Invictus. Clint Eastwood
Clint Eastwood, movido por un espíritu pacificador cargado de buenas intenciones, realiza el film Invictus en el que da una imagen del entonces presidente sudafricano Nelson Mandela imbuido de un talante que en nuestro país se calificaría de' buenismo', y cuyo alcance político no fue entendido ni por sus votantes ni por su partido: decidió apoyar al equipo de rugby de los Springborks y a su capitán François Pienaar, símbolos ambos del Apartheid, llamados afrikáners y odiados por los hombres de su raza. La jugada política le salió bien, pues el deporte es potencialmente útil para insuflar sentimientos nacionalistas.
No obstante Eastwood se ha pasado de frenada, pues presenta un Presidente casi abandonando sus obligaciones más perentorias y pendiente de la evolución del citado equipo, emocionándose con sus triunfos y decidiendo en solitario qué era mejor para su pueblo. El propio François Pienaar no comprende como un hombre, al que los suyos llaman Madiba, que ha estado encerrado veinte años en una celda de unos pocos metros cuadrados en Robben Island, y casi otros diez en la prisión de Pollsmoor, sea capaz de perdonar. El argumento de Mandela, cuando les periodistas le recuerdan que era enemigo de los de la camiseta verde y dorada, es que si el no es capaz de cambiar cuando las circunstancias lo exigen, no puede esperar que los demás lo hagan. El argumento es imbatible, no tanto la ilusión que muestra y las esperanzas que pone en un equipo que, cuando él llegó al poder, no sólo era racista, sino incluso era muy malo, y su poder residía en su ideología y los hooligans que arrastraba. Los negros jugaban al fútbol, pero uno de sus guardaespaldas, blanco, describe este deporte como un juego de caballeros practicado por hooligans, mientras el rugby lo es de holigans, pero jugado por caballeros. A Favor de Eastwood están las matizaciones visuales de semejante triunfalismo: las horribles chabolas de los negros, que vivían en condiciones miserables, y el bajísimo poder adquisitivo de los habitantes de color, que no pudiendo pagar una entrada al estadio, veían el partido en las televisiones o agolpados en las calles. Pero en este ejercicio de dar una de cal y otra de arena, en la última secuencia del film , en que se juega el final del torneo , la cámara comienza a seguir a un niño negro, lo que produce cierta inquietud en el espectador, que no puede evitar echar mano de sus conocimientos extradiegéticos, para acabar abrazado por unos policías blancos y con la gorra de uno de ellos en su cabeza. Mandela le da una receta a François, que elaboró en sus largos años de cautiverio, cuyo título es Invictus: ' Doy gracias al Dios que fuere por mi alma inconquistable. Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma'. Es un bello poema para un noble presidiario, pero no se entiende muy bien cómo la puede incorporar en su imaginario un deportista. Mandela fue un abogado, líder del Umkhonto We Sizwe (Lanza de la Nación), brazo armado del Congreso Nacional Africano (CNA); François Pienaar, capitán de los Springboks entendió el mensaje de Mandela, y en una entrevista a pie de campo declaró que había ganado con el apoyo de cuarenta y tres millones de sudafricanos, no sólo con los 60.000 del campo.
El film es una adaptación de un libro de John Carlin, Playing the enemy, en el que revela que Mandela utilizó el deporter como instrumento para lograr la reconciliación de su pueblo.
No obstante Eastwood se ha pasado de frenada, pues presenta un Presidente casi abandonando sus obligaciones más perentorias y pendiente de la evolución del citado equipo, emocionándose con sus triunfos y decidiendo en solitario qué era mejor para su pueblo. El propio François Pienaar no comprende como un hombre, al que los suyos llaman Madiba, que ha estado encerrado veinte años en una celda de unos pocos metros cuadrados en Robben Island, y casi otros diez en la prisión de Pollsmoor, sea capaz de perdonar. El argumento de Mandela, cuando les periodistas le recuerdan que era enemigo de los de la camiseta verde y dorada, es que si el no es capaz de cambiar cuando las circunstancias lo exigen, no puede esperar que los demás lo hagan. El argumento es imbatible, no tanto la ilusión que muestra y las esperanzas que pone en un equipo que, cuando él llegó al poder, no sólo era racista, sino incluso era muy malo, y su poder residía en su ideología y los hooligans que arrastraba. Los negros jugaban al fútbol, pero uno de sus guardaespaldas, blanco, describe este deporte como un juego de caballeros practicado por hooligans, mientras el rugby lo es de holigans, pero jugado por caballeros. A Favor de Eastwood están las matizaciones visuales de semejante triunfalismo: las horribles chabolas de los negros, que vivían en condiciones miserables, y el bajísimo poder adquisitivo de los habitantes de color, que no pudiendo pagar una entrada al estadio, veían el partido en las televisiones o agolpados en las calles. Pero en este ejercicio de dar una de cal y otra de arena, en la última secuencia del film , en que se juega el final del torneo , la cámara comienza a seguir a un niño negro, lo que produce cierta inquietud en el espectador, que no puede evitar echar mano de sus conocimientos extradiegéticos, para acabar abrazado por unos policías blancos y con la gorra de uno de ellos en su cabeza. Mandela le da una receta a François, que elaboró en sus largos años de cautiverio, cuyo título es Invictus: ' Doy gracias al Dios que fuere por mi alma inconquistable. Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma'. Es un bello poema para un noble presidiario, pero no se entiende muy bien cómo la puede incorporar en su imaginario un deportista. Mandela fue un abogado, líder del Umkhonto We Sizwe (Lanza de la Nación), brazo armado del Congreso Nacional Africano (CNA); François Pienaar, capitán de los Springboks entendió el mensaje de Mandela, y en una entrevista a pie de campo declaró que había ganado con el apoyo de cuarenta y tres millones de sudafricanos, no sólo con los 60.000 del campo.
El film es una adaptación de un libro de John Carlin, Playing the enemy, en el que revela que Mandela utilizó el deporter como instrumento para lograr la reconciliación de su pueblo.
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