Valor de Ley. Henry Hataway. Crítica.
En 1969, hace casi cuarenta y dos años, el consumado director de westerns, Henry Hataway, realizó un film delicioso del que en 2010 los hermanos Ethan y Joel Coen han hecho un remake: Valor de ley. No estamos (plural mayestático) en contra del cine que se hace en la actualidad, como saben los seguidores de este blog, pero si somos cautos ante el intento de versionar películas que han conseguido gran aceptación de público y prensa, sobre todo si no se consigue aportar algo al título original. Esto es lo que ha ocurrido con la cinta de los Coen; sus elipsis provocan confusión y sus aportaciones son maniqueas. El resto es un calco.
El film de Hataway se podría resumir de la siguiente manera: la ignorancia es atrevida. Mientras la adolescente Mattie Ross, interpretada por Kim Darby, de aspecto andrógino, está llena de frescura e inocencia, la del film de los Coen es inverosímil y repelente; el marshall Rooster Cogburn del remake es excesivo, maltrata a los indios (apenas presentes en el film de 1969, en una secuencia amable) y ha perdido todo el carisma que tenía John Wayne, agente bondadoso, borrachín y de gatillo fácil, que vive con un chino y un gato.
El personaje femenino de Hataway es la representación de la inocencia 'desarmante' de hombres rudos, ante los que exhibe constantemente el nombre de un abogado que va a meter en la cárcel a todos esos hombres que caminan bordeando la ley, y que ella ha engrandecido en su mente inmadura, algo que hará reir a Cogburn cuando lo vea por primera vez. Los dos agentes de la ley que se prestan a ayudarla mezclan los asuntos públicos y privados con una amoralidad manifiesta, en un mundo que transita desde las ciudades sin ley hacia la condena por 'simples' motivos económicos y en los que las ejecuciones en la plaza pública todavía son un espectáculo, en el que se venden chucherías y los niños son captados jugando en el mismo encuadre que los ahorcados. Los pistoleros se extinguen con el progreso, pero aún quedan flecos: bandas de forajidos que se enfrentan a marshalls que proceden de sus filas y se enrolan en el bando de la ley cuando ven que su carrera de bandido llega a su fin.
El padre de Mattie ha sido asesinado por un empleado borracho, Tom Chaney (Jeff Corey), y la joven, movida por el deseo de venganza, una gran dosis de resolución y la ayuda de Cogburn y La Boeuf, consigue enterrar a su padre en sus tierras y vengarse del que lo mató. No le amputan el brazo, ni es un film de iniciación en el que simbólicamente pierde su inocencia en forma de mutilación cuando cae al pozo lleno de serpientes. En su viaje no se encuentra con monstruos, sino como dice constantemente el misógino Cogburn, el monstruo es ella, aunque al final el viejo y cansado sheriff se rinda ante su constancia e insistencia juvenil en conseguir sus objetivos y saque lo más tierno y sincero que hay en él. Hay quien afirma que el Óscar que recibió por este papel fue el merecido por toda su carrera; de hecho él mismo hace una referencia al film que dirigió, El álamo, y al personaje interpretado por Lawrence Harvey, Coronel Travis. La última imagen del film es un congelado del 'centauro del desierto' , emblema de la brillante carrera del actor.
La insistencia de la adolescente para que se juzgue a su padre en el lugar donde fue asesinado su padre, y no en Texas como pretenden los dos duros hombres, caza-recompensas/representantes de la ley, se entiende perfectamente en el film de Hataway: en Texas la recompensa que se paga por Tom Chaney es de dos mil dólares, mientras que el salario que ella ofrece es de tan sólo cien. Si se lleva al hombre a Texas será juzgado por el asesinato de un senador, y en este caso ella no podrá satisfacer sus deseos de venganza de ver colgar al asesino por la muerte de su padre.
Aunque los hermanos Coen pretenden presentar su film como una nueva translación al cine de la novela Charles Portis, el simple visionado de ambos films evidencia el remake,- situaciones gemelas (salvo las elipsis interesadas) y diálogos iguales-, en el que han desaparecido aquellos aspectos inocentes que hace de Mattie Ross un ser delicioso, unos diálogos ágiles y divertidos, un marshall viejo,que esconde cierta ternura, un ranger que no es lo que parece y unos bandoleros que no están muy lejos de ellos dos, entre los que podemos ver a Robert Duvall, personaje cínico que trata bien a una chica de la que sólo pretende deshacerse. La secuencia en la que, al estilo del western clásico se enfrenta en un desafío a cuatro bandoleros, formando una unidad con su caballo, con un rifle en una mano y una pistola en la otra, supone un homenaje a los viejos y nostálgicos tiempos de la conquista del far west.
La fotografía de Lucien Ballard es luminosa y brillante y la secuencia nocturna de una belleza impresionante. La expresión de una niña que se mete en un fregado sin medir las consecuencias, que salvo la falda y el pecho incipiente parece un chico, está perfectamente captada en discretos primeros plano, no grandilocuentes, pero sí penetrantes. El film no ha perdido frescura ni actualidad, y Mattie es un fiel reflejo de una adolescente empedernida y constante en un mundo de forajidos, cuyo peligro no acaba de calibrar bien, amenazándoles constantemente con el espantajo de un abogado que, cuando hace su parición en escena es un pobre hombre, sólo poderosísimo en la imaginación de la joven. Hacen falta muchas páginas escritas para olvidar la fuerza del film que toman como referente los Hermanos Coen.
La música de Elmer Bernstein contribuye a construir, con su aire de fanfarria, el clima de un film que mezcla el western crepuscular con otros géneros en desarrollo, que encuentran su nexo de unión en la pervivencia del crimen asociado a la naturaleza humana y el deseo de venganza. La presencia de un ser inocente conseguirá que no se resuelva como siempre, con el olvido de los que murieron y eran hombres anónimos, a cuyos asesinos nadie persigue, y haciendo caer todo el peso de la ley, con el apoyo del dinero, sobre los asesinos de los poderosos. La ley, a la que constantemente alude Mattie en su ignorancia, no es ciega.
Carlos Losilla quiere ver en el film de Ethan y Joel Coen, una especie de reflexión que el fantasma de lo clásico efectúa sobre sí mismo...Así mientras la película de Hataway estaba dominada por la muerte y la destrucción sistemática de un universo mítico, la de los Coen parece poblada por espectros, siendo el cine clásico uno de ellos; a ello une el deseo del cine reciente de la recomposición de la unidad familiar, metiendo en el mismo saco a Mattie Ross, la protagonista de Winter's Bone, o la de Black Swan...
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