Fritz Lang: el precedente de la arquitectura de los sueños.
Fritz Lang fue gran arquitecto de sueños y creador de un cine épico y monumental, cuyo film Metrópolis se ha convertido en la obra cumbre del expresionismo alemán. Hijo de un arquitecto y estudiante de arquitectura él mismo, como los protagonistas de Inception, de su factoría mental salió el mayor número de imágenes icónicas situadas en el umbral lacaniano entre lo imaginario y lo simbólico, que han marcado el cine de ciencia-ficción, especialmente en las décadas de los setenta y los ochenta.
Su doctor muerte, su sabio maligno, Rotwang, es la semilla de otros tantos científicos del horror, como el Doctor Mabuse (del que ya había una versión anterior del propio Fritz Lang), el doctor Vergerus, (Bergman), el doctor Cawley (Shutter Island de Scorsese)...; su cyborg femenino profetiza el nacimiento de tantos otros, como Terminator, Robocop, etc., y su ciudad futurista inspirará las que ha recreado el cine basándose en su alucinación de volúmenes y carreteras y ferrocarriles elevados, a modo de scalextrics ( La Guerra de las Galaxias, Blade Runner, El quinto elemento...).
El sueño de Rotwang era el de Frankenstein, la esencia del cine: competir con Dios y crear vida, venciendo a la muerte de la adorada Hel, bajo cuyo busto reza, en un pedestal, un epitafio nostálgico y críptico: " Hel, nacida para mi suerte, para bendición de todo. Perdida ante Joh Fredersen, muerta cuando donaba la vida a Freder, hijo de J.F." Este artífice renacentista creador de la ciudad futurista, compartía su amor por una mujer con su propietario-director, y este sentimiento le llevó a crear el ser-máquina para el hombre del futuro, que se inscribía en el mito de la ciencia, el descubrimiento de las leyes de la electricidad como fenómeno físico y la invención de artefactos de uso práctico, capaces de hacer transplantes o dar vida a seres inanes con tan sólo aplicarles corrientes eléctricas, cuyos rayos simbolizarán, durante muchos años, este avance de la investigación empírica. Pero en el interior del científico anidaba el rencor y el deseo de venganza por su amor perdido, que le llevaron a idear un cyborg ludista, cuyo objetivo era destruir la civilización creada, como un máquina Terminator.
Pero un hombre como Fritz Lang que tuvo que huir en 1933 de su país, el mismo día que Goebbels le ofreció dirigir los estudios de cine alemanes, UFA, cometió algunos errores de los que más tarde se arrepentiría. Su ficción científica transcurre de forma paralela a una visión religiosa de la vida, en la que María, el alter ego del cyborg, es una especie de predicadora, de evangelizadora de las masas de obreros, que predica el ejemplo de Cristo, enviado por Dios para salvar al hombre; ahora se necesita un mediador entre Dios (el cerebro) y el obrero (las manos ). En el otro lado, el laico, el cerebro es mefistofélico, un doctor perverso, judío para mayor abundamiento, como indica la estrella de David delante de su cabaña, que por fin creará la bestia, con forma de mujer. Una voz bíblica la describe como una bestia bermeja, llena de nombres de blasfemia, vestida de púrpura y grana y sobre la frente inscrito un misterio: Babilonia la grande, la madre de las abominaciones de la tierra. Bestia y hacedor deben ser abatidos, y lo serán en una secuencia final en la que el científico recuerda a Quasimodo, jorobado como Igor, y encubridor de los secretos de su patrón el archidiácono Claude Frollo, alquimista (de Al Kimiya= la química); es vencido por Freder, mientras su robot se quema en la hoguera, como una bruja cualquiera de la época de su caza. Curiosamente cuando es sometida al fuego purificador, desaparece la envoltura orgánica y se muestra todo lo que en ella hay de mecánico e inerte, frío y programado para la muerte, como muchos años más tarde lo será el Terminator de C
ameron.
