Hysteria. Tanya Wexler.
Ficha técnica:
Título original: Hysteria.
País: Gran Bretaña-USA.
Año: 2011.
Duración: 100 minutos.
Director: Tanya Wexler.
Guión: Jonah Lisa Dyer y Stephen Dyer, según un argumento de Howard Gensler.
Dirección de Fotografía: Sean Bobbit. Color.
Música: Gast Waltzing.
Montaje: Jon Gregory y Billy A. Campbell.
Productores: Tracey Becker, Judy Cairo y Sarah Curtis.
Diseño de producción: Sophie Becher.
Compñías. Productoras: Forthcoming Films, Silver Reels, Informant Media, Beachfront Films, Chimera Films.
Intérpretes:
Maggie Gyllenhaal: Charlotte Dalrymple,
Hugh Dancy: Mortimer Granville,
Rupert Everett: Edmund St. John-Smythe,
Jonathan Pryce: Dr. Robert Dalrymple,
Felicity Jones: Emily Dalrymple.
Gemma Jones: Lady St. John-Smythe,
Malcolm Rennie: Lord St. John-Smythe,
Ashley Jensen: Fannie,
Sheridan Smith: Molly,
Kim Criswell: Sra. Castellari.
Sinopsis:
Hysteria cuenta la historia de la
invención del vibrador eléctrico en el Londres de la Reina Victoria
durante la penúltima década del siglo XIX. El doctor Joseph Mortimer Granville inventó
el primer consolador eléctrico para tratar lo que se conocía como
histeria femenina, cuyos síntomas incluían insomnio, retención de
fluidos, pesadez abdominal, espasmos musculares, irritabilidad o pérdida
de apetito.
Comentario:
La psicóloga inglesa Tanya Wexler realiza esta obra de tema tan particular en tono distendido y de comedia, una simpática y amable visión de una época y sus convenciones morales (Héctor G.Barnés). La historia está ubicada en el marco de una ciudad, Londres,
en la que convergían y se enfrentaban dos concepciones del mundo: la
conservadora y tradicional representada por el veterano doctor Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), y el socialismo utópico emergente, con toques de cristianismo en el caso del joven doctor Joseph Mortimer Granville (Hugh Dancy). Esta mezcla de romanticismo y búsqueda de la justicia social dio personajes como Mary Shelley, creadora del monstruo de Frankenstein, hija de un filósofo político como William Godwin y la filósofa feminista Mary Wollstonecraft, personajes como Richard Owen, que adelantó en cincuenta años la jornada de ocho horas en sus fábricas o la literatura de Dickens que se ocupó de la explotación laboral de los niños. En Francia Charles Fourier soñaba con la construcción de un mundo repleto de falansterios
o comunidades en las que los trabajadores elegirían vooluntariamente
las actividades en función de sus gustos y aptitudes y no existiría un
concepto abstracto de propiedad artificial. Curiosamente esperaba todos
los días que apareciera un capitalista que le financiara un proyecto que
iba a cambiar el mundo. Algo así le sucedía a la hija del Doctor Robert Dalrymple (Jonathan Pyrce), Charlotte Dalrymple (Maggie Gillenhaal) , que había abierto las puertas de un orfanato para atender a los hijos de los proletarios, y esperaba construir una especie de isla de seguridad social para los parias de la tierra, aquellos que tiraban del carro de la sociedad, sin gozar de más consideración que los caballos, apoyándose en los ricos amigos de su padre y que por supuesto la traicionaron.
En este medio en el que el hombre, en sentido genérico, todavía conservaba un resto de
inocencia y creía que era posible cambiar el mundo, no es extraño que Tanya Wexler aborde
el tema desde la perspectiva de una burguesía dominante, que acababa de
hacer su revolución y había triunfado, estaba pletórica y llena de
ideas, mientras que la clase obrera bastante tenía con sobrevivir.
