El becario. Nancy Meyers
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Ficha técnica:
Título original: The Intern.
País: Estados Unidos.
Año: 2015.
Duración: 121 minutos.
Dirección: Nancy Meyers.
Guión: Nancy meyers.
Dirección de Fotografía: Stephen Goldblatt.
Música: Theodore Saohiro; supervisor: Randall Poster.
Editor: Robert Leighton.
Diseñadora de Vestuario: Jacqueline Oknaian.
Productores: Nancy Meyers, p.g.a., Suzanne McNeill Farnell, p.g.a., Suzanne Farwell, p.g.a.
Productor ejecutivo: Celia D.Costas.
Diseño de Producción: Kristi Zea.
Compañías. Productoras: Warner Bros. Pictures presenta una producción de Waverly Films.
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Intérpretes:
Adam DeVine : Jason,
Robert De Niro : Ben Whittaker,
Nat Wolff : Justin,
Rene Russo : Fiona,
Anders Holm : Matt.
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Sinopsis:
Ben Whittaker (Robert De Niro) es un hombre que se encuentra buscando trabajo. Una gran empresa de modas se interesa en contratarle como becario, algo que Whittaker decide aceptar por la situación económica que hay y por la dificultad de encontrar trabajo cuando se tiene una edad avanzada. Jules Ostin (Anne Hathaway) es la despiadada y fría jefa de Whittaker, aunque éste conseguirá endulzar el corazón de la jefa y convertirse en su máximo apoyo. Poco a poco Whittaker conseguirá hacerse con la confianza de todos y demostrar que la edad no es un límite, en ningún sentido. Dirigida por Nancy Meyers, el filme está protagonizado por Robert De Niro, Anne Hathaway, Rene Russo, Nat Wolff, Drena De Niro, Adam DeVine, Wallis Currie-Wood, Anders Holm, Liz Celeste, Andrew Rannells, Zack Pearlman, Christine Evangelista, Elliot Villar, Linda Lavin y Peter Vack.
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Críticas:
Jordi Costa hace una buena crítica del film y una radiografía, muy general, que comparto, incluso cuando cuestiona el film en el momento que éste se acerca a la comedia loca o screwball comedy : "
A través de la figura del becario jubilado que adoptan algunas empresas de la modernidad, Meyers nos habla de amor y matrimonio, de hijos y de conciliación, del intercambio de roles entre hombres y féminas que no es más que la naturalización de los tiempos, de la experiencia y de la calma, del ímpetu y de la sabiduría, del diseño y de la empresa, de los hipsters y de los clásicos, de fidelidad y de imposibilidad, de sexo y de cariño." (La conquista del agrado. Diario 'El País', 29 de octubre de 2015).
Pero también se puede interpretar desde el extremo contrario, como un film casposo y reaccionario, como haceTy Burr, (The Boston Globe), cuando afirma que "'The Intern' es bizarramente retrógrada, sugiriendo que toda mujer trabajadora sólo necesita un achuchable papá Yoda para triunfar en el mundo de los negocios. Es blanda de corazón y blanda de cerebro" (Extracto en Filmaffinity).
Francisco Marinero evita las posiciones extremas y denuncia los aspectos más débiles del film: "El desarrollo del argumento, de los comportamientos, es totalmente previsible y obedece a un propósito de comedia sentimentalista, con las consiguientes exaltaciones americanas de la familia y la empresa, y de poner en pantalla imágenes agradables a la vista para ilustrar unas situaciones profesionales y domésticas siempre provocadoras de simpatía; sobre todo, cuando se pretenden difíciles." (Maduro al rescate. Diario 'El Mundo', 29 de octubre de 2010).
Stephen Barber, que conoce bien su país y su cultura, los escenarios en que se desarrolla la historia y el contexto en el que se mueven los personajes, valora en positivo el trabajo de Anne Hathaway y Robert De Niro y la dirección de Nancy meyers, una cineasta femenina que se caracteriza por ir contra corriente y hacer películas centradas en las mujeres y dirigidas a un público de edad avanzada, pero que suelen ser muy cuestionadas por los críticos, dañada por el intento de ser correcta políticamente. " Todas las películas de Meyers son técnicamente pulidas, el vestuario está diseñado hábilmente por Kristi Zera, mientras que la música de Theodore Shapiro raya la sensiblería. Al final, una sobredosis de insipidez hunde este vehículo estrella de medio pelo." ( Reseña de 'El Becario'. The Hollywood Reporter, 25 de septiembre de 2015).
Pero también se puede interpretar desde el extremo contrario, como un film casposo y reaccionario, como haceTy Burr, (The Boston Globe), cuando afirma que "'The Intern' es bizarramente retrógrada, sugiriendo que toda mujer trabajadora sólo necesita un achuchable papá Yoda para triunfar en el mundo de los negocios. Es blanda de corazón y blanda de cerebro" (Extracto en Filmaffinity).
