Una mente maravillosa (A beautiful Mind.). Ron Howard.
Ficha técnica:
Título original: A bautiful mind.
Año: 2001.
País: USA.
Duración: 130 minutos.
Dirección: Ron Howard.
Guión: Akiva Goldsman, basado en una novela homónima de Silvia Nasar.
Casting: Jane Jenkins, C.S.A., Janet Hirs Henson, C.S.A.
Director fotografía: Roger Deakins, A.S.C., B.S.C.
Vestuario: Rita Ryack
Edición: Mike Hil & Dan Hanley.
Música: Jarmes Horner.
Producción: Brian Grazez, Ron Howard.
Co-Producción: Mauren Peyrot, Brian Grazer.
Productores asociados: Aldric La'Auli Porter, Louisa Velis, Kathelen McGill.
Diseño de producción: Wyn Thomas.
Productores ejecutivos: Karen Kehela, Todd Hallowell.
Imagine Entertainment.
Intérpretes:
Russell Crowe: John Nash.
Ed Harris: Parcher.
Jennifer Connelly: Alicia Nash.
Paul Bettany: Charles.
Adam Goldberg: Sol.
Jud Hirsch: Hellinger.
Josh Lucas: Hansen.
Anthony Rapp: Bender.
Christopher Plummer: Doctor Rossen.
Austin Pendleton: Thomas King.
Jason Gray; Standford Ainsley.
Premios:
2001: 4 Oscars: Mejor película, director, actriz de reparto (Jennifer Connelly), guión adaptado
2001: 4 Globos de Oro: Mejor película drama, actor, actriz de reparto, guión. 6 nominaciones
2001: 2 premios BAFTA: Mejor actor (Crowe), actriz (Connelly). 5 nominaciones.
Sitio oficial.
Sinopsis.
Una mente maravillosa (A beutiful mind) es un biopic sobre John Nash, (Russell Crowe) brillante matemático, que al borde del reconocimiento internacional se vio implicado en una conspiración internacional. Sólo su abnegada esposa transitará con él por el penoso calvario que la vida le ha reservado.
Ron Howard, aquel joven que apareció en el vanguardista film de George Lucas, American Graffiti, hoy una película de culto para los cinéfilos, se ha convertido en uno de los directores más versátiles de la industria hollywoodiense. Una mente maravillosa, película muy galardonada, tiene un mérito indiscutible: la elección de Russell Crowe, uno de los actores más emblemáticos de finales del siglo XX y comienzos del XXI, que ya en el año 2000, de la mano de Ridley Scott, se había convertido en el gladiador por excelencia, cuya imagen se convierte en signo de la romanidad, sólo comparable con la de Marlon Brando en Julio César de Mankiewicz, de acuerdo con el análisis de Roland Barthes.
El film de Ron Howard, aclamado por la Academia y cuestionado por amplios sectores de la crítica, valoraciones que no siempre coinciden, realizada con un modo de representación convencional y escasas novedades dentro del género, sobresale especialmente por la actuación del actor neozelandés, notable especialmente en los momentos álgidos de enajenación mental del matemático afectado por una esquizofrenia paranoide. La capacidad reflexiva del personaje contrasta con las dificultades de relación de un hombre que inventa desde sus tiempos universitarios un amigo imaginario que suple sus deficiencias emocionales, Charles (Paul Bettany), dibuja fórmulas en los cristales y llena las paredes de recortes de prensa, atravesados por sus fórmulas. Al final de su vida recibió el Premio Nobel por su Teoría del Equilibrio, en la que teóricamente no pierde nadie, piedra angular, muy idealista, de la economía, que ha tenido su peso en las negociaciones laborales globales, nacionales, y en los avances en biología evolutiva.
Pero Ron Howard se centra en el hombre, un joven de Virginia Occidental, que llega a la Universidad de Princeton, un centro de élite, que acoge a los estudiantes que van a ocupar los puestos más importantes en la sociedad norteamericana. Un hombre que se define a sí mismo como compuesto por dos tercios de cerebro y uno de corazón, descubre a lo largo de su vida que en éste último residen sus únicas posibiliades de supervivencia. Su mujer, Alicia, sacrificará la vida por salvar al 'hombre' no al intelectual, y, aunque deteriorado físicamente por los tratamientos muy agresivos de la psiquiatría en aquellos tiempos, que han sido objeto de atención de cineastas tan destacados como Scorsese en Sutter Island, cuyas repercusiones en su psicomotricidad atrajeron la burla de las nuevas generaciones de alumnos de la Universidad, logrará al fin el respeto de antiguos camaradas y de la Academia sueca. Uno de los momentos de mayor emoción de la película es aquel en que los profesores de la institución entregan sus plumas, instrumento de traslación al papel de las investigaciones de los caballeros de la ciencia, al compañero que ha destacado en su actividad de investigación. Hoy el conocimiento se ha democratizado y corre parelelo a otras fuentes de información no sistemáticas que en ocasiones devalúan el esfuerzo que tantos hombres y mujeres destinan al avance de la sociedad en todos los terrenos. Pero hay formas que no debieran perderse en el debate de la competitividad, y una de ellas es precisamente ésta: el reconocimiento del compañero y el respeto que supone. Este detalle en sí mismo ya es una buena enseñanza.