Esta visión de la ciencia distópica, su relación con la magia, y la criminalización del sabio judío, muy bien recibida en la Alemaniza nazi, cuyo ideario compartía la mujer de Fritz Lang, Thea Von Harbou, tuvo muy malas consecuencias en Alemania; afortunadamente lo supo ver a tiempo y huyó, precisamente cuando se le ofrecía dirigir el cine del III Reich de Hitler.
Ideológicamente es confusa, pues mezcla las doctrinas marxistas, representando dos clases muy bien diferenciadas (explotadores y explotados) y la alienación de los obreros, con el corporativismo del nacionalsocialismo y la idea de la mediación del corazón entre el cerebro y las manos. Se le ha criticado que buscara parábolas, metáforas y alegorías para describir una situación metafórica del obrero, orientada hacia el capitalismo temprano, en lugar de basarse en percepciones sensoriales y un análisis racional, y que para suprimir las contradicciones de clase no se le ocurriera nada mejor que apelar a la buena voluntad de los protagonistas.
Otro icono muy repetido en la historia del cine es la reclusión del obrero en el inframundo, en los sótanos de la Tierra, desde donde hacen funcionar la maquinaria de la ciudad de Metrópolis, cuya matriz, la máquina corazón, adopta la forma de la cabeza de Moloch (divinidad egipcia) que devora a los hombres; es allí donde está el Club de los Hijos, los niños pobres de los trabajadores, y los templos en los que se reúnen, auténticas catacumbas, con una cripta plagada de cruces. Esta reducción del hombre productor al vientre de la tierra también será emulada por directores actuales, como Terry Gilliam en 12 monos. Oscar Niemeyer cometió el mismo error en 1956 cuando concibió la ciudad de Brasilia, al no darse cuenta que las masas de obreros que participaban en su construcción no iban a habitar esos lujosos edificios. Al mismo tiempo que emergía la brillante ciudad futurista iba creciendo a su alrededor un cinturón de pobreza, marginación y delincuencia, que la haría practicamente inhabitable.
Metrópolis es la distopía de una ciudad-estado futurista, ubicada temporalmente en 2026, fecha en la que muchos directores de ciencia-ficción sitúan sus historias, (como hemos comprobado este verano, también distópico, de vacaciones ficticias) hecho que no debe ser nada casual. Un elemento diegético importante es la música de Gottfried Huppertz, compuesta durante el rodaje. Utiliza también como cita (zitat), lo que luego harán George Lucas o Stanley Kubrick, la famosa pieza del siglo XIII, de dudosa atribución, Dies Irae. Uno de los protagonistas más inquietantes de El resplandor de Kubrick es la música, y especialmente esta pieza que anuncia el Juicio Final; en Metrópolis es el leitmotiv del empresario Fredersen. Fílmicamente ha quedado asociada frecuentemente al 'mal'.El final, como hemos señalado, es conciliador, y la buena María, desaparecido el cyborg perverso, empuja a Freder, el hijo del Presidente-Director de la ciudad-estado a que actúe como intermediario y consiga que el capitalista y el representante de los obreros se den la mano. Es el corazón que le faltaba a las relaciones laborales. Los 'malos', confundidos por Dios, como en la construcción de la Torre de Babel (edificio vanguardista que preside la ciudad del futuro de Metrópolis), serán castigados. Confusión ideológica, de géneros, estilos y épocas; se han hecho muchas modificaciones del film original, desde la primera realizada por Channing Pollock, que convierte a Rotwang en un fiel adlátere de Fredersen, y al cyborg en un robot masculino, un obrero domesticado. Ahora estamos pendientes de la salida al mercado de una nueva versión con fragmentos perdidos. Sea como fuere y recibiera las críticas que recibiere, lo cierto es que es una obra genial y única, fuente de inspiración de muchos cineastas hasta hoy.
Fritz Lang denuncia también la ciencia-espectáculo en la presentación en sociedad de la cyborg, bellísimamente ornamentada, haciendo los honores de la presentación su creador y el director-presidente de la ciudad-estado, vestidos de etiqueta en un ambiente de glamour. Cualquiera que haya visto El jovencito Frankenstein de Mel Boroks recordará una escena semejante, tratada con mucha ironía.