Francisco Marinero evita las posiciones extremas y denuncia los aspectos más débiles del film: "El desarrollo del argumento, de los comportamientos, es totalmente previsible y obedece a un propósito de comedia sentimentalista, con las consiguientes exaltaciones americanas de la familia y la empresa, y de poner en pantalla imágenes agradables a la vista para ilustrar unas situaciones profesionales y domésticas siempre provocadoras de simpatía; sobre todo, cuando se pretenden difíciles." (Maduro al rescate. Diario 'El Mundo', 29 de octubre de 2010).
Stephen Barber, que conoce bien su país y su cultura, los escenarios en que se desarrolla la historia y el contexto en el que se mueven los personajes, valora en positivo el trabajo de Anne Hathaway y Robert De Niro y la dirección de Nancy meyers, una cineasta femenina que se caracteriza por ir contra corriente y hacer películas centradas en las mujeres y dirigidas a un público de edad avanzada, pero que suelen ser muy cuestionadas por los críticos, dañada por el intento de ser correcta políticamente. " Todas las películas de Meyers son técnicamente pulidas, el vestuario está diseñado hábilmente por Kristi Zera, mientras que la música de Theodore Shapiro raya la sensiblería. Al final, una sobredosis de insipidez hunde este vehículo estrella de medio pelo." ( Reseña de 'El Becario'. The Hollywood Reporter, 25 de septiembre de 2015).
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Comentario:
"El Becario" es una producción pensada para favorecer que un sector de los espectadores que ha llegado felizmente a la edad de la jubilación y que llena los cines, repartiéndose la taquilla con los jóvenes y los adolescentes que acuden a las multisalas atraídos por las películas de acción, de ciencia ficción o de terror, se mire en el 'río de la complacencia', como dice Chema Cardeña en 'Alicia en Wonderland', una obra dramática que ha escrito y dirigido. Aunque Nancy Meyers intenta un acercamiento entre ambas franjas de edad, lo cierto es que en la sala los segundos brillan por su ausencia, precisamente los que tienen mayor capacidad para entender en profundidad el lenguaje que se va a emplear en esta historia en la que Anna Hathaway transita desde el puesto de secretaria de una ejecutiva que dirige una revista de moda a la antigua usanza en 'El Diablo se viste de Prada', a dirigir una página con los mismos contenidos on line; una página que vende ropa que en un año ha pasado de tener cinco empleados a sentar a 220 delante de sus ordenadores para hacer frente a todas las actividades y contingencias que exige una tienda de estas características en la red. Desde que David Frankel hizo su película hasta hoy no sólo los actores han envejecido nueve años, sino que toda la sociología y el marco en que los personajes se desenvuelven ha cambiado de forma radical.
Se pueden hacer muchas objeciones a la estructuración de la película, su excesiva duración que intenta alargar como un chicle una historia que no da más de sí, lo que obliga a introducir gags absurdos, que nada tienen que ver con la experiencia y la capacidad de resolver problemas, allá donde la técnica no puede llegar, un becario senior, como el robo del ordenador de la madre de Jules, o sus excesivas entradas en la cocina de Jules. Pero donde el film muestra su mayor debilidad es en el diseño de los personajes hasta el extremo de confundir la bondad con el deseo de agradar y la necesidad de dar un sentido a la vida por parte de las personas que han abandonado la actividad laboral activa y tienen la oportunidad de retornar a ella. Robert De Niro evoca en demasiadas ocasiones a Paco Martínez Soria y su abuelo Made In Spain; la hija de Jules es horrenda e insoportable, el marido amo de casa es poco convincente y los únicos que están bien en su papel son los secundarios que son los que provocan, en realidad, las carcajadas del público. Nancy Meyers no acierta en su pretensión de hacer un discurso feminista y a favor de la igualdad de los sexos, algo que estamos muy lejos de conseguir, y es precisamente cuando estas reivindicaciones se hacen explícitas, en especial cuando las formula Ben, cuando pierden toda su eficacia. La mujer ya está ocupando su lugar en el nuevo mundo 'virtual', en el que incluso puede esconder su sexo y crearse un perfil de Harvard, y no porque esto se vaya a producir de forma natural, como dice Jordi Costa, sino porque muchas féminas, codo con codo con muchos hombres, están luchando como seres orwellianos, desde donde en otros tiempos los arrinconaron quienes tenían el poder de hacerlo, y de cuyos servicios la protagonista se permite el lujo de prescindir.Recomendaría volver la vista atrás y pasear la mirada por el Brooklyn que nos mostró Spike Lee para observar cómo ha evolucionado el mundo en que vivimos.
