Niels Arestrup :Claude Maupas,
Bruno Raffaelli :Stéphane Cahut,
Julie Gayet :Valérie,
Anaïs Demoustier :Marina,
Thomas Chabrol :Sylvain,
Thierry Frémont :Guillaume van Effentem.


Sinopsis:


Alexandre Taillard de Worms es un hombre con brío que gusta a las mujeres y que, casualmente, es el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, el país de las luces. Pasea su melena plateada y su cuerpo atlético desde la tribuna de Naciones Unidas en Nueva York, hasta el polvorín de Ubanga. Interpela a los poderosos e invoca a los espíritus más magnánimos para que vuelva la paz, calmando a los que quieren apretar el gatillo y cuidando su aura de futuro Premio Nobel de la paz cósmica. Alexandre Taillard de Worms es una mente poderosa que se apoya en la santísima trinidad de los conceptos diplomáticos: legitimidad, unidad, eficacia. Ataca a los estadounidenses neoconservadores, a los rusos corruptos y a los chinos codiciosos. El mundo no se merece la grandeza de espíritu de Francia, pero aun así, parece que el país le queda pequeño. El Ministerio de Asuntos Exteriores contrata al joven Arthur Vlaminck como encargado del "lenguaje". En otras palabras, redactará los discursos del ministro. Pero a Arthur le queda aprender a hacerse con la susceptibilidad y el entorno de la presidencia, abrirse camino entre el director del Gabinete y los consejeros, en un entorno donde reina el estrés, la ambición y las puñaladas traperas. Atisba el destino del mundo, pero le amenaza la inercia de los tecnócratas.


Comentario:


Bertrand Tavernier ya nos había decepcionado profundamente en sus últimas realizaciones, que no llegaban a la altura de un novato entre los nuevos realizadores norteamericanos (recordemos 'En el centro de la tormenta, con Tommy Lee Jones,2009, una absoluto fracaso en su experimento norteamericano), pero ahora nos sorprende más si cabe con un film que, pretendiendo llevar a la pantalla los entresijos de la 'alta' política,  se queda en los vertederos de la historia más doméstica y local que cabe imaginar, que hará sonreir a más de un francés, pero que deja boquiabiertos a los espectadores de cualquier otro lugar del mundo . Ya es difícil que evoque más recuerdos en la mente de cualquier europeo interesado por la política (alta o baja)  la imagen de la, otrora famosa, por razones del corazón,  ministra de justicia, Rachida Dati, que el propio Dominique de Villepin, el  personaje verdadero que se esconde tras la máscara de Alexander Taillard de Worms, ministro de Asuntos Exteriores y Ministro del Interior bajo la presidencia de Jacques Chirac, que jugó un importante papel en la crisis de Irak,  aunque no haya una sola imagen del presidente de turno francés y sí de George Bush hijo, a pesar de que de forma indirecta se le presente como un superficial al que los ministros no quieren molestar con sutilezas como secuestros de barcos o golpes de estado.

El intento de convertir la película en un cómic, con ese personaje que por donde pasa hace volar los papeles de cualquier funcionario, y que evoca especialmente la novela gráfica, orgullo de los franceses, creada por René Gonscinny (guión) y Albert Uderzo (dibujos), el mayor homenaje galo al más grande de sus superhéroes, Vercingetorix, resulta patético. El gag hace sonreír la primera vez, pero carga las mil siguientes. La película, basada en otro cómic, -Quay D'Orsay de Christophe Blan y Albert Balzac-, convierte al Ministro de Exteriores, que destacó en las negociaciones en torno a la invasión de Irak por los norteamericanos de Bush, en un mequetrefe que lleva siempre consigo un libro de citas de Heráclito ('El Oscuro'), allá donde va y hace que sus asesores la empotren en cualquiera de sus escritos. Curiosa la alusión, basada en una de estas reflexiones, en relación a la guerra de las anchoas con España: "las anchoas viven a gusto en las aguas españolas, pero va a acabar sus días en los caladeros franceses."

Sólo dos ideas parecen quedar claras en el discurso de Tavernier, y ambas tienen que ver con el pensamientos neoconservador de Bush y el de los conservadores franceses. Tras el 11 de septiembre de 2001, los norteamericanos profundizaron en el conocimiento de su grandeza y su debilidad y concibieron la idea de la guerra preventiva; la Grandeur de la France no podía acompañarlos por ese camino, pero si entendía que a un país poderoso como Estados Unidos no se le podía molestar fragmentándolo en ideologías, por lo que al hablar de las decisiones republicanas, que justificaron sus acciones con inventos tales como las armas de destrucción masiva, no se podían atribuir los errores de forma partidista, con el objetivo de no incomodar al amo; y para ese argumento tan pobre necesitaban el asesoramiento de hombres destacados de la literatura francesa. Conservadora-por-supuesto. En su lugar había que cuestionar a los políticos en general, hubieran sido cómplices o sumamente críticos con la invasión. Conocemos la música y la letra.La simpatía del realizador se pone claramente de manifiesto en el discurso que finalmente pronuncia Dominique de Villepin/Alexandre Taillard de Worms ante las Naciones Unidas, tras rechazar las ideas de sus colaboradores, reclutados en todo el arco ideológico. Y es que Tavernier simpatizaba con Villepin, y, finalmente, lo salva.

