Los Intocables de Eliot Ness. Brian de Palma.





Desde que comienzan los títulos de crédito de Los Intocables de Eliot Ness sabemos que vamos a asistir a un buen espectáculo. Los primeros compases de la BSO realizada por el gran maestro Morricone, de gran intensidad dramática y con una expresividad inusual, dan buena prueba de la capacidad de este excepcional músico para crear climas envolventes; el score comienza de forma impactante y se torna suave y melódico en momentos dramáticos. No va a ser la música la que genere tensión en la secuencia posterior a la emblematización de Al Capone mediante un plano cenital, sino una panorámica tomada con gran angular que sitúa al fondo de la calle a una niña que se aproxima y que el espectador sabe llenar de significado. La colaboración de Brian de Palma con el guionista David Mamet, el célebre modisto italiano Giorgio Armani para caracterizar a unos mafiosos italianos que gustan de la buena ropa y de las representaciones operísticas, y la presencia de actores clásicos del cine negro como Robert de Niro, Andy García o Sean Connery, junto al protagonista, Eliot Ness, que encarna otro más joven, Kevin Costner, son unos buenos ingredientes. Las localizaciones elegidas para las secuencias de acción más trepidantes son el Hotel Lexington donde vive el matón, y la Union Station de Chicago.







Eliot Ness es un Agente Especial del Departamento del Tesoro que en 1930 llega a la ciudad para imponer la Ley Seca o Acta de Volstead, en un contexto de corrupción, guerra urbana, crimen organizado, granada y metralleta. La norma es la excusa para la irrupción de las hostilidades. Lo peor es la normalidad con que la gente acepta el día a día del abuso de poder, las coacciones, la impunidad de los sinvergüenzas, en la que se llega más lejos con una palabra amable y una pistola, que sólo con una palabra amable. Son pocos los policías, como Malone (Sean Connery), un hombre bueno en una ciudad mala, cuyo único objetivo es volver a casa sanos cuando han terminado el servicio, razón por la que a edad avanzada siguen patrullando las calles. La crisis es buen caldo de cultivo para redistribuir las rentas y desposeer a las masas de los pequeños excedentes y logros sociales obtenidos con gran esfuerzo. La prensa juega con gran cinismo, y ridiculiza a hombres que se juegan la vida con cuestiones tan superficiales como el derecho a beber, con apelativos como Butterfly. Levantada la prohibición y preguntado Eliot Ness sobre qué hará ahora, contesta con ironía: beber una copa.








Las redes que tejen los mafiosos son tan densas y enmarañadas, su clientela tan amplia y las complicidades tan arraigadas, que sólo se podrá obligar a Al Capone a saldar sus cuentas con la sociedad por evasión al fisco. Pero incluso este objetivo tan ridículo y patético no será fácil de alcanzar y se cobrará la vida de algún contable, Oscar Wallace (Charles Martin Smith). Las mafias son estructuras de poder paralelas en las que mucha gente confía, siguiendo la máxima de Salustio: La gente no quiere libertad, quiere un buen amo; otros reciben 'sobres sustanciosos', por consentir y encubrir todo tipo de crímenes. El hecho de que surgiera un grupo constituido por cuatro hombres incorruptibles, Eliot Ness, Malone, Oscar Wallace y George Stone (Andy García), es tan insólito e inaudito que recibió el nombre de Los intocables, que bromas de la prensa aparte, no será tanto pues dos de ellos morirán dramáticamente.





El cine negro revela el lado oscuro del sueño americano. Las luces y las sombras persiguen a unos seres que se debaten en un no man's land (tierra de nadie) funerario, en el que el espectador cruza el espejo de la ficción y ve como sus propios demonios salen a su encuentro (Nöel Simsolo. Historia del cine. pág. 16 ). Eliot Ness cruza al otro lado y asesina al sicario de Al Capone, lo que no es mal visto por el mencionado espectador que acepta esta violación de la ley en beneficio de un bien mayor. Esta infracción de la legislación se expresa en palabras de Eliot Ness dirigidas a Malone tras una matanza en la frontera de Canadá, mirando a una víctima del tiroteo: Está tan muerto como Julio César.

Las conexiones entre el cine negro están presentes en este film basado en una serie televisiva de la que disfrutaron tantos hogares. Un hombre extraño a la comunidad, un funcionario del estado, llega a Chicago, restablece el orden y se va; no falta el duelo entre el bandido, Frank Nitti, y el agente de la ley, ni la policía montada del Canadá, cuya puesta en escena rememora tantos filmes del género. La steadycam protagoniza el plano subjetivo más impactante y lleno de suspense del film: el asesinato de Malone, con el leitmotif musical que anuncia la presencia de los Intocables, mientras se oye el llanto de un niño y el ladrido de un perro. Al Capone llora, en una secuencia paralela en la Ópera, escuchando Vesti La Giubba, de la obra de Leoncavallo, Pagliacci.





La secuencia rodada en la Union Station es la más alabada del film; en ella Eliot Ness espera la llegada del contable de Al Capone, Payne, mientras una mujer intenta subir penosamente las escaleras de la estación, con un carrito que transporta a un niño, confundiendo al espectador; Ness divide su atención entre la puerta, el reloj que marca la hora de llegada del tren y los esfuerzos de la mujer. Decide ayudar a esta madre, pero comienza el tiroteo entre policias y mafiosos y el carrito comienza a descender por las escaleras en un homenaje a una de las escenas más memorables del film de Sergei M. Eisenstein, El acorazado Potemkin.





Fotografía de tonos neutros en los exteriores combinadas con el rostro hierático y frío de Eliot Ness, nos trasladan a un mundo en crisis. Colores brillantes y rostros relajados, sonrientes y tranquilos de los italianos muestran la impunidad en la que se desenvuelven los matones y los americanos que progresan gracias a las crisis. En las escenas nocturnas filtrados rojos y azules muy del gusto de Brian de Palma. El director ha querido jugar fuerte en la realización de este film de la era de la prohibición rodeándose de lo mejor en cada campo y el resultado es un film memorable; el ciudadano, fácilmente maleable por una prensa vendida al poderoso, no sabe ver al mafioso que se esconde tras la etiqueta de 'hombre de negocios' con que suelen envolverse los impunes. Lo más triste de la película es ver cómo los reporteros ríen las gracias del mafioso y su mofa de los que buscan la justicia.





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