Ridley Scott. Thelma y Louise.





Ridley Scott es el típico director con el que la crítica no sabe a qué carta jugar. Es un realizador de productos blockbuster y meinstream, utiliza gran cantidad de recursos basados en las nuevas tecnologías y es muy versátil en el tratamiento de los temas, camino que parece seguir el joven cineasta español Alejandro Amenábar, al menos de momento. Pero nadie se atreve a negar que Alien, el octavo pasajero o Blade Runner son obras maestras que han abierto nuevos caminos a los jóvenes creadores. Yo le concedo algún acierto más. Como profesora de latín he venido observando que Gladiator no pierde vigencia entre las nuevas generaciones de alumnos, a pesar de haber transcurrido diez años; en ámbitos académicos se están elaborando unidades didácticas, basadas en este film, para ayudar a comprender ciertos aspectos del imperio romano a los alumnos. Otro film que me parece muy interesante es Red de mentiras, que plantea un doble conflicto que acompaña a la nueva era tecnológica: la pérdida total de privacidad del individuo y la desprotección colectiva, al contrario de lo que parece, del mundo civilizado, muy vulnerable por la interceptación posible de cualquier comunicación, que hace que grupos de insurrectos se hagan totalmente invisibles con tan sólo dejar de utilizar cualquier producto telemático, incluidos los móviles. Habrá que pensar en ello.

Pero ahora quería hablar de un film que realizó en 1991, Thelma y Louise, una road movies, que narra un viaje iniciático de dos mujeres maltratadas, que abocadas a la violencia por las convenciones sociales, que las ven como 'carne' para el consumo del hombre, van transformándose de seres pacíficos en dos delincuentes para poder sobrevivir, y acaban resolviendo de forma violenta su lucha contra la violencia de género. Lo que más molestó en Norteamérica fue la secuencia final que idealiza a ambas mujeres. Tienen sólo dos alternativas: la cárcel, la silla eléctrica o el psiquiátrico, por un lado, o la muerte, por otro; eligen morir como la forma de ser libres y no padecer la privación de lo único que hace posible la vida: la libertad.

Efectivamente la última secuencia, rodada en el Valle de la Muerte del Cañón del Colorado, nos hace testigos, como espectadores, de una persecución sin solución de continuidad, en la que las protagonistas llegan al borde de un precipicio y emerge ante ellas, como una nave espacial de otro mundo, un helicóptero de la policía, el símbolo del orden establecido, que les recuerda que el trayecto ha llegado a su fin; son impactantes estos últimos primerísimos primeros planos de las mujeres. Rodeadas de coches policiales frente al abismo se lanzan contra él, mientras un plano de detalle nos muestra sus manos enlazadas y en el fondo objetos femeninos, entre ellos un collar; una imagen congelada suspende el automóvil en el tiempo y en el espacio y las dos insignificantes y anónimas mujeres se incorporan al mundo del mito, en el que nadie muere. Recientemente Virginia Despentes ha realizado otra road movies inspirada en ésta, pero privando a sus protagonistas de cualquier rasgo de ingenuidad y convirtiéndolas en auténticos terminator para la destrucción del género criminal.

Thelma y Louise aún se dejan engañar y sensibilizar ante el amor romántico (affaire con el personaje que interprete Brad Pitt), lo que les cuesta bastante caro. Las protagonistas de la realizadora francesa son absolutamente insensibles a cualquier sentimiento humano en relación con el sexo masculino.

Como siempre ocurre, mientras unos demonizaban el film, otros lo convertían en un producto de culto y de obligada referencia para generaciones futuras. No se le puede negar que abre el camino a una nueva forma de representación de la mujer. Estos conflictos se resuelven de la misma manera con los hombres en muchos géneros cinematográficos, sin tanto escándalo. Basta que el varón se sienta afrentado para que haga uso de las armas; esto es lo más normal en un país que tanto se escandaliza.





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