Había participado en las rebeliones y revoluciones de la Europa
moderna, pero su trabajo había sido el de una masa de extras sin
protagonismo. Aun hoy día muchas mujeres, que a pesar de ser sexagenarias o incluso septuagenarias, se ruborizan ante el tema de la masturbación que plantea la realizadora, la experiencia directa en la sala de proyección es que sólo los más jóvenes, que han recibido una educación en igualdad, son capaces de entender y disfrutar de los eufemismos que utilizaban los hombres de la época victoriana para no llamar a las cosas por su nombre. La asistenta al cine ha sido mi mejor experiencia.
En un momento en que la extrema visibilidad del cuerpo y la ausencia
de restricciones en el lenguaje, afirma Héctor G. Barnés, ha dejado de ocultar lo sexual para
trasladarse a otros campos (como el de la política o la economía),
películas como la presente basan su propuesta en el guiño continuo a un
espectador contemporáneo que en teoría se sentirá divertido por los
eufemismos con los que los doctores se refieren a su labor, una especie
de prostitución masculina enmascarada bajo el serio rostro de la ciencia
médica. Y efectivamente, a la sombra de las teorías freudianas, muchos profesionales de la medicina hicieron su agosto económico, olvidando el famoso juramento de Hipócrates y la razón última de su profesión para resolver lo que denominaban histeria femenina con simples sesiones de masturbación.
Es muy curiosa la crítica que recoge Filmaffinity de Manuel Yáñez Murillo (Fotogramas) :
"Esta comedia sexual disfrazada de estudio de costumbres lidia con la
hipocresía social sin mancharse demasiado las manos. La directora se
decanta por la farsa alegre en detrimento del activismo incendiario.
(...) . Por mucho que nos entusiasmen Mary Shelley, amiga de Lord Byron, o incluso casi un siglo después Virginia Wolf, una dama inglesa del Círculo de Bumbury, no dejaban de ser unas burguesas que luchaban por cambiar el mundo, pero que estaban muy lejos incluso de sus propias criadas. Y esto es algo que hay que saber sin escandalizarse demasiado. La lucha de las mujeres por echarse de encima el yugo masculino ha sido transversal, lo que no olvida la directora y hace explícito en la escena del juicio contra Charlotte, a la que apoyan mujeres de todas las clases sociales, del mismo modo que participaron en la lucha de las sufragistas (Mary Poppins de Robert Stevenson). El más radical es el hijo de unos nobles, Edmund St.John Smithe ( Rupert Everettt) que jamás habían trabajdo en nada y que incluso encontraban divertido que alguien practicara la medicina con sus manos. No puede extrañar esta transversalidad tan acutal, que denuncian en La vida de Brian los Monty Python atraés de ese personaje tan resentido al que los romanos cuelgan boca abajo para satisfacer su masoquismo.
Pero además, Tanya Wexler no olvida algunas cosas que está ignorando la sociedad actual:
- La situación en que se encontraba el sistema sanitario en el siglo XIX. La falta de asepsia en las curas, el debilitamiento de los cuerpos por la aplicación de sangrías, especialmente con las famosas sanguijuelas, había elevado la mortandad a tal grado que las morgues florecían en los alrededores de los hospitales. La carestía de los proletarios añadía otras causas de deterioro general de la salud universal, como la prostitución sin control médico y el deterioro de las dentaduras de los londinenses. Como se puede comprobar no estamos tan lejos de acabar donde los ingleses comenzaron su desarrollo.
- El orgullo de entender que Europa se asentó sobre dos pilares muy importantes que la salvaguardaban de las dictaduras y el capitalismo liberal y salvaje : el socialismo utópico que desembocaría años más tarde en Europa en la socialdemocracia derivada de la postura intelectual del entonces llamado 'renegado' Kautsky, y la sociedad todavía inexistente del bienestar que evolucionó hacia el welfare hoy en peligro, y que intentaban implantar estos hombres y mujeres muy adelantados a su tiempo. Charlotte siente el orgullo de ser sufragista y socialista, porque piensa que si reman ocho personas juntas llevan la barca a puerto mejor que si lo hace una sola.
- Que las mujeres tienen derecho a ir a las universidades y a disfrutar del mismo derecho que los hombres, aunque la distancia que separa a Charlotte de las mujeres que trabajan con ella en el orfanato es todavía muy grande.
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