Pasión de los fuertes. John Ford.
Ficha técnica:
Título original: My Darling Clementine.
País: USA.
Año: 1946.
Duración: 97 minutos.
Dirección John Ford.
Guión: Samuel G. Engel, Winston Miller y Sam Hellman, basado en el relato Wyatt Earp Frontier Marshal, de Stuart N.Lake.
Dirección de Fotografía: Joseph P. McDonald.
Música: Cyril J. Mockridge. Dirección musical: Edward B. Powell.
Dirección artística: James Basevi y Lyle R. Wheeler.
Decoración:: Thomas Little y Fred J.Rode.
Efectos especiales: Fred Sersen.
Montaje: Dorothy Spoencer.
Vestuario: René Hubert..
Ayudante de dirección: William Eckhardt.
Productor: Darryl F. Zanuck, Samuel G.Engel.
Exteriores: Kayenta, Arizona y Monument Valley, Utah.
20th Century Fox.
Intérpretes:
Henry Fonda: Wyatt Earp,
Linda Darnell: Chihuahua,
Victor Mature: Doctor John Hollyday, 'Doc',
Walter Brennan: el viejo Clanton,
Ward Bond: Morgan Earp,
Tim Holt: Virgil Earp,
Cathy Downs: Clementine Carter,
Alan Mowbray Granville Thorndyke,
Roy Roberts Alcalde,
Jane Darwell Kate Nelson,
Rusell Simpson John Simpson
Francis Ford Dad,
J.Farrell McDonald Mac,
Don Garner James Earp,
Fred Libby Phin Clanton,
Charles Stevens el indio Joe
Sinopsis.
El más joven de los hermanos Earp, James, es asesinado en las cercanías de Tombstone cuando conduce ganado con los otros. Liderados por Wyatt, los Earp asumen los empleos de alguaciles ( Sheriff o Marshal) en la comunidad y no tardan en descubrir la culpabilidad de los Clanton, una familia salvaje y los mayores ganaderos de la región. Wyatt hace una amistad con un dandy del Este, enfermo y venido a menos, famoso pistolero : el doctor Hollyday. Éste les ayudará en el duelo final para huir de sí mismo y de su pasado, representado por su antigua novia, Clementine, que ha llegado al pueblo en su busca. Clementine se convierte en la mujer de los sueños de Wyatt.
Comentario y críticas.
Western mayor de Ford, valorado con entusiasmo en su época por la crítica purista, representada sobre todo por Paul Rotha. Los momentos líricos y cotidiano que llenan el film son inmejorables, mientras que los de acción resultan menos convincentes. Ford aún había de superarse. (Francisco Javier Urkijo. John Ford. Cátedra. Signo e Imagen/Cineastas).
John Ford es no sólo unos de los directores más admirados por el público y la crítica de todos los tiempos, sino el referente, el maestro de los mejores cineastas actuales, que han sabido capturar ese 'estilo invisible de que hablaba André Bazin. Sus planos largos, minimalistas y limpios constituían el mejor escenario en el que ubicar a los colonos que se adentraban en el desierto con cuatro caravanas, sus mujeres y sus niños y trasladarnos su sentimiento de soledad, su insignificancia ante el colosal desierto, y especialmente la teatralidad implícita del Monumental Valley, al que se ha designado con nombres tan entrañables como el 'hogar de John Ford', el 'monumental plató natural', caracterizado por los esperpénticos cerros-testigo y los enormes cáctus, receptáculos del escaso líquido elemento. El porche al que da la barbería se manifiesta como un espacio amplio por el que deambulan los ciudadanos, mientras Wyatt juguetea, metido dentro de su indumentaria de hombre de orden y colono integrado en una comunidad, con un pilar de madera, sentado en su endeble sillón de madera, vulnerable, expuesto a cualquier agresión, sentimiento que se acrecienta cuando envía a uno de sus hermanos a detener a uno de los Clanton, que asesina a la joven Chihuahua (Linda Darnell), y temes como espectador que su misión está condenada al fracaso, lo que en un lugar tan aislado significaba la muerte.