El film es ante todo Russell Crowe, ese monstruo de la interpretación, que engorda y adelgaza en cada película, y que encarna a un romano, un periodista o un policía con igual dignidad , cuya imagen basta para mantener el interés del espectador. En la cinta que nos ocupa son especialmente inquietantes los momentos en que camina acompañado por sus 'monstruos' que nunca le abandonan y con los que se acostumbra a vivir durante toda su vida, a cambio de no permitirse ese lujo tan humano de soñar, y de estar verificando constantemente la diferencia entre la realidad y la ficción, cuestión, por otra parte, profundamente cinematográfica.
Crítica:
Ron Howard, aquel joven que apareció en el vanguardista film de George Lucas, American Graffiti, hoy una película de culto para los cinéfilos, se ha convertido en uno de los directores más versátiles de la industria hollywoodiense. Una mente maravillosa, película muy galardonada, tiene un mérito indiscutible: la elección de Russell Crowe, uno de los actores más emblemáticos de finales del siglo XX y comienzos del XXI, que ya en el año 2000, de la mano de Ridley Scott, se había convertido en el gladiador por excelencia, cuya imagen se convierte en signo de la romanidad, sólo comparable con la de Marlon Brando en Julio César de Mankiewicz, de acuerdo con el análisis de Roland Barthes.
El film de Ron Howard, aclamado por la Academia y cuestionado por amplios sectores de la crítica, valoraciones que no siempre coinciden, realizada con un modo de representación convencional y escasas novedades dentro del género, sobresale especialmente por la actuación del actor neozelandés, notable especialmente en los momentos álgidos de enajenación mental del matemático afectado por una esquizofrenia paranoide. La capacidad reflexiva del personaje contrasta con las dificultades de relación de un hombre que inventa desde sus tiempos universitarios un amigo imaginario que suple sus deficiencias emocionales, Charles (Paul Bettany), dibuja fórmulas en los cristales y llena las paredes de recortes de prensa, atravesados por sus fórmulas. Al final de su vida recibió el Premio Nobel por su Teoría del Equilibrio, en la que teóricamente no pierde nadie, piedra angular, muy idealista, de la economía, que ha tenido su peso en las negociaciones laborales globales, nacionales, y en los avances en biología evolutiva.
Pero Ron Howard se centra en el hombre, un joven de Virginia Occidental, que llega a la Universidad de Princeton, un centro de élite, que acoge a los estudiantes que van a ocupar los puestos más importantes en la sociedad norteamericana. Un hombre que se define a sí mismo como compuesto por dos tercios de cerebro y uno de corazón, descubre a lo largo de su vida que en éste último residen sus únicas posibiliades de supervivencia. Su mujer, Alicia, sacrificará la vida por salvar al 'hombre' no al intelectual, y, aunque deteriorado físicamente por los tratamientos muy agresivos de la psiquiatría en aquellos tiempos, que han sido objeto de atención de cineastas tan destacados como Scorsese en Sutter Island, cuyas repercusiones en su psicomotricidad atrajeron la burla de las nuevas generaciones de alumnos de la Universidad, logrará al fin el respeto de antiguos camaradas y de la Academia sueca. Uno de los momentos de mayor emoción de la película es aquel en que los profesores de la institución entregan sus plumas, instrumento de traslación al papel de las investigaciones de los caballeros de la ciencia, al compañero que ha destacado en su actividad de investigación. Hoy el conocimiento se ha democratizado y corre parelelo a otras fuentes de información no sistemáticas que en ocasiones devalúan el esfuerzo que tantos hombres y mujeres destinan al avance de la sociedad en todos los terrenos. Pero hay formas que no debieran perderse en el debate de la competitividad, y una de ellas es precisamente ésta: el reconocimiento del compañero y el respeto que supone. Este detalle en sí mismo ya es una buena enseñanza.
El film es ante todo Russell Crowe, ese monstruo de la interpretación, que engorda y adelgaza en cada película, y que encarna a un romano, un periodista o un policía con igual dignidad , cuya imagen basta para mantener el interés del espectador. En la cinta que nos ocupa son especialmente inquietantes los momentos en que camina acompañado por sus 'monstruos' que nunca le abandonan y con los que se acostumbra a vivir durante toda su vida, a cambio de no permitirse ese lujo tan humano de soñar, y de estar verificando constantemente la diferencia entre la realidad y la ficción, cuestión, por otra parte, profundamente cinematográfica.
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