Aseguran en RTVE que Tavernier ha querido enviar un recadito a François Hollande, al que, queriendo molestar ha hecho publicidad involuntaria dando un papel en la película a su amante Julie Gayet, por el que ésta obtuvo una nominación a los premios César, en el que le viene a decir que "no tiene interés por la cultura." Si cree el realizador que lo que hace en su película tiene algún valor cultural, puede que encuentra muchos más incrédulos de los que imagina; las revistas del corazón gozan de un amplio seguimiento, pero no abarcan a todo el espectro social. Forma y contenido están concebidos para epatar a un sector del público que se extingue, con imágenes filmadas de forma tranquila y convencional, que alcanzan su climax en grandes estancias de cuyos techos penden enormes arañas, engrandecidas por no tan ligeros contrapicados, que contrastan con la insignificancia de la mesa en torno a la cual se reúnen unos pocos tertulianos, y en las que el, presentado como frívolo, político francés humilla a una premio nobel de la literatura, Molly Huchinson, interpretada por Jane Birkin. Un film, en definitiva que, si complace a alguien, será a aquellos que no sólo creen conocer los entresijos de la 'alta' política (quien se acuesta con quien, qué desayuna cada cual, cómo maltrata a sus subordinados...), y además vive de estos cotilleos. Todo lo que sucede en el film tiene que ver con las formas del discurso, que, en definitiva, refleja el fondo de la cuestión: mucha palabrería para ocultar los intereses reales que no se dan a conocer.

 Un buen ejemplo de lo que decimos lo constituye la crítica de Carlos Boyero, con el que, por esta vez, estamos de acuerdo. " (...) Sin embargo, voces autorizadas me habían asegurado que Quai d’ Orsay, la última película de Bertrand Tavernier, cuya obra me fascinó durante mucho tiempo, pero que últimamente no me sugiere nada memorable, era una sátira muy ingeniosa y divertida, y en la que permanezco todo sus metraje con cara de palo e incapaz de contagiarme de las risas y carcajadas que escucho en la sala. De entrada, el argumento me provoca inmensa fatiga. Lo protagoniza un ministro de Asuntos Exteriores, su corte de asesores y el hombre que escribe sus discursos. Se supone que es muy jocoso lo que puede hacer un profesional de la política, que sea de derechas es trivial, con los parlamentos que pretende poner en su boca su izquierdista escribidor, la capacidad surrealista de ese ministro cuya exclusiva guía intelectual son los aforismos de Heráclito, para expresar al mismo tiempo una cosa y la contraria, para hablar interminablemente sin decir nada comprensible, para adaptarse camaleónicamente a cada situación."

Héctor Barnés en la entradilla de su artículo en Dirigido por..., de abril de 2014, (Libertad, igualdad, fraternidad y rotuladores fluorescentes), se adelanta a ciertas críticas, confundiendo el verdadero sentido de las mismas: " Bertrand Tavernier realiza a sus 72 años la comedia más pura de su carrera, Crónicas diplomáticas: Quai d'Orsay, una farsa sobre el mundo de la política que quizá moleste a quien espere una denuncia del funcionamiento del poder." El sarpullido que provoca en el espectador bien formado políticamente no se deriva de la mirada del cineasta al mundo de la política, ni tan siquiera a la ausente denuncia del funcionamiento del poder, sino a la incomprensión  y rechazo que genera este discurso populista y generalizador sobre el propio concepto de 'alta política' aplicado a  esta(s) "pequeña(s) (y divertida ) farsa(s) sobre el liderazgo y la gestión de los 'egos', construida alrededor de la clásica figura cómica que es el mediocre con delirios de grandeza...", que en realidad supone un ejercicio más de desprestigio de la clase política, encarnada  en un personaje y en " la condescendencia, incluso comprensión, con la que Tavernier retrata a su ministro (de derechas) ..." (Ibid ), haciendo propio el ejercicio de hipocresía que recomienda el escritor francés que acompaña al Ministro, como asesor de asesores del lenguaje, en su viaje a Estados Unidos, en el que se jugaba algo más que un certamen de prosa. Prosa cinematográfica que, además, aburre por su redundancia y falta de aliciente para el público. Pesan, y mucho, sus casi dos horas de metraje.
 

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