Directores como George Lucas, uno de los creadores del cine moderno, optará por estos planos estilizados, limpios, sustituyendo a los hombres y mujeres sencillas por grandes demiurgos de la Historia con mayúsculas, que recortarán sus perfiles sobre espacios escasamente proclives a la distracción del espectador. La lista, sin embargo, de grandes realizadores admiradores de Ford es interminable, desde Howard Hawks, hasta Ingmar Bergman, pasando por Kurosawa, Fellini o Truffaut es inmensa, y es recurrente la anécdota que se atribuye a Orson Welles, cuando al ser inquirido acerca de a quienes que cosideraba los dos directores más destacados de la historia del cine, respondió: John Ford y John Ford. Pocas veces podremos disfrutar de ese último plano de un film, que queda absolutamente abierto, en el que Clementine, el motor del film sin apenas presencia en el mismo, despide, de espaldas, en un encuadre de un gran angular en el que se enmarca su figura con el único atrezzo de una valla de madera en el margen inferior-izquierdo del plano, mientras Waytt cabalga, desde su reciente cargo de marshal de Dog City Tombstone, hacia su nuevo destino.
El film está cargado de connotaciones y metáforas relacionadas con el nacimiento de la civilización del oeste, como esa Iglesia que preside el poblado, aún en construcción, un esqueleto en el que no penetran los fieles, lo que le convierte en una evocación de los templos griegos, el emblema de la democracia de la que tan orgullosos se han sentido los norteamericanos, hasta las guerras de Vietnam e Irak. El Wyatt Earp de John Ford es un hombre sencillo, que le cuesta reconocer en el espejo su nueva imagen para el nuevo mundo, y que cuando matan a su hermano sabe que su anciano padre no podrá superar el golpe. Pocas veces lo vemos como un hombre duro, nunca lleva pistola y su fuerza radica en su actitud ética y moral, razón por la que pierde dos hermanos en la batalla con los poderosos. John Ford, un hombre conservador, cuando traslada a su protagonista a Tombstone le hace interesarse por quién manda en el lugar, y no se refiere al sheriff que es un simple pelele, como se encarga de mostrar en la primera secuencia de una pelea en el pueblo, y los pobladores le entienden: Doc, (Victor Mature), y los Clanton. A partir de ese momento sabe con quién ha de enfrentarse, y, desde luego, no evita mostrar cómo llegó la ley a la frontera, con el uso de la violencia. La imposición de los agentes de la ley en el far west supuso el fin de una época, la desaparición de los héroes y la eliminación de los últimos grupos rebeldes o tribales y de los últimos hombres en armas.
El Wyatt Earp de Ford no es el héroe de Lawrence Kasdan (Wyatt Earp, 1994) o de George P. Cosmatos (Tombstone, 1993), sino un ex-sheriff de Dog City, que llega con sus hermanos conduciendo ganado hacia los mercados, y que es víctima de la avaricia de los poderosos; la matanza del Corral O.K. está filmada igualmente de forma menos espectacular, pero a la vez más profunda, y el resultado es un padre, que como el de los Earp pierde a sus hijos, no un galán aplaudido por su acción de venganza, lo único que le mueve a aceptar la estrella del marshal. Algunos han querido ver en esta sencillez, que responde al clima general, un menor virtuosismo de Ford.
Con Ford aprendemos siempre una lección de humanidad, que buena falta nos hace, y no deja de sorprender la clarividencia artística e intelectual del realizador, bien entendida por los que han tenido algo que decir en el mundo del cine. Donde ha resistido menos el paso del tiempo es en el tratamiento de la mujer, retratada en su lado bueno, Clementine, la decente, la inocente, frente a Chihuahua, la pérfida, la maligna y prostituida, a la que finalmente redime el amor por el hombre. Siempre vemos a una de ellas entorpeciendo una acción de la mayor importancia del varón.
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