Cerramos el ciclo de ciencia-ficción junto con el diario El País, que nos ha propocionado bellísimas muestras, por donde debíamos haber empezado. Pero creemos que se apreciará o disfrutará mucho más esta gran obra maestra, patrimonio de la UNESCO, después de haber visto sus secuelas en cineastas de primera categoría. Esta es nuestra perspectiva y esperamos no habernos equivocado.
Su doctor muerte, su sabio maligno, Rotwang, es la semilla de otros tantos científicos del horror, como el Doctor Mabuse (del que ya había una versión anterior del propio Fritz Lang), el doctor Vergerus, (Bergman), el doctor Cawley (Shutter Island de Scorsese)...; su cyborg femenino profetiza el nacimiento de tantos otros, como Terminator, Robocop, etc., y su ciudad futurista inspirará las que ha recreado el cine basándose en su alucinación de volúmenes y carreteras y ferrocarriles elevados, a modo de scalextrics ( La Guerra de las Galaxias, Blade Runner, El quinto elemento...).
El sueño de Rotwang era el de Frankenstein, la esencia del cine: competir con Dios y crear vida, venciendo a la muerte de la adorada Hel, bajo cuyo busto reza, en un pedestal, un epitafio nostálgico y críptico: " Hel, nacida para mi suerte, para bendición de todo. Perdida ante Joh Fredersen, muerta cuando donaba la vida a Freder, hijo de J.F." Este artífice renacentista creador de la ciudad futurista, compartía su amor por una mujer con su propietario-director, y este sentimiento le llevó a crear el ser-máquina para el hombre del futuro, que se inscribía en el mito de la ciencia, el descubrimiento de las leyes de la electricidad como fenómeno físico y la invención de artefactos de uso práctico, capaces de hacer transplantes o dar vida a seres inanes con tan sólo aplicarles corrientes eléctricas, cuyos rayos simbolizarán, durante muchos años, este avance de la investigación empírica. Pero en el interior del científico anidaba el rencor y el deseo de venganza por su amor perdido, que le llevaron a idear un cyborg ludista, cuyo objetivo era destruir la civilización creada, como un máquina Terminator.
Pero un hombre como Fritz Lang que tuvo que huir en 1933 de su país, el mismo día que Goebbels le ofreció dirigir los estudios de cine alemanes, UFA, cometió algunos errores de los que más tarde se arrepentiría. Su ficción científica transcurre de forma paralela a una visión religiosa de la vida, en la que María, el alter ego del cyborg, es una especie de predicadora, de evangelizadora de las masas de obreros, que predica el ejemplo de Cristo, enviado por Dios para salvar al hombre; ahora se necesita un mediador entre Dios (el cerebro) y el obrero (las manos ). En el otro lado, el laico, el cerebro es mefistofélico, un doctor perverso, judío para mayor abundamiento, como indica la estrella de David delante de su cabaña, que por fin creará la bestia, con forma de mujer. Una voz bíblica la describe como una bestia bermeja, llena de nombres de blasfemia, vestida de púrpura y grana y sobre la frente inscrito un misterio: Babilonia la grande, la madre de las abominaciones de la tierra. Bestia y hacedor deben ser abatidos, y lo serán en una secuencia final en la que el científico recuerda a Quasimodo, jorobado como Igor, y encubridor de los secretos de su patrón el archidiácono Claude Frollo, alquimista (de Al Kimiya= la química); es vencido por Freder, mientras su robot se quema en la hoguera, como una bruja cualquiera de la época de su caza. Curiosamente cuando es sometida al fuego purificador, desaparece la envoltura orgánica y se muestra todo lo que en ella hay de mecánico e inerte, frío y programado para la muerte, como muchos años más tarde lo será el Terminator de C
ameron.
Esta visión de la ciencia distópica, su relación con la magia, y la criminalización del sabio judío, muy bien recibida en la Alemaniza nazi, cuyo ideario compartía la mujer de Fritz Lang, Thea Von Harbou, tuvo muy malas consecuencias en Alemania; afortunadamente lo supo ver a tiempo y huyó, precisamente cuando se le ofrecía dirigir el cine del III Reich de Hitler.
