El Club de la Lucha. David Fincher
El film El Club de la lucha, de David Finher, ha sido calificado de exravagante y exagerado, rozando incluso el ridículo, y de una estética rupturista que practicamente se queda en nada. Una gamberrada. Yo creo sin embargo que intenta conectar con esa generación de treintañeros que lo tuvieron todo, que permanecían a gusto en el útero materno del que no querían salir, y mucho menos crecer y que ahora se encuentran con la mayor crisis que ha conocido la humanidad.
Todos los calificativos que se le atribuyen son certeros, pero esta generación disfruta con el friquismo de Kevin Smith ( Klerks, Mallrats) Edgar Wright (Zombies Party) o Chris Wait, y tenían cierto sentido lúdico de la vida; muchos están impregnados de lo que Fincher llama 'espíritu Ikea', y han sustituido las revistas eróticas por las de interiorismo. Otros han soñado en convertirse en estrellas de rock o de cine, y de hecho se han preparado como nunca para jugar este papel. Frente a ellos la ausencia de oportunidades.
Es una generación de hombres educados en un porcentaje importante por mujeres, en el seno de familias monoparentales, que se han sacrificado para darles la mayor formación (Faith Akin. Al otro lado) y que de pronto se ven sirviendo mesas, dispensando gasolina o ejerciendo de esclavos-oficinistas, mientras la publicidad les empuja a consumir. En este dilema Jack (Edward Norton ) desarrolla su alter ego, Tayler Durden, que le hace reflexionar sobre lo insatisfactorio de su situación: son jóvenes que tienen empleos que odian para comprar 'mierda' que no les hace falta; son los hijos malditos de la Historia, desarraigados y sin objetivos; sólo si están dispuestos a soportar el dolor y a perderlo todo serán libres de actuar. Su gran depresión es su propia vida, y poco a poco van tomando conciencia de ello.
A partir de este momento la diégesis se torna antisistema, con toques no sólo gamberros, sino incluso escatológicos, como fabricar jabones con las grasas que se extraen en las liposucciones, para 'revender a los ricos sus culos celulíticos'. Tayler (Brad Pitt) crea su propio ejército, que actúa en el seno del Proyecto Caos, altamente disciplinado y sectario, cuya actitud recuerda la de los fanáticos de La vida de Brian, que ven señales del líder en cualquier reflexión. Tienen un objetivo, que sólo es posible alcanzar mediante el uso de la fuerza, es decir, de forma violenta; provocar el colapso de la economía financiera y destruir las Compañías de crédito para borrar los registros de deuda y poner a todos los ciudadanos a cero. Su entrenamiento es como el de los marines americanos, sólo que en este caso son ellos mismos los que se apalean.
Es posible que el modo sea discutible, pero también es cierto que el cine americano realiza una crítica de su sociedad sin parangón; alguien debe denunciar, y ellos lo hacen (Oliver Stone y su Wall Street) que la economía real y productiva, que representa tan sólo un 20% de la riqueza, no puede sufragar, por mucho que la expriman, los excesos de la financiera.
En un final onírico, en el que Jack tiene la cabeza reventada por un tiro, desde la ventana de un elevado edificio, él y Marlan (Helena Bonham Carter) observan la 'demolición' del skyline neoyorkino, el mayor símbolo del capitalismo.
Es muy iinteresnate ver el cine que se hacía hace diez años, basado en un buen análisis y que hoy cobra plena actualidad a la luz de los acontecimientos; su visionado permite comprender las causas de la crisis que se estaba gestando en los últimos años del siglo XX.
Es una generación de hombres educados en un porcentaje importante por mujeres, en el seno de familias monoparentales, que se han sacrificado para darles la mayor formación (Faith Akin. Al otro lado) y que de pronto se ven sirviendo mesas, dispensando gasolina o ejerciendo de esclavos-oficinistas, mientras la publicidad les empuja a consumir. En este dilema Jack (Edward Norton ) desarrolla su alter ego, Tayler Durden, que le hace reflexionar sobre lo insatisfactorio de su situación: son jóvenes que tienen empleos que odian para comprar 'mierda' que no les hace falta; son los hijos malditos de la Historia, desarraigados y sin objetivos; sólo si están dispuestos a soportar el dolor y a perderlo todo serán libres de actuar. Su gran depresión es su propia vida, y poco a poco van tomando conciencia de ello.
A partir de este momento la diégesis se torna antisistema, con toques no sólo gamberros, sino incluso escatológicos, como fabricar jabones con las grasas que se extraen en las liposucciones, para 'revender a los ricos sus culos celulíticos'. Tayler (Brad Pitt) crea su propio ejército, que actúa en el seno del Proyecto Caos, altamente disciplinado y sectario, cuya actitud recuerda la de los fanáticos de La vida de Brian, que ven señales del líder en cualquier reflexión. Tienen un objetivo, que sólo es posible alcanzar mediante el uso de la fuerza, es decir, de forma violenta; provocar el colapso de la economía financiera y destruir las Compañías de crédito para borrar los registros de deuda y poner a todos los ciudadanos a cero. Su entrenamiento es como el de los marines americanos, sólo que en este caso son ellos mismos los que se apalean.
Es posible que el modo sea discutible, pero también es cierto que el cine americano realiza una crítica de su sociedad sin parangón; alguien debe denunciar, y ellos lo hacen (Oliver Stone y su Wall Street) que la economía real y productiva, que representa tan sólo un 20% de la riqueza, no puede sufragar, por mucho que la expriman, los excesos de la financiera.
En un final onírico, en el que Jack tiene la cabeza reventada por un tiro, desde la ventana de un elevado edificio, él y Marlan (Helena Bonham Carter) observan la 'demolición' del skyline neoyorkino, el mayor símbolo del capitalismo.
Es muy iinteresnate ver el cine que se hacía hace diez años, basado en un buen análisis y que hoy cobra plena actualidad a la luz de los acontecimientos; su visionado permite comprender las causas de la crisis que se estaba gestando en los últimos años del siglo XX.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Deja tu comentario aquí!