Matar a un ruiseñor. Robert Mulligan



Ficha técnica:

Título original: To kill a Mockingbird
País: Estados Unidos
Año: 1962
Duración: 129 minutos

Dirección:  Robert Mulligan
Guión: Horton Foote. basado en la novela de Harper Lee
Dirección de Fotografía: Rusell Harland
Música: Elmer Bernstein
Edición: Aaron Stell
Dirección artística: Henry Bumstead
Decorador del set: Oliver Emert
Efectos especiales: Don Wolz

Diseño de Vestuario: Rosemay Odell
Estilista de peluquería:  Larry Germain
Maquillaje: Bud Westmore

Productor : Alan Pakula
Productor manager: Ernest B.Wehmeyer
Compañías. Producción:  Pakula-Mulligan, Highland-Brentwood Production; distribución: Universal Pictures


Intérpretes:

Gregory Peck :  Atticus Finch,
Mary Badham : Scout,
Phillip Alford :  Jem,
John Megna :  Dill Harris,
Frank Overton : Sheriff Heck Tate,
Rosemary Murphy :  Maudie Atkinson,
Ruth White :  Mrs. Dubose,
Brock Peters :  Tom Robinson,
Estelle Evans :  Calpurnia ,
Paul Fix : Juez Taylor,
Collin Wilcox Paxton :  Mayella Violet Ewell,
James Anderson James : Bob Ewell ,
Robert Duvall :   Boo Radley
Imdb

Premios:

1962: 3 Oscars: Mejor actor (Gregory Peck), guión adap., dirección artística. 8 nominaciones
1963: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro (mejor película)
1962: Premios David di Donatello: Mejor actor extranjero (Gregory Peck)

Sinopsis:

En la época de la Gran Depresión un abogado sureño, Atticus Finch, interpretado por Gregory Peck, interviene, como abogado defensor, en un juicio en el que una mujer blanca acusa de violación a un joven negro, un hombre fuerte pero inválido de un brazo que le ha destrozado una desmontadora de algodón, lo que hace imposible la versión de la mujer 'agredida', al menos por el acusado. Sin embargo, el juicio popular ya había sentenciado, y el resentimiento recaerá sobre la familia del hombre más respetado y respetable de la localidad, que había osado defender al presunto culpable.


Críticas:

Una obra maestra que parece haber sido rodada en estado de gracia; una película llena de matices, con mensaje sin caer en la sensiblería, de magnífico guión, espléndida fotografía y con una interpretación contenida y maravillosa de Gregory Peck, la mejor de toda su carrera. Inolvidable. (Pablo Kurt. Filmaffinity)

Comentario:

Durante estos días, uno de los mejores directores de cine español e internacional, Alejandro Amenabar, está presentando en TCM HD, las diez películas clásicas que marcaron su vida e influyeron en su formación artística, y una de ellas es Matar a un ruiseñor, un animal que no hace daño a nadie y que alegra el oído  de las gentes con sus cantos. Este film, calificado, casi por unanimidad, como una obra maestra, recoge las consecuencias sobre la población empobrecida por las crisis económicas, especialmente en contexto ya enrarecidos de antemano. El daño que produce en las masas el capital financiero, la fase más desarrollada del sistema capitalista, no sólo es de carácter físico, sino que horada las conciencias, fomenta el odio y el resentimiento y la desesperanza hace aflorar lo peor de las personas.

Atticus, como todos, padece la depresión económica, aunque en menor medida que sus conciudadanos, debido a su formación, que le capacita para el ejercicio de la abogacía y  le permite llenar su mesa de los alimentos necesarios para una supervivencia digna. Sus hijos viven como los demás niños de la comunidad, van a la misma escuela, gozan de libertad y nadie puede impedir que se involucren en los asuntos de un padre al que adoran y  del que han recibido una formación integra, complementada con la observación de la asunción del riesgo  que conlleva defender una causa justa, contaminada de antemano,  la  de un falso culpable al que se ha condenado a priori  por un prejuicio y al que el microcosmos de esta población sureña, Maycomb  del estado de Alabama, quiere convertir en chivo expiatorio de sus frustraciones, apoyándose en un sentimiento  ancestral basado en la esclavitud de los negros, cuyo recuerdo sigue atormentando a muchos norteamericanos y tiene reflejo en cualquiera de sus manifestaciones artísticas, ya sea literatura, pintura o cine. Robert Mulligan realiza un sencillo y profundo homenaje al  mundo clásico, a la oratoria  latina, que se refleja en el nombre de alguno de sus personajes: Atticus,  el protagonista, y Cornelia, la criada negra de la casa del abogado, un indicio más del igualtarismo que se respira en esta pequeña isla de tolerancia . Gregory Peck encarna de forma magistral la actitud de un letrado que realiza una  defensa racional, certera y sin histrionismos.

