Babadook. Comentario.
Ficha técnica y crítica. (Pinchad aquí)
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Comentario:
En un post previo discutíamos si el film, con un discurso bien elaborado que ha concitado la aceptación generalizada de público y prensa especializada, era innovador formal o discursivamente, aunque, desde cualquier perspectiva, la cinta es mucho más interesante e innovadora que alguna de las críticas que hemos leído, empeñadas en dirigir a sus lectores hacia un determinado tipo de ideologías y actitudes vitales, premian las posiciones nihilistas, cínicas, posmodernas e individualistas-suicidas. Este hecho está provocando que la gente esté cada vez menos tentada a acercarse a sus columnas habituales antes de ir al cine. Por otro lado, las publicaciones escritas tienen una rigidez que provoca que sus valoraciones, plasmadas en sesudos escritos, lleguen a destiempo a los Kioscos.
Tras este preámbulo tan largo, nuestra valoración podría resumirse en un títular: "Viejas formas del terror, viejas miradas", que no tienen en absoluto ningún significado peyorativo, sino todo lo contrario. Equiparar la película con el cine de James Wan es hacerle un flaco favor; el asiático es un maestro en la deconstrucción del género, y en sus últimas películas (Insidious I y II y Expediente Warren), ha dado una lección de cómo se puede aterrorizar a un público que ríe o llora escandalosamente, para poder soportar el miedo; no son pocos los que, en casas grandes, cuando deben salir al baño por la noche y los pasillos y espacios cotidianos aparecen en silencio y privados de vida, caminan con prevención y cierto temor, sensaciones y emociones que se traducen en un sentimiento de terror incontenible. Esto no lo logra Jennifer Kent en ningún momento, a pesar de las incursiones nocturnas de sus cámaras por las estancias durmientes o los planos subjetivos que nos la muestran tensa ante el televisor y sin poder dormir. No hay pues nuevo modelo de prepresentación fílmico ni del cine, ni del género. El tratamiento de la construcción de género está mucho más abierta a la discusión.
Si entramos en la construcción de género y del tratamiento fílmico de la mujer, aquí la cosa cambia, y es en este aspecto en el que muchos hombres, poco formados en las teorías fílmicas feministas y el cine psicológico en torno a la mujer, disciplinas que desprecian profundamente, fallan en su análisis. Griselda Pollock cree que la crítica de las representaciones de la mujer en los medios de comunicación, el cine, la televisión, la publicidad ha forjado el pensamiento feminista, difícil de desautorizar por el poder de su formulación de la feminidad, su fascinación y el placer que generan, que han forjado identidades a partir de su imaginería. Revistas como Screen o Screen Education, dedicadas a la publicación de textos de teoría semiótica ,(entre otros, Retórica de la imagen, de Roland Barthes), abrían nuevas posibilidades no sólo a la crítica literaria, sino a la teoría cinematográfica. (Griselda Pollock. Mujeres ausentes. Un replanteamiento de antiguas reflexiones sobre imágenes de la mujer. Revista de Occidente 4 127, diciembre 1991)
Las feministas combatían no sólo las definiciones sociales de los roles de la mujer, sino las imágenes socialmente aceptadas, -rubia, tonta, mujer fatal, ama de casa, madre amantísima-, juzgándolas como acertadas o equivocadas, buenas o malas, verdaderas o falsas, positivas o codificadoras. El desarrollo de la teoría fílmica femenina, según esta especialista en la disciplina, se inscribe en una dimensión pragmática del cine como modo de representación sometido a un modo de producción y de recepción, en el que la estaticidad de la cámara fija y los espacios cerrados producen un cierto refecto de atrapamiento, como ocurre con la protagonista de Babadook. (El cine, una forma de representación al servicio del empoderamiento de los jóvenes. Coordinadora: Rosa Labrandero Lorente; co-autores: Antonio de la Torre y Sara Puebla Barba).
