Cosas de hembras.John Waters.
Ficha técnica:
Título original: Female Trouble.
País: Estados Unidos.
Año:1974.
Duración: 89 minutos.
Guión, Dirección y Filmación: John Waters.
Música: Gon Harvey; letras John Waters; arreglos:Don Cooke.
Editores:Charles Roggero, John Waters.
Sets: Vincent Peranio.
Diseño de Vestuario y maquillaje: Van Smith.
Estilista de peluquería:Chris Mason y David Lochary.
Productor: Charles Watson.
Compañías productoras. New Line Cinema, Dreamland Productions
intérpretes:
Divine: Dawn Davenport,
Divine: Earl Peterson,
David Lochary: Donald Dasher,
Mary Vivian Pearce: Donna Dasher,
Mink Stole: Taffy Davenport,
Edith Massey: Tia Ida,
Cookie Mueller: Concetta,
Susan Walsh: Chicklette,
Michael Potter: Gater,
Ed Peranio: Wink,
Paul Swift: Butterfly,
George Figgs: Dribbles,
Susan Lowe: Vikki,
Channing Wilroy: Fiscal,
George Hulse: Profesor,
Betty Woods: madre de Dawn,
Seymour Avigdor: abogado defensor,
Pat Moran: prisionera,
Chris Mason: alguacil,
Margie Skidmore: Chivata del colegio,
Cindy Chosky: Stripper,
Lynnn Russo: chica de espectáculo,
Elizabeth Coffey: Earnestine,
Roland Hertz: Padre de Dawn,
HylaryTaylor: Taffy niña,
Marina Melin: Cheryll,
Al Strapelli: Juez,
Mumme
Berenica Cipcus: chica,
Laurel Douglas: chica de compañía por teléfono,
George Stover: Chaplin,
Sinopsis:
Divine encarna a la adolescente rebelde Dawn , quien se adentra en una vida criminal cuando sus padres no le regalan unos zapatos de cha-cha-cha que ella quería por Navidad. Junto a su hija ilegítima (Mink Stole) y las novias delincuentes que la acompañan, llega a convertirse en la estrafalaria estrella de los dueños fascistas del Salón de Belleza Lipstick (David Lochary y Mary Vivian Pearce) una estrella de los medios obsesionada con la idea de que el crimen es bello; su historia concluirá con un desenlace electrizante.
John Samuel Waters Jr., actor, cineasta, escritor y fotógrafo norteamericano, nacido en Baltimore, Maryland, ciudad donde rueda la mayor parte de sus películas, es, además, profesor de subcultura en la European Graduate School, y saltó a la fama en la década de 1970 por sus estrafalarias películas de culto. Se conoce como 'Dreamlanders' , un apelativo que deriva del nombre de su productora Dreamland Productions, a sus colaboradores habituales, tanto a los integrantes del equipo técnico como al elenco de actores que lo acompaña de forma asidua y que colabora en este film que alcanza unos niveles de bizarría, de provocación y desafío a su público, que amontona dentro y fuera de la pantalla a espectadores que son el icono de la belleza opuesta a sus divas, entre ellas Divine, la incomparable, e increíble abofeteadora del prototipo de mujer desengrasada que lanzan las revistas de moda.
Dawn Davenport reparte la grasa por todo su cuerpo, la mueve, la balancea, se siente bella cuando esa marea de carnes sube y baja y confunde las risotadas que provoca en unos hombres y mujeres que conforman su público y evocan a hippies trasplantados a la platea de los garitos en los que se exhibe, incluidas hamburgueserías, con gritos de gozo y satisfacción. Deambula por las calles como la joven Sofía Loren en su Italia natal, orgullosa de su cuerpo y de la belleza de su rostro. Abandonados los estudios que no le interesan lo más mínimo, huye de casa y es violada por un hombre tan grueso como ella, dueño de unos calzoncillos que si pudieran andar irían solos a la lavadora; secuestra, asesina, maltrata a su hija, iniciando un camino que en la América profunda no conduce a ningún lugar deseable. Para formar parte de este grupo de dreamlanders basta con haber participado en una o dos películas, como Tracy Lords, ausente en este título.