Pero el film tiene otra vertiente, la poética, que no ha pasado desapercibida a los lectores de la globosfera, que han ido dejando sus testimonios en las diferentes páginas que hablan de cine, algunos muy conmovedores. El propior Alejandro Amenabar se rinde ante unos de los mejores montajes de los títulos de crédito de la Historia, en los que la cámara recorre lentamente, casi acariciándolos, los objetos que el hijo de Atticus, Jem, había ido sustrayendo de  un árbol  cercano a  una casa maldita, el símbolo del lado oscuro del ser humano, depositados en un gran orificio del tronco por un ser misterioso, Boo Radley, un personaje típico de la literatura de William Faulkner, interpretado por el debutante Robert Duvall,  cuya aparición tras una puerta, después de salvar al niño, revela a un ser indefenso, en la frontera de la locura,  al que hay que proteger como se protege a un ruiseñor. El mal está extendido entre la población, no concentrado en una familia, y se hace explícito en un gesto aparentemente cotidiano: cuando el hijo de Atticus pierde sus pantalones en una huida, enganchados en una valla de alambre espinoso, tras estar husmeando en la cabaña de Boo,  junto con su hermana y un amigo, al volver a recogerlos para evitar la reprimenda paterna, se oye un disparo que alarma a los vecinos. Todos se tranquilizan cuando alguien dice que uno de ellos ha disparado a un vagabundo que merodeaba por la zona. En una época de pordioseros, uno de ellos representa el mayor peligro para la comunidad y su extinción está justificada. Pero también esa galería desde la que  los antiguos esclavos siguen el juicio de uno de los suyos, es el testimonio de la segregación racial que padeció este pueblo tras su 'liberación'.

El enrarecimiento de la atmósfera y la perversión de la mentalidad de las gentes ha llegado hasta tal punto que los hombres honestos como el sheriff y el abogado Atticus,  deciden mirar hacia otra parte cuando uno de ellos, el huraño y enigmático vecino,  ha ejecutado  por su cuenta  al secuestrador del niño y ha aplicado la ley del ojo por ojo. Así de triste puede llegar a ser la vida en unos momentos en los que se pierde mucho más que la satisfacción de las necesidades físicas básicas y en las que el hombre se convierte en un lobo para el hombre. Afirma Alejandro Amenabar que el cine de terror es el que pierde más vigencia; nosotros recordamos la afirmación de Dennis Hopper de que  si una película sabe recrear el momento en que se realiza y contiene una buena crítica de su tiempo, se convierte en una película imperecedera, en caso contrario se olvida como una mala obra que no merecen ser recordada. Hoy, cuando las masas inician de nuevo un camino hacia el embrutecimiento, podemos ver con temor cómo se realizan juicios populares que, en muchos casos, acabarían con el linchamiento de los señalados por  una prensa irresponsable, antes de ser juzgados y declarados culpables o inocentes, si no lo impidiera el estado por medio de sus fuerzas del orden.

Atticus no sólo es un hombre ejemplar y un buen ciudadano, sino que, habiendo perdido a su esposa, debe encargarse de la educación y el cuidado de unos hijos, con la ayuda de Cornelia, unos niños que juegan y viven como los demás, pero a los que hay que recordar que no todos tienen la misma suerte que ellos, la de poder llevarse a la boca una ración suficiente de comida digna cada día. Es tal la trascendencia del film que en Estados Unidos se incorpora en los curricula de muchas escuelas, a pesar de que hay cierta controversia, no sólo entre la población blanca, sino dentro del colectivo negro.


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