Sin embargo la realizadora acierta plenamente cuando analiza el contexto físico en que se inscribe el film, un barrio gentrificado, Brooklyn, el producto de una economía hipster, un modelo de desarrollo urbano asociado con las clases creativas que, según Lucía Lijtmaer, ha resultado ser el sueño húmedo de la economía neoliberal: tapar los agujeros con pajaritos y buen rollo. Jules es una joven que ha luchado, ha trabajado hasta el estrés, ha puesto en peligro su matrimonio y su familia para poner en marcha una página web en internet que ha triunfado plenamente; el exceso de trabajo impulsa a su socio a aconsejarle que contrate a un CEO, (un director ejecutivo), que en la práctica se apropia de todo su esfuerzo a cambio de pegar un empuje a la empresa. Esto es lo que de verdad se debate y lo que marca la línea entre una sociedad sexista o igualitaria. El marido de Jules ha dejado el trabajo porque ella está más capacitada para conseguir lo que se propone, a pesar de que él también podía tener un futuro, menos brillante, pero más que aceptable. Esta situación se produce a diario con las mujeres, pero Meyers añade una cuestión social de la mayor importancia: si la mujer ha puesto en riesgo a su familia (podía haber sido el marido, algo a lo que ya estamos acostumbrados), adoptando el papel de productora y dejando a su compañero al cuidado de su hija y de su hogar, no puede regalar tanto esfuerzo y tanto trabajo a una persona que lo único que puede ofrecer es un título adquirido en una escuela de negocios, pero que no ha mostrado la capacidad de sacar un negocio adelante como la protagonista. No obstante la cineasta muestra una sociedad que, al igual que 'Mientras seamos jóvenes' de Noah Baumbach (2015) todavía mira con nostalgia al pasado, navega entre dos mundos, busca refugio en un barrio con sabor añejo, en esas casas tan características al otro lado del puente que une este Brooklyn con la ciudad de los negocios, con Manhattan, de la que Jules se muestra orgullosa; tanto ella como Ben buscan el hogar cálido, las camas con múltiples cojines, las cocinas acogedoras, y no los enormes pisos minimalistas de los grandes ejecutivos que también nos muestran las películas.
Quien acuda a ver este film, como un buen porcentaje de los que se estrenan, observará lo superficial que resulta pretender mantenerse al margen de la revolución tecnológica en marcha, que no permite entender a una parte importante de los espectadores que algunas cifras que se dan (2500 me gusta en Instagram) no justifican la necesidad de contratar a 220 personas, o que el intento de la directora de esta empresa on line de comparar su firma con la empresa que dirige Mark Zuckerberg, que no es otra que Facebook, es ridículo, algo que parece no extrañar al público al que curiosamente se dirige esta película. Robert de Niro hace el chascarrillo frecuente en ciertos sectores de la población, que presumen de recurrir a sus nietos de nueve años para que les resuelvan los problemas más superficiales. La llegada de los becarios, los senior y los junior, al lugar de trabajo y la colocación en las mesas de sus utensilios de trabajo (calculadora, bolígrafos, móvil desfasado, en la de Ben), dan buena cuenta de la diferencia que separa a las generaciones que acceden por primera vez a un puesto de trabajo como becarios y los que han abandonado la vida laboral y vuelven a una empresa bajo la misma figura.
"El Becario" es una producción pensada para favorecer que un sector de los espectadores que ha llegado felizmente a la edad de la jubilación y que llena los cines, repartiéndose la taquilla con los jóvenes y los adolescentes que acuden a las multisalas atraídos por las películas de acción, de ciencia ficción o de terror, se mire en el 'río de la complacencia', como dice Chema Cardeña en 'Alicia en Wonderland', una obra dramática que ha escrito y dirigido. Aunque Nancy Meyers intenta un acercamiento entre ambas franjas de edad, lo cierto es que en la sala los segundos brillan por su ausencia, precisamente los que tienen mayor capacidad para entender en profundidad el lenguaje que se va a emplear en esta historia en la que Anna Hathaway transita desde el puesto de secretaria de una ejecutiva que dirige una revista de moda a la antigua usanza en 'El Diablo se viste de Prada', a dirigir una página con los mismos contenidos on line; una página que vende ropa que en un año ha pasado de tener cinco empleados a sentar a 220 delante de sus ordenadores para hacer frente a todas las actividades y contingencias que exige una tienda de estas características en la red. Desde que David Frankel hizo su película hasta hoy no sólo los actores han envejecido nueve años, sino que toda la sociología y el marco en que los personajes se desenvuelven ha cambiado de forma radical.
