El puente sobre el río Kwai. David Lean











Ficha técnica:

Título original: The bridger on the River Kwai.
País: Reino Unido.
Año: 1957.
Duración: 161 minutos.
Dirección: David Lean.
Guión: Pierre Boulle, Michael Wilson y  Carl Foreman, basado en la novela de Pierre Boulle.
Dirección de Fotografía: Jak  Hildyard, B.S.C. Horizon  Picture, fotografía en Cinemasope.
Música:  Malcolm Arnold. Interpretación: Royal Philarmonic Orchestra.
Dirección artística: Donald M.Asthon.
Edición: Peter Taylor.
Edición de sonido: Winston Ryder.
Productor: Sam Spiegel.
Maquillaje: Stuart Freeborn  y George Partleton.
Compañías: Columbia Pictures.

Intérpretes:

William Holden: Shears,
Alec Guinness: Coronel Nicholson,
Jack Hawkins: Mayor Werden,
Sessue Hayakawa: Coronel Saito,
James Donald: Mayor Clipton,
Geoffrey Horne: Lieutenant Joyce,
André Morell: Coronel Green.



Premios:

1958: David di Donatello: Mejor producción extranjera
1957: 7 Oscars: Película, Director, Actor (Guinness), Guión, Fotografía, Montaje, Música
1957: 3 Globos de Oro: Drama, Director, Actor (Guinness). Nominada a Secundario
1957: 4 BAFTAs: Mejor Film, Actor (Guinness) y Guión británicos, Mejor film internacional
1957: National Board of Review: Película, Director, Actor, Secundario (Hayakawa)
1957: Círculo de Críticos de Nueva York: Película, Director, Actor (Guinness
1957: Premios David di Donatello: Mejor producción extranjera




Sinopsis:

El puente sobre el Río Kwai  es una película sobre la Segunda Guerra Mundial, en la que se narra la desgtrucción de un puente construido por los prisioneros británicos en Birmania, por un comando norteamericano.

Comentario:

Tan sólo habían transcurrido doce años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que se cobró más de sesenta millones de muertos y que fue calificada de holocausto, cuando David Lean consiguió un reconocimiento de los  certámenes y festivales que se celebraron en los países castigados por la contienda, con un film satírico que ridiculizaba a los ejércitos de uno y otro bando, a la vez que los humanizaba, quizás de forma un tanto maniquea, ad usum de su propósito de abordar vicios propios de la milicia de cualquier tiempo y lugar. Popularizó una melodía silbada por los soldados aliados, titulada la marcha del Coronel  Bogey.

Desde la primera secuencia queda de manifiesto la diferente idiosincrasia del pueblo americano y de sus colonizadores británicos, soberbios, orgullosos, autodisciplinados y con un sentido del honor con demasiados efectos colaterales, incluidas numerosas bajas en su propio bando. Como contrapunto, la secuencia que sigue a la introducción de los títulos de crédito, representa un entierro y epitafio a cargo de dos prisioneros norteamericanos  cargado de humor negro e introductorio del carácter antimilitarista que preside  todo el film, y que llega a su climax en el enfrentamiento entre Shears (William Holden) y el Mayor Werden (Jack Hawkins), en el que el primero se niega a cumplir unas órdenes de su superior herido en una pierna, y acusa a los tres coroneles (japonés, inglés y norteamericano) de preferir morir como caballeros a vivir como seres humanos.

Pero a quien trata con mayor dureza, a pesar de haber sido acusado de chauvinista, es al Coronel Nicholson, interpretado por Sir Alec Guinness, un militar visionario y patriotero, que, para salvar el orgullo de  Inglaterra,  es capaz de explotar a los propios ingleses, llegando a donde ni siquiera se atrevía el militar nipón: sacarlos de la enfermería. Su delirio alcanza altas cotas de insania cuando  intentar abortar el sabotaje del puente, de cuya construcción  se sentía tan orgulloso, avisando de la acción que se preparaba a los japoneses. El resultado de este acto de orgullo es la muerte de dos miembros del comando, entre ellos el propio Shears, percatándose  de su extravío mental  demasiado tarde.

Este ejercicio de autocrítica es meritorio, así como la concesión de cierto grado de comprensión al enemigo tras su derrota, que no siempre se practica. Alguien ha tomado muy a mal que el altivo coronel  británico  lea al  Coronel Saito, reiteradamente,  un manual  inglés  sobre las infracciones graves en los conflictos armados, penalizadas internacionalmente, como obligar a realizar trabajos físicos a los oficiales, norma a la que el japonés opone el Bushido, código ético de los samuráis. Es un elemento más de confrontación entre los diferentes usos y costumbres de los distintos ejércitos, no alienados en ningún caso de sus respectivas tradiciones.

Las imágenes muestran con frecuencia  un claro constraste con el tono irónico y satírico del relato. David Lean respeta la tragedia humana que supuso esta confrontación mundial y evita al máximo el preciosismo y esteticismo de que hará gala en Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago, con una filmación y un montaje sereno,  una fotografía con una luz natural en la que se respetan las  sombras de unos paisajes de vegetación densa por los que circulan hombres, que despojados de su orgullo, recuerdan los desfiles fantasmagóricos del hambre y el maltrato físico  de los campos de Austwitch, Dahau o  Mauthausen; numerosos planos de detalle muestran el deterioro de los uniformes, incluido el calzado, de un ejército de desaliñados.

Pero si hay algo sobresaliente en esta obra  es la capacidad del cineasta de desvelar la existencia de ideas sublimes sin ninguna conexión con la regla básica de convivencia universal: el respeto de los derechos humanos, entre los que ocupa el primer lugar el derecho a la integridad física y a la vida. Hoy parece que lo único que importa no sólo  es  lo que denuncia Lean, sino las causas que conducen a estos desastres: que cuadren los números macroeconómicos, (oferta, demanda, paro, déficit...) y como el puente del coronel Nicholson, lo importante es que se construya, que sea sólido y eficaz, aunque sirva para transportar la más  mortífera de las mercancías: las armas que acabarán con la vida de los que han levantado semejante monumento.  Ya va siendo hora de que aprendamos a hacer buen cine al servicio de los ciudadanos, dotado de una función, además de la de entretener con cotilleos de vecindario, sin la que, según Arnold Hauser, el arte no tiene sentido. Y 'séptimo arte' se ha llamado al cine.


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