Ideológicamente es confusa, pues mezcla las doctrinas marxistas, representando dos clases muy bien diferenciadas (explotadores y explotados) y la alienación de los obreros, con el corporativismo del nacionalsocialismo y la idea de la mediación del corazón entre el cerebro y las manos. Se le ha criticado que buscara parábolas, metáforas y alegorías para describir una situación metafórica del obrero, orientada hacia el capitalismo temprano, en lugar de basarse en percepciones sensoriales y un análisis racional, y que para suprimir las contradicciones de clase no se le ocurriera nada mejor que apelar a la buena voluntad de los protagonistas.
Otro icono muy repetido en la historia del cine es la reclusión del obrero en el inframundo, en los sótanos de la Tierra, desde donde hacen funcionar la maquinaria de la ciudad de Metrópolis, cuya matriz, la máquina corazón, adopta la forma de la cabeza de Moloch (divinidad egipcia) que devora a los hombres; es allí donde está el Club de los Hijos, los niños pobres de los trabajadores, y los templos en los que se reúnen, auténticas catacumbas, con una cripta plagada de cruces. Esta reducción del hombre productor al vientre de la tierra también será emulada por directores actuales, como Terry Gilliam en 12 monos. Oscar Niemeyer cometió el mismo error en 1956 cuando concibió la ciudad de Brasilia, al no darse cuenta que las masas de obreros que participaban en su construcción no iban a habitar esos lujosos edificios. Al mismo tiempo que emergía la brillante ciudad futurista iba creciendo a su alrededor un cinturón de pobreza, marginación y delincuencia, que la haría practicamente inhabitable.
Metrópolis es la distopía de una ciudad-estado futurista, ubicada temporalmente en 2026, fecha en la que muchos directores de ciencia-ficción sitúan sus historias, (como hemos comprobado este verano, también distópico, de vacaciones ficticias) hecho que no debe ser nada casual. Un elemento diegético importante es la música de Gottfried Huppertz, compuesta durante el rodaje. Utiliza también como cita (zitat), lo que luego harán George Lucas o Stanley Kubrick, la famosa pieza del siglo XIII, de dudosa atribución, Dies Irae. Uno de los protagonistas más inquietantes de El resplandor de Kubrick es la música, y especialmente esta pieza que anuncia el Juicio Final; en Metrópolis es el leitmotiv del empresario Fredersen. Fílmicamente ha quedado asociada frecuentemente al 'mal'.El final, como hemos señalado, es conciliador, y la buena María, desaparecido el cyborg perverso, empuja a Freder, el hijo del Presidente-Director de la ciudad-estado a que actúe como intermediario y consiga que el capitalista y el representante de los obreros se den la mano. Es el corazón que le faltaba a las relaciones laborales. Los 'malos', confundidos por Dios, como en la construcción de la Torre de Babel (edificio vanguardista que preside la ciudad del futuro de Metrópolis), serán castigados. Confusión ideológica, de géneros, estilos y épocas; se han hecho muchas modificaciones del film original, desde la primera realizada por Channing Pollock, que convierte a Rotwang en un fiel adlátere de Fredersen, y al cyborg en un robot masculino, un obrero domesticado. Ahora estamos pendientes de la salida al mercado de una nueva versión con fragmentos perdidos. Sea como fuere y recibiera las críticas que recibiere, lo cierto es que es una obra genial y única, fuente de inspiración de muchos cineastas hasta hoy.
Fritz Lang denuncia también la ciencia-espectáculo en la presentación en sociedad de la cyborg, bellísimamente ornamentada, haciendo los honores de la presentación su creador y el director-presidente de la ciudad-estado, vestidos de etiqueta en un ambiente de glamour. Cualquiera que haya visto El jovencito Frankenstein de Mel Boroks recordará una escena semejante, tratada con mucha ironía.
Cerramos el ciclo de ciencia-ficción junto con el diario El País, que nos ha propocionado bellísimas muestras, por donde debíamos haber empezado. Pero creemos que se apreciará o disfrutará mucho más esta gran obra maestra, patrimonio de la UNESCO, después de haber visto sus secuelas en cineastas de primera categoría. Esta es nuestra perspectiva y esperamos no habernos equivocado.
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