La mejor oferta. Giusseppe Tornatore
Ficha técnica:
Título original: La mifliore offerta
País: Italia
Año: 2013
Duración: 124 minutos
Guión y dirección: Giusseppe Tornatore
Casting: Reg Poerscout-Edgerson, c.s.a.
Dirección de Fotografía: Fabio Zamarion. Tecnicolor
Música: Ennio Morricano
Montaje: Massimo Quaglia
Dirección artística: Maurizio Sabatini
Arredamento: Raffaella Giovanetti
Organización general: Guido de Laurentiis, (a.p.a.b.)
Diseño de Vestuario: Maurizio Millenotti
Compañías. Producción: Warner Bros Italia presenta a Paco Cinematográfica/UniCredit; distribución: Filmax
Intérpretes:
Geoffrey Rush: Virgil Oldman
Jim Sturgess: Robert
Silvia Hoeks: Claire
Donald Sutherland: Billy
Philip Jackson: Frend
Dermot Crowley: Lambert
Kiruna Stamell: chica del bar
Liya Kebede: Sarah
...
Sinopsis:
Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un renombrado experto en antiguedades y subastador inglés. Es un genio excéntrico, y lleva una vida solitaria que dará un giro total cuando entra en su vida la bella Claire, una mujer con problemas emocionales y con severa agorafobia, que quiere tasar la valiosa colección de arte de su familia. Nada más verla, Virgil queda prendado de la rica heredera. (Filmaffinity).
Comentario:
De nuevo Giusseppe Tornatore toma como referente al cine para contar una historia que ha perdido toda la frescura de sus películas de la etapa siciliana, como Cinema Paradís, y realiza un casting con actores norteamericanos que hablan inglés, decisión que paradójicamente fue muy bien recibida en Italia, pero no fue recompensada por la crítica norteamericana, que la tachó de pretenciosa y fallida y acusó a su realizador de empeñarse torpemente en solemnizar la obvio: el gusto de Tornatore por un modo de representación convencional y clásico, teñido de nostalgia de constructos culturales extinguidos o en vías de extinción, presente en su opera prima.
Quien pretende dar lecciones se ve obligado a recibirlas, y es que, aunque la historia interesa, hay aspectos incomprensibles e incluso patéticos, como la reconstrucción de un autómata, un auténtico artefacto mecánico creado por Jacques Veaucanson, ingenio que ya interesó a Martin Scorsese en La invención de Hugo, que consume una parte importante de tiempo y de atención de los espectadores con un objetivo final más que mediocre que defrauda todas las expectativas. La responsabilidad de una historia tan fallida es toda suya, ya que es autor del guión y responsable de su puesta en escena; un hombre mayor muy escrupuloso, que usa guantes y envuelve con materiales aislantes los teléfonos, un Dante del siglo XXI, se enamora de una Beatriz crecidita, una joven veinteañera replegada sobre sí misma, inocente y con escaso contacto con el mundo exterior a causa de una extraña enfermedad, la agorafobia. Un joven que arregla cosas, como el padre de Hugo y su novia negra complementan el reducido círculo del millonario y exquisito subastador inglés que trabaja para las salas más distinguidas, Christie de la ficción.
Todo huele a naftalina, desde la valiosa colección de retratos de mujeres, realizados por los pintores más prestigiosos, de fetiches de la mujer de carne y hueso deseada y a la que sólo puede acceder el hombre cultivado porque tiene una aparente enfermedad que le impide comunicarse con los demás, en concreto con jóvenes de su edad, y abandonar la caverna en la que se embrutece, una casa solariega vieja y abandonada, a la que las grúas y las nuevas edificaciones estrangulan y convierten en un testigo de un pasado que se fue para no volver. Engañado y abatido, el elegante y poderoso anticuario descubrirá que el destartalado caserón es propiedad de una mujer que habita en el bar de enfrente de la gran verja, que lo alquila periódicamente a estudios cinematográficos.
El pecado del film radica más en su pretenciosidad desfasada que en el interés de una historia que pretende ser clásica y halagar los sentidos de un público que se resiste a la modernidad, que de forma inadvertida va forjando su propio clasicismo adaptado a los nuevos tiempos y con parámetros bien distintos. Andy Robinson (Un reportero en la montaña mágica) afirma que mientras recorría el Museum de Davos observaba que los 'Davos Men' brillaban por su ausencia, ya que sólo disponían de tiempo para el arte cuando existían posibilidades de comprar; Tornatore nos cuenta que en estas citas hay un público que colecciona falsificaciones, en las que el imitador siempre deja una huella de sí mismo, pensamiento que Virgil repite hasta el cansancio, sin que el espectador pueda desentrañar su oscuro significado en relación con la historia que se está contando.
Todo huele a naftalina, desde la valiosa colección de retratos de mujeres, realizados por los pintores más prestigiosos, de fetiches de la mujer de carne y hueso deseada y a la que sólo puede acceder el hombre cultivado porque tiene una aparente enfermedad que le impide comunicarse con los demás, en concreto con jóvenes de su edad, y abandonar la caverna en la que se embrutece, una casa solariega vieja y abandonada, a la que las grúas y las nuevas edificaciones estrangulan y convierten en un testigo de un pasado que se fue para no volver. Engañado y abatido, el elegante y poderoso anticuario descubrirá que el destartalado caserón es propiedad de una mujer que habita en el bar de enfrente de la gran verja, que lo alquila periódicamente a estudios cinematográficos.
El pecado del film radica más en su pretenciosidad desfasada que en el interés de una historia que pretende ser clásica y halagar los sentidos de un público que se resiste a la modernidad, que de forma inadvertida va forjando su propio clasicismo adaptado a los nuevos tiempos y con parámetros bien distintos. Andy Robinson (Un reportero en la montaña mágica) afirma que mientras recorría el Museum de Davos observaba que los 'Davos Men' brillaban por su ausencia, ya que sólo disponían de tiempo para el arte cuando existían posibilidades de comprar; Tornatore nos cuenta que en estas citas hay un público que colecciona falsificaciones, en las que el imitador siempre deja una huella de sí mismo, pensamiento que Virgil repite hasta el cansancio, sin que el espectador pueda desentrañar su oscuro significado en relación con la historia que se está contando.
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