John Waters nos pone a prueba a todos y evidencia que no somos capaces de mirar de frente lo que se esconde debajo de los vestidos y los pantalones de los hombres y las mujeres corrientes, que no se parecen para nada a los prototipos que se crean en el mundo del cine y de la moda. Si una mujer se parece a Divine, lo que debe hacer es esconderse debajo de un hábito y no mostrar sus excesos carnales a los demás. Y precisamente eso es lo que no hace Waters; tras hora y media de proyección de estas imágenes osadas y audaces, que intensifica con la desfiguración del rostro de Dawn Davenport con un líquido que le arroja en la cara una vecina que le gana en peso, edad y desnudez, no sólo su cuerpo se aleja del canon, sino que su rostro se acerca al de las habituales paradas de monstruos. Un film de explotación erótica con actores caucásicos, que se aleja de todo lo que uno puede ver habitualmente.
Como es habitual en este tipo de cine, ni los top critics, ni los que escriben en medios más modestos se mojan con estas películas. Uno de ellos, Rex Ree , del New York Daily News, se limitó a decir que el espectador se enfrenta a un sexo ofensivo que molestaría incluso al Marques de Sade. Una exageración tan grande como la que pone en escena John Waters, muy alejado de la perversión, el sadismo (valga la redundancia), el nihilismo y la acidez que acompaña a las obras del afamado escritor que dio forma a sus escritos a caballo del siglo XVIII y XIX. Se puede adquirir en FNAC. Su mirada hacia sus personajes no está exenta de ternura.
Crítica:
John Samuel Waters Jr., actor, cineasta, escritor y fotógrafo norteamericano, nacido en Baltimore, Maryland, ciudad donde rueda la mayor parte de sus películas, es, además, profesor de subcultura en la European Graduate School, y saltó a la fama en la década de 1970 por sus estrafalarias películas de culto. Se conoce como 'Dreamlanders' , un apelativo que deriva del nombre de su productora Dreamland Productions, a sus colaboradores habituales, tanto a los integrantes del equipo técnico como al elenco de actores que lo acompaña de forma asidua y que colabora en este film que alcanza unos niveles de bizarría, de provocación y desafío a su público, que amontona dentro y fuera de la pantalla a espectadores que son el icono de la belleza opuesta a sus divas, entre ellas Divine, la incomparable, e increíble abofeteadora del prototipo de mujer desengrasada que lanzan las revistas de moda.
Dawn Davenport reparte la grasa por todo su cuerpo, la mueve, la balancea, se siente bella cuando esa marea de carnes sube y baja y confunde las risotadas que provoca en unos hombres y mujeres que conforman su público y evocan a hippies trasplantados a la platea de los garitos en los que se exhibe, incluidas hamburgueserías, con gritos de gozo y satisfacción. Deambula por las calles como la joven Sofía Loren en su Italia natal, orgullosa de su cuerpo y de la belleza de su rostro. Abandonados los estudios que no le interesan lo más mínimo, huye de casa y es violada por un hombre tan grueso como ella, dueño de unos calzoncillos que si pudieran andar irían solos a la lavadora; secuestra, asesina, maltrata a su hija, iniciando un camino que en la América profunda no conduce a ningún lugar deseable. Para formar parte de este grupo de dreamlanders basta con haber participado en una o dos películas, como Tracy Lords, ausente en este título.
John Waters nos pone a prueba a todos y evidencia que no somos capaces de mirar de frente lo que se esconde debajo de los vestidos y los pantalones de los hombres y las mujeres corrientes, que no se parecen para nada a los prototipos que se crean en el mundo del cine y de la moda. Si una mujer se parece a Divine, lo que debe hacer es esconderse debajo de un hábito y no mostrar sus excesos carnales a los demás. Y precisamente eso es lo que no hace Waters; tras hora y media de proyección de estas imágenes osadas y audaces, que intensifica con la desfiguración del rostro de Dawn Davenport con un líquido que le arroja en la cara una vecina que le gana en peso, edad y desnudez, no sólo su cuerpo se aleja del canon, sino que su rostro se acerca al de las habituales paradas de monstruos. Un film de explotación erótica con actores caucásicos, que se aleja de todo lo que uno puede ver habitualmente.
Como es habitual en este tipo de cine, ni los top critics, ni los que escriben en medios más modestos se mojan con estas películas. Uno de ellos, Rex Ree , del New York Daily News, se limitó a decir que el espectador se enfrenta a un sexo ofensivo que molestaría incluso al Marques de Sade. Una exageración tan grande como la que pone en escena John Waters, muy alejado de la perversión, el sadismo (valga la redundancia), el nihilismo y la acidez que acompaña a las obras del afamado escritor que dio forma a sus escritos a caballo del siglo XVIII y XIX. Se puede adquirir en FNAC. Su mirada hacia sus personajes no está exenta de ternura.
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