Llegados a este punto, tras hacer una serie de precisiones que van a guiar nuestro comentario, pasamos a aplicar estos principios a Babadook, el nombre de un ogro de cuento, como los que ilustra la protagonista, muy esquemáticos y dirigidos a niños de gusto gótico. El quid de la cuestión reside en algo que los protagonistas repiten constantemente a quien le interese o no escucharlo: el mismo día que nació Samuel, murió su padre, y el mismo día perdió a su madre, una mujer que no aceptaba la ausencia de un marido joven al que amaba, un estatus económico y social que le permitía dedicarse a aquello que más le gustaba, ilustrar cuentos; su nueva situación supone un grave handicap para alcanzar los sueños generados cuando su marido vivía. La existencia del hijo le obliga a buscar un trabajo que garantice su subsistencia, un empleo que la obliga a convivir con personas que están cercanas al fin de su existencia en el mundo de los vivos, un perfil al que se acerca su vecina, una anciana enferma de Parkinson, dolencia que la ha reducido a una silla de ruedas, Personas agradables, algunas en vías de perder su cordura y entrar en el reino de los desmemoriados, pero que suponen un recordatorio constante de que ya no es joven, que la vida se le escapa y que cuando acabe de criar, educar y dar estudios a su hijo, objetivo fundamental de las clases medias de cualquier parte del mundo, ella sola, ya habrá perdido su juventud y sus oportunidades.
No es la primera vez que la literatura o el cine han creado un personaje femenino que anteponga sus ambiciones de mujer, como generalmente hacen los hombres, a sus obligaciones y responsabilidades como madre; en el siglo XIX Leo Tolstoi creó un personaje inolvidable, Anna Karènina, una aristócrata que lo perdió todo por amor, incluida su propia vida, y Gustave Flaubert nos legó otro personaje inolvidable, que engañó, mintió y abandonó a su esposo y su hijo, por vivir una vida plena; Claude Chabrol se venga de ella y nos suministra la visión de una muerte trágica, insoportable de ver y horrenda, un castigo merecido para esta mala mujer. Pero eran mujeres, aristócratas o burguesas bien situadas, que no debían salir a ganarse la vida para mantener a sus descendientes, se convertían en el verdadero, el auténtico paradigma de la mujer libre e independiente que paga su factura social por semejante osadía. El director franco-tunecino Abdellatif Kechiche nos proporciona un ejemplo de un nuevo modo de ver la realidad femenina, a pesar de ser hombre, y de potenciar la scoptofilia y el voyeurismo en el público masculino con una cámara enamorada del cuerpo de las dos jóvenes.
En principio Samuel intenta llamar la atención de su madre y advertirle del monstruo que está creando y que se interpone entre los dos, a través de sus miedos, sus terrores y la agresividad en la convivencia con otros niños, incluida sus propia prima, que lo marginan, acusándolo de raro; poco a poco ella entenderá la razón de su primogénito, cuando el monstruo se erija ante ella. Ambos buscan una solución de compromiso, una entente cordiale: van a vivir en su casa, van a convertir ésta en su hogar y a celebrar los cumpleaños, pero eso no suplirá las carencias de la madre, simplemente las silenciará, las velará, y, para que no haga incursiones en su vida cotidiana, alimentarán a la bestia con los gusanos que viven en las capas más profundas de la tierra de su jardín, como el monstruo que reside en el sótano y en el subconsciente de la madre y el hijo. Hay quien quiere ver en esto el anuncio de una secuela. El tiempo les dará o les quitará la razón.
El mayor daño que se ha hecho a esta película es confundir la ansiedad, la angustia extrema (escena de la masturbación) con el terror; es terror, si, pero terror cotidiano, como el que sufrimos cada uno de nosotros cuando nos enfrentamos a nuestros monstruos y nuestros miedos a estar vivos, a movernos con libertad, viendo el inmovilismo como una garantía. No obstante se podían haber suprimido imágenes que rozan el ridículo, como la levitación de la cama o de la madre, los vómitos negros, y otros recursos y figuras estilísticas del género de terror, cameos de otras películas, campo en el que no puede competir con James Wan.
