La última noche del Titánic. Roy Baker.
El film de Roy Baker, La última noche del Titánic, a diferencia del de Camerón se centra en el aspecto social, sin historias de amor que distraigan de la tragedia. El barco, metáfora de la sociedad, acoge en su interior las diferentes clases en que ésta se divide , que se agrupan aisladas en las distintas categorías del pasaje. El magno proyecto que supuso el barco más moderno del momento, no previó las normas de seguridad para los más de dos mil pasajeros y llegado el momento de su hundimiento sólo los ricos cabían en los botes de salvamento, manteniendo al resto aislado hasta que éstos hubieran embarcado. La orden conocida del capitán de ¡sálvese el que pueda! adquiere pleno significado; para las masas que viajan en segunda o tercera clase quedan los palos, los tiros que frenan la histeria colectiva y al final la muerte por congelación.
Los que pueden suben a los botes con remilgos y empujados por los oficiales y el personal del buque, quejándose de los chalecos, sus peinados y otras tonterías más, sin acabar de percatarse de la tragedia. Todos los utensilios (copas, bandejas, platos...) que han servido para el placer de la primera clase se hunden con el propio Titánic y son expulsados al mar como los pobres hombres, mientras un anciano arropa a un niño de apenas tres años.
Los que se salvan rezan por los miserables, mientras el anciano infunde valor y esperanza al niño, en un primer plano. Alguna imagen de colaboración interclasista suaviza la confrontación, e incluso una mujer intenta prestar ayuda a los naúfragos, aunque el resto se niega.
El caracter documentalista y coral, sin protagonistas definidos nos aproxima a la tragedia del Titánic y la confianza quebrada del hombre en el desarrollo; el buque más moderno naufragó contra toda previsión. Termina con un traveling que recorre los rostros de los supervivientes rezando. 700 sobrevivieron, más de mil quinientos desaparecidos. Sin efectos especiales tan sofisticados, logra un hundimiento muy verosímil y espectacular.
Los que pueden suben a los botes con remilgos y empujados por los oficiales y el personal del buque, quejándose de los chalecos, sus peinados y otras tonterías más, sin acabar de percatarse de la tragedia. Todos los utensilios (copas, bandejas, platos...) que han servido para el placer de la primera clase se hunden con el propio Titánic y son expulsados al mar como los pobres hombres, mientras un anciano arropa a un niño de apenas tres años.
Los que se salvan rezan por los miserables, mientras el anciano infunde valor y esperanza al niño, en un primer plano. Alguna imagen de colaboración interclasista suaviza la confrontación, e incluso una mujer intenta prestar ayuda a los naúfragos, aunque el resto se niega.
El caracter documentalista y coral, sin protagonistas definidos nos aproxima a la tragedia del Titánic y la confianza quebrada del hombre en el desarrollo; el buque más moderno naufragó contra toda previsión. Termina con un traveling que recorre los rostros de los supervivientes rezando. 700 sobrevivieron, más de mil quinientos desaparecidos. Sin efectos especiales tan sofisticados, logra un hundimiento muy verosímil y espectacular.
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