Se pueden hacer muchas objeciones a la estructuración de la película, su excesiva duración que intenta alargar como un chicle una historia que no da más de sí, lo que obliga a introducir gags absurdos, que nada tienen que ver con la experiencia y la capacidad de resolver problemas, allá donde la técnica no puede llegar, un becario senior, como el robo del ordenador de la madre de Jules, o sus excesivas entradas en la cocina de Jules. Pero donde el film muestra su mayor debilidad es en el diseño de los personajes hasta el extremo de confundir la bondad con el deseo de agradar y la necesidad de dar un sentido a la vida por parte de las personas que han abandonado la actividad laboral activa y tienen la oportunidad de retornar a ella. Robert De Niro evoca en demasiadas ocasiones a Paco Martínez Soria y su abuelo Made In Spain; la hija de Jules es horrenda e insoportable, el marido amo de casa es poco convincente y los únicos que están bien en su papel son los secundarios que son los que provocan, en realidad, las carcajadas del público. Nancy Meyers no acierta en su pretensión de hacer un discurso feminista y a favor de la igualdad de los sexos, algo que estamos muy lejos de conseguir, y es precisamente cuando estas reivindicaciones se hacen explícitas, en especial cuando las formula Ben, cuando pierden toda su eficacia. La mujer ya está ocupando su lugar en el nuevo mundo 'virtual', en el que incluso puede esconder su sexo y crearse un perfil de Harvard, y no porque esto se vaya a producir de forma natural, como dice Jordi Costa, sino porque muchas féminas, codo con codo con muchos hombres, están luchando como seres orwellianos, desde donde en otros tiempos los arrinconaron quienes tenían el poder de hacerlo, y de cuyos servicios la protagonista se permite el lujo de prescindir.Recomendaría volver la vista atrás y pasear la mirada por el Brooklyn que nos mostró Spike Lee para observar cómo ha evolucionado el mundo en que vivimos.
Sin embargo la realizadora acierta plenamente cuando analiza el contexto físico en que se inscribe el film, un barrio gentrificado, Brooklyn, el producto de una economía hipster, un modelo de desarrollo urbano asociado con las clases creativas que, según Lucía Lijtmaer, ha resultado ser el sueño húmedo de la economía neoliberal: tapar los agujeros con pajaritos y buen rollo. Jules es una joven que ha luchado, ha trabajado hasta el estrés, ha puesto en peligro su matrimonio y su familia para poner en marcha una página web en internet que ha triunfado plenamente; el exceso de trabajo impulsa a su socio a aconsejarle que contrate a un CEO, (un director ejecutivo), que en la práctica se apropia de todo su esfuerzo a cambio de pegar un empuje a la empresa. Esto es lo que de verdad se debate y lo que marca la línea entre una sociedad sexista o igualitaria. El marido de Jules ha dejado el trabajo porque ella está más capacitada para conseguir lo que se propone, a pesar de que él también podía tener un futuro, menos brillante, pero más que aceptable. Esta situación se produce a diario con las mujeres, pero Meyers añade una cuestión social de la mayor importancia: si la mujer ha puesto en riesgo a su familia (podía haber sido el marido, algo a lo que ya estamos acostumbrados), adoptando el papel de productora y dejando a su compañero al cuidado de su hija y de su hogar, no puede regalar tanto esfuerzo y tanto trabajo a una persona que lo único que puede ofrecer es un título adquirido en una escuela de negocios, pero que no ha mostrado la capacidad de sacar un negocio adelante como la protagonista. No obstante la cineasta muestra una sociedad que, al igual que 'Mientras seamos jóvenes' de Noah Baumbach (2015) todavía mira con nostalgia al pasado, navega entre dos mundos, busca refugio en un barrio con sabor añejo, en esas casas tan características al otro lado del puente que une este Brooklyn con la ciudad de los negocios, con Manhattan, de la que Jules se muestra orgullosa; tanto ella como Ben buscan el hogar cálido, las camas con múltiples cojines, las cocinas acogedoras, y no los enormes pisos minimalistas de los grandes ejecutivos que también nos muestran las películas.
Quien acuda a ver este film, como un buen porcentaje de los que se estrenan, observará lo superficial que resulta pretender mantenerse al margen de la revolución tecnológica en marcha, que no permite entender a una parte importante de los espectadores que algunas cifras que se dan (2500 me gusta en Instagram) no justifican la necesidad de contratar a 220 personas, o que el intento de la directora de esta empresa on line de comparar su firma con la empresa que dirige Mark Zuckerberg, que no es otra que Facebook, es ridículo, algo que parece no extrañar al público al que curiosamente se dirige esta película. Robert de Niro hace el chascarrillo frecuente en ciertos sectores de la población, que presumen de recurrir a sus nietos de nueve años para que les resuelvan los problemas más superficiales. La llegada de los becarios, los senior y los junior, al lugar de trabajo y la colocación en las mesas de sus utensilios de trabajo (calculadora, bolígrafos, móvil desfasado, en la de Ben), dan buena cuenta de la diferencia que separa a las generaciones que acceden por primera vez a un puesto de trabajo como becarios y los que han abandonado la vida laboral y vuelven a una empresa bajo la misma figura.
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