Llegados a este punto, tras hacer una serie de precisiones que van a guiar nuestro comentario, pasamos a aplicar estos principios a Babadook, el nombre de un ogro de cuento, como los que ilustra la protagonista, muy esquemáticos y dirigidos a niños de gusto gótico. El quid de la cuestión reside en algo que los protagonistas repiten constantemente a quien le interese o no escucharlo: el mismo día que nació Samuel, murió su padre, y el mismo día perdió a su madre, una mujer que no aceptaba la ausencia de un marido joven al que amaba, un estatus económico y social que le permitía dedicarse a aquello que más le gustaba, ilustrar cuentos; su nueva situación supone un grave handicap para alcanzar los sueños generados cuando su marido vivía. La existencia del hijo le obliga a buscar un trabajo que garantice su subsistencia, un empleo que la obliga a convivir con personas que están cercanas al fin de su existencia en el mundo de los vivos, un perfil al que se acerca su vecina, una anciana enferma de Parkinson, dolencia que la ha reducido a una silla de ruedas, Personas agradables, algunas en vías de perder su cordura y entrar en el reino de los desmemoriados, pero que suponen un recordatorio constante de que ya no es joven, que la vida se le escapa y que cuando acabe de criar, educar y dar estudios a su hijo, objetivo fundamental de las clases medias de cualquier parte del mundo, ella sola, ya habrá perdido su juventud y sus oportunidades.
No es la primera vez que la literatura o el cine han creado un personaje femenino que anteponga sus ambiciones de mujer, como generalmente hacen los hombres, a sus obligaciones y responsabilidades como madre; en el siglo XIX Leo Tolstoi creó un personaje inolvidable, Anna Karènina, una aristócrata que lo perdió todo por amor, incluida su propia vida, y Gustave Flaubert nos legó otro personaje inolvidable, que engañó, mintió y abandonó a su esposo y su hijo, por vivir una vida plena; Claude Chabrol se venga de ella y nos suministra la visión de una muerte trágica, insoportable de ver y horrenda, un castigo merecido para esta mala mujer. Pero eran mujeres, aristócratas o burguesas bien situadas, que no debían salir a ganarse la vida para mantener a sus descendientes, se convertían en el verdadero, el auténtico paradigma de la mujer libre e independiente que paga su factura social por semejante osadía. El director franco-tunecino Abdellatif Kechiche nos proporciona un ejemplo de un nuevo modo de ver la realidad femenina, a pesar de ser hombre, y de potenciar la scoptofilia y el voyeurismo en el público masculino con una cámara enamorada del cuerpo de las dos jóvenes.
En principio Samuel intenta llamar la atención de su madre y advertirle del monstruo que está creando y que se interpone entre los dos, a través de sus miedos, sus terrores y la agresividad en la convivencia con otros niños, incluida sus propia prima, que lo marginan, acusándolo de raro; poco a poco ella entenderá la razón de su primogénito, cuando el monstruo se erija ante ella. Ambos buscan una solución de compromiso, una entente cordiale: van a vivir en su casa, van a convertir ésta en su hogar y a celebrar los cumpleaños, pero eso no suplirá las carencias de la madre, simplemente las silenciará, las velará, y, para que no haga incursiones en su vida cotidiana, alimentarán a la bestia con los gusanos que viven en las capas más profundas de la tierra de su jardín, como el monstruo que reside en el sótano y en el subconsciente de la madre y el hijo. Hay quien quiere ver en esto el anuncio de una secuela. El tiempo les dará o les quitará la razón.
El mayor daño que se ha hecho a esta película es confundir la ansiedad, la angustia extrema (escena de la masturbación) con el terror; es terror, si, pero terror cotidiano, como el que sufrimos cada uno de nosotros cuando nos enfrentamos a nuestros monstruos y nuestros miedos a estar vivos, a movernos con libertad, viendo el inmovilismo como una garantía. No obstante se podían haber suprimido imágenes que rozan el ridículo, como la levitación de la cama o de la madre, los vómitos negros, y otros recursos y figuras estilísticas del género de terror, cameos de otras películas, campo en el que no puede competir con James Wan.
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